(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

domingo, 8 de enero de 2012

El alacrán y la rana

En un pueblo de ciento cincuenta mil habitantes vivía el matrimonio formado por Mari Cruz y Anastasio. Aunque tenían tres hijas, por la ley natural de la vida se habían quedado solos y para paliar un poco su soledad se hicieron con una gatita persa azul, a la que pusieron de nombre Estrella, pensando sin duda que aquella estrella pondría un poco de luz en aquel hogar que había quedado en tinieblas, una vez que sus hijas se habían ido de casa.

Estrella era una preciosidad, pelo muy largo, ojos amarillos y anaranjados, juguetona como cualquier cachorro. Cada vez que Mari Cruz estaba haciendo punto, Estrella jugueteaba sin cesar con el ovillo, incluso en más de una ocasión le hacía una pelotita de lana para que jugase con ella. Para Anastasio, que andaba un poco delicado de salud, fue la mejor medicina por la compañía que le hacía.
Pasaron ocho años y a Estrella se la veía nerviosa y en más de una ocasión iba mayando amenazante hacia Mari Cruz. Anastasio cogía un palo, la amenazaba, y la gata se escondía por unos momentos debajo de la cama, pero tan pronto como perdía de vista a Anastasio, la gata iba de nuevo donde Mari Cruz en tono muy agresivo. Ella cogía un palo, pero era inútil, la gata le hacía frente amenazante.
Esta situación iba tensando cada vez más a Mari Cruz, le tenía no miedo cuando se ponía así, sino pánico, se ponía blanca y era incapaz de moverse de donde estuviera. Anastasio cogía un palo y conseguía reducirla, pero pronto volvía a lo mismo. Un mañana se levantó Mari Cruz y se puso a limpiar la jaula del canario de una de sus hijas, que se lo había subido pues se iba unos días de vacaciones. Al tiempo que limpiaba le iba diciendo algunas palabras cariñosas.
No tardó un instante en aparecer la gata como una fiera. Primero fue a los pies, mayando fuerte y de un modo parecido a cuando le pisas el rabo a cualquier gato. A un gesto de Anastasio, se puso en la puerta amenazante sin quitarle el ojo a Mari Cruz. Ésta no se atrevía a moverse del fregadero, la cara se le puso color de cera y temblaba como una campanilla. Anastasio cogió un palo y gritándole la redujo detrás de la cama, pero tan pronto como se fue a la cocina, la gata se puso de nuevo en la puerta mayando amenazante, sin perder de vista a Mari Cruz.
-¡Anastasio, por favor! Yo no puedo más, voy a llamar al veterinario para que venga y le ponga una inyección.
Anastasio la dejó hacer, para él era muy doloroso, pero estaba seguro que de ser él el atacado, pese al cariño que la tenía, la mataría o le mataría, pero no iba a soportar más aquella situación de tener que esconderse en su propia casa.
Cuando Mari Cruz lloraba desconsoladamente llamó el veterinario a la puerta, le contaron lo sucedido y el insistió si pese a todo estaban dispuestos a sacrificarla. Con lágrimas en los ojos Mari Cruz firmo la autorización. El veterinario les aseguró que la gata no iba a sufrir nada. Primero la anestesió, y cuando ya estaba profundamente dormida le puso la inyección letal. Apenas se movió el animal, a los diez minutos ya no había ningún signo de vida.
-¡Cálmate Mari! No teníamos otra salida.
Ella lloraba sin consuelo y Anastasio hacía de tripas corazón, para no derrumbarse.
-¡Qué puta vida Mari! ¿Por qué  nos tenemos que ver en estas situaciones, que aun queriendo a alguien con toda el alma, tener que deshacernos de él?
Se miraron los dos con lágrimas en los ojos, a la espera de una respuesta, pero no la había, por el momento.
Al día siguiente llevaron en el coche el cuerpo de Estrella a enterrarlo a la orilla de un río. Cavó Anastasio una fosa y con ayuda de Mari Cruz le dieron tierra. Pusieron en un costado una crucecita y el resto lo plantaron de unas florecillas amarillas. No eran capaces de moverse, estaban los dos cabizbajos mirando la pequeña tumba y recordando con amargura todo lo sucedido. De pronto oyeron el ladrido de un perro, echaron la vista atrás y pudieron ver a un señor mayor que se dirigía al lugar donde ellos estaban.
-Buenos días señores.
-Buenos días buen hombre.
-Y un buen día que hace ¿no les parece? -respondió el señor.
-Eso depende de cómo lo tenga uno -dijo Mari Cruz-, pues si uno tiene una alguna pena o algún problema tanto da que brille el sol como que esté el día gris, él lo vera siempre negro.
-Tiene usted razón señora, deduzco de sus palabras que ustedes hoy lo tienen negro, ¿me equivoco?
-No señor, no se equivoca, estamos pasando un día muy amargo, nos hemos visto obligados a sacrificar a una gata, a quien queríamos mucho.
Anastasio le contó lo sucedido y el señor, cuando hubo terminado, trató de consolarles. En primer lugar les dijo:
-Miren ustedes, en muchas ocasiones tenemos nosotros parte de culpa de cosas como estas, no deberíamos olvidar aquello de que “dios creó al gato para que el ser humano tuviese la oportunidad de de acariciar un tigre”. Un gato es una fiera, muy monos de pequeñitos, pero más tarde o más temprano sale a flote lo que es, un felino. Nosotros lo olvidamos, les tratamos como a una persona, pero no lo son y no es que sean peores que nosotros, sencillamente son, y punto. Cualquiera acariciaría sin ningún tipo de temor a un cordero, mas no lo haría con una víbora. ¿Son culpables de ser el uno un cordero y la otra lo que es? ¿No, verdad? Pues esto es lo que hay, nos guste o no, y así es la vida y pobre del que lo olvida.
-¡Cabrón, qué hijo de puta!
-Pero Anastasio, ¿te has vuelto loco? ¿Por qué insultas a este señor?
-¡No mujer! Es que me acaba de picar un tábano y al tiempo que le maldecía le he hecho papilla.
-¿Comprende usted ahora lo que le decía antes? - le dijo el señor. La vida es pura lucha por la supervivencia, y cada uno hacemos uso de nuestros medios para defendernos.
-¡Todo lo que usted quiera! Pero a mí me revienta haber tenido que matar a la gata.
-Y le comprendo Anastasio, eso le honra a usted como ser humano y se ve que es usted muy sensible al dolor ajeno, eso es bueno. Pero con lo del tábano ha tenido que admitir que si nos vemos en la disyuntiva en una lucha del otro o yo, evidentemente siempre prima el yo. Es la lucha por la supervivencia. No le dé más vueltas, sólo con verles a los dos se ve cómo querían a Estrella. Comprendo su dolor, les honra, les repito, como personas. Eso me da a entender que jamás harían daño a nadie, a menos que fuese para defender su propia integridad física. ¡Ojalá todos fuésemos como ustedes! Cuántos lo hacen por comodidad, por egoísmo, o por intereses económicos. Cuánta gente compra un perrito en otoño y cuando llegan las vacaciones lo abandonan sin ningún remordimiento en la carretera. ¡Eso sí que es una canallada! En el caso de ustedes, no hay culpables, la gata por un motivo u otro se había vuelto agresiva y resultaba un peligro, ¿era culpable? No. No se podía razonar con ella, obraba por instinto. Y ustedes tampoco son culpables de haber tenido que llegar a esos extremos. Podían haberla abandonado en la calle y ¿qué hubiese sido de ella? Haber tratado de dársela a alguien, y ¿cree usted que un animal que llevaba tanto tiempo con ustedes se hubiese adaptado? Al final tendrían que haber hecho lo mismo o parecido. El animal no tiene capacidad para razonar, obra por instinto, por eso es distinto de nosotros. Si me permiten les voy a contar una fábula:

