(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

domingo, 22 de enero de 2012

El barrendero y el indigente.

Cuando terminó Pío, todos los demás quedaron pensativos. Fue Fidela la que se dirigió a sus hijos con estas palabras:
- ¿Os dáis cuenta de lo que os digo muchas veces, cuando os quejáis de algo? Que la comida es mala, que si esta ropa ya está pasada de moda, que estáis hartos de ir a la escuela, etcétera. Hasta ahora, gracias a Dios, vamos teniendo mucha suerte. Imagináos que un día papa cayera enfermo. La cosa sería muy diferente, así que a ver si os aplicáis el cuento.
La abuela, aunque no oía bien, cuando veía que todos empezaban a moverse y a hacer comentarios, sabía que el cuento había terminado. Así que, sin que nadie se lo pidiese, levantó su mano con una nueva papeleta. La cogió Paula, la chiquitina, y para su sorpresa, contenía su nombre. Se puso más contenta que unas pascuas.
- ¡Me toca a mí!                                                                                    
- Vale, Paula, no hace falta que des esos gritos - le dijo Petra -Empieza de una vez.
- No os peleéis - dijo el abuelo.
- El que yo voy a contar, lo contó el otro día la seño, después de que varios niños pegaran e insultaran a una niña mal vestida y sucia que se acercó a la puerta de la escuela para pedir una limosna.
- ¿No estarías tú entre ellos?
- ¡No, mamá! A mí me daba pena, era más pequeña que yo iba solita. Empiezo: érase una vez en una capital de un país. Todos los días antes de que amaneciese, un barrendero salía de su humilde casa, donde dejaba a su esposa y nueve hijos, y con un carrito, una pala y una escoba, comenzaba a barrer, unos días por un barrio y otros por otro, según le tocara. En la calle de aquel día, estaba situado un club de gente muy rica. Al señor barrendero no le gustaba trabajar en aquel sitio. Los contenedores estaban a rebosar y alrededor había cantidad de bolsas grandes de basura. Más de una docena de perros las destripaban durante la noche, cogían los trozos de carne y lo demás lo desparramaban por toda la calle. A eso ya estaba más o menos acostumbrado. Pero aquella mañana le llamó la atención un señor que espantaba a los perros, sacaba las bolsas con mucho cuidado, miraba una por una con mucho detenimiento y en otra bolsa que llevaba en la mano, iba echando trozos de pan, frutas sin empezar, trozos de carne, unos enteros y los otros casi, puros de los mejores apenas empezados...
- ¡Buenos días! - dijo el señor barrendero.
- ¡Buenos días! - contestó el otro señor.
- ¿Qué hace usted? ¿No tengo bastante con los perros que me lo ponen todo perdido?
El otro señor se puso muy triste.
- Usted perdone, ya tengo cuidado de no extenderlo. Lo miro, cojo algo si hay, y lo vuelvo a dejar como antes.
- Pero ¿para qué quiere usted esto?
- Para dar de comer a los míos, señor.
El señor barrendero se emocionó y le pidió disculpas.
- Perdone usted, en los años que llevo de oficio, y son muchos, no había visto algo parecido, ¿tan mal andan las cosas?
- Peor, señor. No soy yo sólo el que hace esto, hay mucha gente. Yo hoy, me he descuidado un poco en la hora y por eso me ha pillado, solemos venir aquí sobre las dos de la madrugada cuando terminan de cerrar los del club. Es una pena la comida que tiran, y lo malo es que vacían los ceniceros en las bolsas y se puede aprovechar muy poco.
- Cosas de los ricos - dijo el señor barrendero.
- No lo crea usted, que los que son mucho más pobres que ellos hacen algo parecido. En un barrio obrero, lejos de aquí, hay un restaurante donde celebran sus bodas o comuniones, y tenía usted que ver qué despilfarro. Yo me atrevería a decir que tiran igual o más que éstos. Con eso que dicen: ¡un día es un día! piden más de la cuenta por aparentar, aunque al día siguiente tengan que comer sopas de ajo.
- ¡No me acuerdo de más! - dijo Paula.
- ¡Haz memoria, nena! - le dijo su madre.
- ¡Ahora ya me acuerdo, mamá!
- ¡Qué churrupita! ¡sigue de una vez! - le dijo Petra.
- ¡Mamá! ¡me ha llamado churrupita!.
- No le hagas caso, si esa palabra no existe.
- ¡Sí, pero me lo ha llamado!.
- Bueno, no te preocupes de tu hermana y sigue con el cuento.
- Estaba en lo de las sopas de ajo ¿no?
- ¡Sí, nena! - le dijo su padre.
- ¡Qué mundo éste! - dijo el señor barrendero -, unos tanto y otros tan poco. Pensar que con lo que tiramos los que tenemos la suerte de vivir en esta parte del mundo, donde la mayoría, aunque no lo crea, tienen mucho más de lo necesario, podrían alimentarse otros muchos, de otras partes del mundo que sí carecen de lo más elemental y mueren poco a poco, llenos de enfermedades, con la sola compañía de las moscas.
- Esto tiene mal arreglo, señor - dijo el otro señor -, no es cuestión de que algunos den unas limosnas, con eso no se hace nada. Tienen que ser los gobiernos ricos los que ayuden a los pobres.
- ¡Qué guapa es mi niña! ¡Qué bien lo has contado! ¡Eres un sol!
- Lo que es, es una tormenta de verano, ¡qué cuento más triste! - dijo su hermana Petra.
- Sí que es triste hija, pero es la pura verdad.
 
Moraleja:
Mientras a unos en la vida,
les sobra para tirar,
por una causa o por otra,
otros han de mendigar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario