(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

lunes, 2 de enero de 2012

Navidad año 1



Cuando Agapito término, era ya muy tarde. Los más pequeños se habían dormido y el resto, unos bostezaban y otros se frotaban los ojos, dando claros indicios de que el sueño estaba llamando a la puerta.
- ¡Hala! Vamos a la cama - dijo Fidela. Mañana, como es Navidad, iremos a pasar el día en el campo. Ya sé que vivimos en él, pero no es lo mismo un día normal, en que vuestro padre trabaja la dura tierra, vosotros que tenéis que ir a la escuela y yo, que además de hacer las labores de casa, tengo que atender a los abuelos. Por eso quiero que mañana sea un día diferente. Nos levantaremos pronto, prepararemos la comida y pasaremos el día a orillas del lago rodeados de olmos, abetos, alisos, etc... ¿qué os parece?
- ¡¡Bien!! - dijeron todos.
Muy de madrugada, Fidela fue llamando a toda la familia para que se levantasen. Pese a las promesas de la noche anterior, todos pusieron alguna pega al hacerlo. Todos colaboraron al fin, para que la comida estuviese lista lo antes posible.
Como el campo lo tenían a la puerta de casa, sólo tuvieron que andar unos minutos y ya habían llegado al lago. Era un lugar precioso. Bordeando el lago había, como he dicho antes, toda clase de árboles; por sus aguas se deslizaban patos de diversas especies. Qué maravilla era poder contemplar el espectáculo que hacían mamá pata y una docena de patitos que la seguían en fila india, apenas rayaban la superficie cristalina del hermoso lago.
Y qué decir de media docena de cisnes blancos, parecía que no eran ellos los que se deslizaban, sino que era la enorme plataforma de agua que los desplazaba majestuosa y silenciosamente.
- ¿Os parece bien aquí? - dijo Pío.
- Vale, papá - dijeron todos a un tiempo.
Habían elegido un lugar al socaire, a un palmo de la orilla, donde el agua llegaba mansamente, sin atreverse a rozar el suelo; parecía una gran moqueta color verde, de todos los tonos, obediente, para conseguirlos a la inclinación de los rayos del sol.
Desplegaron una gran mesa y luego las sillas, se fueron sentando todos. Fidela sacó de una de las mochilas un gran termo con leche, y de otra bolsa unos bollos. Cada cual cogió un gran tazón y se lo iba acercando a Fidela para que lo llenase. Cuando todos estuvieron servidos, fue Fidela la que les propuso contar el cuento que le correspondía a ella, por no haber podido contarlo la noche anterior.
- Ya que hoy es Navidad me gustaría contar un cuento navideño, que aprendí de niña, ¿qué os parece?
- Bien mamá, cuéntalo.

- El cuento se refiere al nacimiento del niño Jesús y empieza así:
Como si fuese un balón enorme de fuego, el sol rayaba ya con el horizonte del mar, las olas le lamían, como si tiraran de él hacía sí. Estaban heladas de frío y esperaban ansiosas a que se hundiera para que les diera calor.
Una vez que, en apariencia, el Sol se fundió con el mar, en el cielo se fueron debilitando unas tonalidades de colores, que antes eran preciosas: rojo fuego, azules de tonos preciosos, maravillosos. Todo esto se esfumó y por oriente apareció la luna, vestida con una capa de armiño. Las estrellas, nadie diría que enormes, parecían los ojos de las hijas de la luna, que al ver a mamá, centelleaban de alegría y formando grupos caprichosos, esperaban su paso dándole la bienvenida.
Toda la tierra guardó silencio, salvo algunos lobos, que con sus aullidos parecían reírse a carcajadas de contentos, por tan bello espectáculo. De pronto el aire se quedó quieto, absorto ante tanta maravilla, y como estaba acostumbrado a correr, eso es lo que hizo. Iba de un lado para otro desconcertado, a su paso por puertas y ventanas se colaba por las rendijas, dando la impresión de que éstas silbaban.
En una casa medio rota, había nacido un niño. Era precioso, su pelo, negro ensortijado; sus ojos como el cielo raso rutilaban como dos estrellas, su cuerpecito se agitaba con movimientos incontrolados. Por más que su madre María trataba de taparle con unas pajas que había en el suelo, él las tiraba una y otra vez, y su padre José, para que no pasara frío, puso a su lado una mula y un buey que había en el establo.
Así, con el calor de los animales, el niño se quedó dormido. Al rayar el alba, José salió a por leña para hacer fuego y preparar un poco de leche caliente. Pero cuál no fue su sorpresa, cuando se encontró todo el campo cubierto de un manto blanco. Era una maravilla y se preguntó:
- ¿Qué es esto?
A lo que le respondieron unos pajaritos, que con sus trinos saludaban al nuevo día:
- Ha sido la luna, que antes de acostarse y viendo al niño tiritando de frío, se ha quitado su manto y lo ha dejado caer para darle abrigo.
José les contestó:
- ¿Pero qué abrigo? Si esto está helado.
Ellos le contestaron:
- El que da lo que tiene no está obligado a más. De todos modos, no digas José, que no es una maravilla. No servirá para calentar el cuerpo, pero sólo poder contemplar tanta belleza, produce llamaradas en el alma. Pronto saldrá el sol, y más vale que no nos dé todo el calor que tiene; con que nos dé un poquito, nos animaremos todos.
Mientras decían esto los pajaritos, ¡majestuoso!, con un color rojo vivo, el sol hizo su aparición en el cielo.
El silencio que antes reinaba, en principio se convirtió en murmullo, y luego en algarabía; la tierra entera hervía de vida, por doquier, todos desperezándose daban gracias a Dios por el nuevo día.
Pero Dios, que hasta entonces no se había dejado ver, estaba ahora en la tierra en un portal. El, el Rey de Reyes, el dueño y señor de todo, descendiendo hasta nosotros para con su presencia, darnos ejemplo, ánimo, luz y esperanza.
María, su madre, le tomó en sus brazos. Quería taparle con su manto, pero Jesús no la dejaba, parecía como si intuyese que a partir de entonces, por más que nevara y que el viento soplara, el iba a tener una casa calentita, el corazón de muchos seres humanos.
El era todo fuego de amor, sólo bastaría que nosotros le abriésemos la puerta de nuestros corazones, para que como sol naciente, inundara toda la humanidad con su calor, contrario al frío del egoísmo, que puede hacer, si queremos, que cada día seamos más solidarios y a nadie de falte el alimento, para el cuerpo y para el alma.
- Y aquí - dijo Fidela - termina esta historia, que para muchos es un cuento pero que nos permite recordar, al menos una vez al año, que todos somos hermanos, aunque al día siguiente hayamos de tener mucho cuidado de no hacer el primo... ¿Qué os ha parecido el cuento?
- ¡Eso no es un cuento! - dijo Paula -, ha sido verdad.
- Pues claro hija - le dijo Pío -,  mamá lo ha contado como un cuento para que le prestamos más atención.
- ¡Chicos, hay que ir a por leña para hacer la paella, que ahora anochece enseguida!
Todos los chicos se internaron por el bosque en busca de un palo seco, para hacer la comida lo antes posible, el estómago empezaba a dar voces de auxilio.


Moraleja:
Unos dicen que en Belén,
otros, ni se lo plantean,
tanto da, dónde, o quién,
mas todos, le necesitan.

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