A la orilla de una charca había un alacrán que a voz en grito le pedía a una rana que le ayudase a pasar al otro lado.
-¡Rana, no seas marrana! ¡No te hagas la sorda!

Ante tal insistencia la rana se acercó a la orilla.
-¿Qué quieres, alacrán?
-Que me ayudes a pasar al otro lado.
-¡Qué gracioso eres! ¿Y si me picas y me matas?
-¡Cómo voy a hacer eso! Moriríamos los dos.
Tras mucho pensárselo la rana aceptó a llevarlo a sus espaldas, pero sin antes advertirle.
-¡No me fio de ti, tío! Porque al fin y al cabo eres un alacrán.
Montó el alacrán y cuando estaban en la mitad de la charca el alacrán hincó su aguijón en el lomo de la rana.
-¡Hijo de la gran puta! ¿Por qué  me has picado? ¡Si ya lo sabía yo!
El alacrán con gesto impasible le dijo:
-Y ¿qué querías que hiciera? Pudo conmigo el instinto.
-¡Lo que eres es un cabrón, que es distinto!
-No, amiga rana, no lo hice porque me dio la gana. Es la naturaleza, la que gobierna mi cabeza. ¿Puedes evitar tú el croar? Pues tampoco yo el matar.
Cuando terminó la fábula, les dijo el señor:
-Así que tranquilos señores, recuerden a su gata con cariño, eso les ayudará a superar la pérdida, pensando que no sufrió al morir, y no tengan remordimientos exagerados, no tenían otra elección. O ella o ustedes, así es la vida nos guste o no. Bueno señores yo les dejo, que pasen un buen día.
-¡Adiós señor, y gracias por todo! -respondieron ellos.
Lentamente se fueron hacia el coche, lo puso en marcha Anastasio y antes de arrancarlo los dos miraron la tumba con lágrimas en los ojos y el alma rota. En su interior un grito unánime y desgarrador ‘¡Adiós Estrellita, cariño mío, regalo de dios! ¡Cuánta compañía nos hiciste! ¡Ojalá haya un cielo donde vivas en libertad, donde un día volvamos a vernos, para disfrutar de tu presencia eternamente, y perdónanos!’.
 

Moraleja:
La vida nos pone a veces
en unas situaciones
de difícil solución.
Si se trata de tú o yo
no tenemos elección…
siempre ganara, el yo

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