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miércoles, 11 de enero de 2012

Los cinco sentidos, más el sexto

Cuentan que un aristócrata venido a menos, había perdido todo menos su vasta cultura y un criado fiel, que se mantuvo a su lado cuando la fortuna y los falsos amigos le dieron la espalda. El señor marqués, ni siquiera había reparado antes en el pobre Rumaldo.
Éste se encargaba de las labores más penosas: dar de comer a los caballos y demás animales, mantener limpias las cuadras y las pocilgas de los cerdos. Esta había sido durante toda su vida su única escuela y sus maestros.
Dime con quién andas y te diré quién eres... no se diferenciaba apenas de los animales a quienes, con solicitud, atendía diariamente.
Tenía invertidos los términos, el sexo lo tenía siempre en la cabeza y el seso, lo llevaba entre las piernas. Hablo naturalmente, en sentido figurado. Pero lo que era cierto, es que al estar esos dos órganos tan próximos, se hicieron amigos tan íntimos que con el tiempo se hicieron inseparables. El seso sólo estaba pendiente de los deseos de su querido y único amigo el sexo, y el sexo, le correspondía de tal manera con sus inquietudes, que al seso no le quedaba tiempo para otros menesteres.
Un día que el marqués se sentía tremendamente solo, llamó a Rumaldo y le dijo:
- Querido Rumaldo, perdóname por no haber reparado en tu existencia hasta ahora, eran tantos los amigos de mi clase que me asediaban con su falsa amistad, que nunca reparé en ti. Pero hoy me siento muy solo y desvalido y necesito calor humano; ni la mejor música, ni la lectura, ni siquiera la contemplación de la naturaleza, me dicen nada, si no tengo a mi lado un ser humano, con quien compartir mis aficiones, inquietudes e ilusiones.
- No estamos hechos para vivir en soledad - dijo Rumaldo -, ya lo dice la Biblia señor: “no es bueno que el hombre esté solo...”. Puede que usted no lo entienda, pero de no haber estado rodeado siempre de animales, yo me hubiera vuelto loco. Cierto que no es lo mismo que la compañía humana, aunque a veces es mucho mejor, no tiene más que mirarse a sí mismo. Mientras el viento le fue favorable, no faltaron moscas a su alrededor, al olor de la miel, pero cuando se secó el panal, volaron a otra colmena. Los animales que cuido yo, no me han defraudado nunca. En cambio, los seres humanos, por lo que veo en el señor marqués, cuando encuentran algo mejor se olvidan pronto de los favores recibidos.
- Tienes toda la razón del mundo Rumaldo, y por eso, dándole vueltas a la cabeza, he pensado que a lo mejor tú y yo podríamos ser amigos.
- ¡Válgame Dios! ¡Qué cosas tiene usted, señor marqués! Entre usted y yo hay un gran abismo. Usted es todo un señor y yo, ¡ay  señor! ¿Quién soy yo? Siempre he sido lo que usted ha querido que fuese, un mozo de cuadra. ¡Cómo pretende usted que puedan ser amigos dos seres tan distintos!
- Rumaldo, todos somos iguales ante Dios.
- Puede que así sea señor, pero no ante los hombres; aquí, tanto tienes, tanto vales.
- Yo me quiero referir Rumaldo, a que en el fondo todos tenemos las mismas necesidades. Necesitamos comer, respirar, andar, pensar, estarnos quietos, dormidos o despiertos, copular, amar y ser amados, etc...
- En eso estamos de acuerdo, señor. Pero usted ha recibido una educación esmerada y yo en cambio, no he tenido otra que la recibida por mis animales. De ellos he aprendido lo elemental: comer, copular, dormir y poco más.
- Pero Rumaldo, en la vida hay algo más, sin despreciar lo que tú dices, que es básico. Si los seres humanos se diferencian en algo de las bestias, es, en su capacidad para soñar despiertos, para no estar siempre con la mirada en el suelo y mirar al cielo, maravillarse con la contemplación de la naturaleza.
- Señor marqués, los animales tienen cinco sentidos como nosotros.
- De acuerdo Rumaldo, pero no es lo mismo ver que mirar. Ver, si no somos ciegos no podemos evitarlo mientras estamos despiertos, pero mirar, es fijarse con el corazón en lo que vemos y lo mismo pasa con el oír y escuchar. Oímos, queramos o no, pero sólo escuchamos cuando prestamos atención a algo concreto.
- ¡Siga, siga, señor marqués! ¡Da gusto oírle hablar! ¡Qué pena, no haber podido ir a la escuela, para utilizar los sentidos con sentido, sin dejarnos llevar como un animal!
- Aún tienes tiempo Rumaldo, que eres joven y nunca es tarde para empezar a aprender.
- Empiezo a creer señor, en nuestra posible amistad, ya tenemos algo que intercambiarnos, yo le hago compañía con mi humilde persona y usted me enseña a sentir, para alejarme un poco de vez en cuando del animal que hasta ahora he sido.
- No desprecies al animal Rumaldo, en cierto modo son más afortunados que nosotros, ellos obran por instinto, y  jamás hacen algo que les perjudique. En cambio nosotros, por tener un sentido más, que se llama razón, cierto que nuestro campo de posibilidades para ser felices es mayor; pero si hacemos mal uso de él, tenemos todas las cartas de la baraja para ser desgraciados. Tú verás Rumaldo, si después de lo que te acabo de decir, te  merece la pena quedarte como estabas o complicarte la vida, para al final, muchas veces, terminar envidiando a un animal.
- Mire señor, yo, cuando termino mis labores, ya no tengo otra cosa que hacer, que comer, dormir o copular. A veces sin  que usted se dé cuenta, le observo y le envidio, cuando está leyendo, cuando pinta o toca la guitarra, cuando escribe sus libros que alaban sus amigos, cuando montamos a caballo y su rostro resplandece de alegría al sentir el aroma de las plantas, que previamente machacan sin compasión los cascos del caballo, cuando se para y me dice: “Mira Rumaldo, ¡qué paisaje tan precioso! ¡Oye el canto de ese pajarillo, Rumaldo!”. Y yo, por más que me esfuerzo, veo pero no puedo mirar, oigo, pero no puedo escuchar. Cuando se sienta en la mesa para comer, con qué educación lo hace usted. Cómo saborea cada bocado, de qué manera degusta el vino, con qué placer se traga el humo del puro. Yo, en cambio, como a toda prisa, no saboreo nada, soy como un buzón  de correos, solamente trago. Por eso quiero que me enseñe usted a sentir, aunque eso  haga que esté más inquieto que ahora, porque alguna vez le he oído decir que vivir es sentir, que vida es inquietud, lo contrario de la muerte, que es quietud; y yo quiero vivir sintiendo, no quiero hacerlo estando prácticamente muerto.
- No sabes Rumaldo, cómo me alegra oírte hablar así. Mira por dónde, dos vidas que parecían condenadas a destruirse poco a poco, la mía por la soledad y la tuya por la ignorancia, cobran bríos nuevos, porque han recuperado las ganas de sentir con los sentidos con toda intensidad, a diferencia de aquellos que prácticamente están muertos, pues no viven, solamente esperan a la muerte dejándose vivir...



Moraleja:
Cinco sentidos tenemos
y un sexto que no se ve
pero no nos olvidemos
que es del máximo interés
porque si no razonamos
aún vivos, muertos estamos.


 

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