(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

domingo, 22 de enero de 2012

La ancianita de mi patio

Me llamo Jacinto, y vivo como la gran mayoría de los humanos en una de esas colmenas que llaman casas, compuestas de sus plantas de tres pisos cada una. Ésta a su vez, está adosada a un sinfín de número de edificios que forman lo que llaman una calle, y que cuando acaba se une a otras de similares características.
Acabo de levantarme de mi siesta diaria, cuando son las seis de la tarde. En principio iba a quedarme en la sala a leer, pero como mi señora está viendo la televisión he tenido que irme a la cocina, que tiene un balcón de dos metros de alto por 1,5 m de ancho.
Hace una tarde radiante, bueno, así me lo sugiere el trocito de cielo que me permiten ver los tejados de las casas. ¡Con qué ganas derrumbaría las fachadas que me impiden ver a mi alrededor!
Me siento como cualquiera de los tiestos que hay en mi balcón, limitados a un pequeño trozo de tierra, o como el pajarillo que oigo cantar, bueno… cantar, eso decimos nosotros. Posiblemente lo que hace con su canto no se diferencia mucho de lo que saldría por mi boca de no contenerme… sapos y culebras, maldiciendo, no el estar vivo, sino el no poder vivir en libertad.
No le falta de nada, lo puedo ver desde aquí, tiene una jaula preciosa, una jibia para que rasque el pico, un trocito de manzana, dos comederos, con agua y alpiste, una pequeña bañera, y por si esto fuera poco, un espejito para que pueda mirarse, cuando tenga ganas. La verdad es que no le presta mucha atención, he podido observar que cuando se acerca al espejo lo único que hace es darle picotazos. Lo que no podría asegurar, es, si los da a sí mismo o a un supuesto congénere. Y no me extraña ninguna de las dos cosas, pues a mí me pasa lo propio, si estoy solo me pico a mí mismo de recuerdos de cómo me gustaría vivir, y si estoy acompañado, pico a los demás a base de ironías, que siempre duele menos que picarse a uno mismo. Aunque esto no es del todo cierto, porque ese comportamiento daña a los demás, pero de rebote, te daña a ti también cuando los demás, hartos de picotazos, te van dejando más solo que la una, como es lógico.
La dueña del pajarito  me comentaba un día en la calle, cuando yo hacía elogios del canto de su canario.
-Tiene usted razón, canta de maravilla, se ve que está muy contento, al fin y al cabo no le falta de nada.
-Sólo una cosa señora, la libertad. Ese pajarillo, como nosotros, no ha nacido para estar enjaulado, lo dicen sus alas, que está hecho para volar y lo grita con lo que llamamos su canto, cuando un gorrión libre trata de acercarse a él para robarle la comida. ¡Tres pepinos le importa que le coja unos granos de alpiste! Lo que de verdad le agita es verle volar al otro y no poder hacer lo propio, por eso se estrella una y otra vez contra las paredes de la jaula.
-Qué imaginación tiene usted, ¿cree que los animales sienten como nosotros? Mi pájaro está muy feliz en su jaula.
-Lo que usted diga señora, yo no sé hasta dónde alcanza un pájaro a sentir, pero sí puedo ver la diferencia que hay entre el suyo y uno que va a haciendo cabriolas por el aire tratando de atrapar un insecto simplemente dejándose llevar mecido por el viento, ¡eso sí que es vivir!, lo otro es sobrevivir, que no es lo mismo.
Os he contado todo esto, como introducción al cuento, que no es cuento, que ahora comienzo.
Frente a la cocina de mi casa, puedo ver durante todo el día cómo una anciana de unos 70 años, a través de la persiana un poco subida, contempla con gesto triste y distante el paso de la vida de los demás y de la suya, si es que se puede llamar vida a dejarse vivir. Su cara lo dice todo, ni siquiera podría decirnos que está triste, más bien podríamos hablar de una indiferencia profunda acompañada por sus aliados incondicionales, la soledad, depresión y falta de amor y comprensión.
La única hija que tiene, cada mañana, sobre las diez de la mañana viene y le levanta de la cama, le peina… etc. Le da el desayuno, arregla la casa y sale pitando por la puerta para ir a su trabajo. Ya le ha dejado a su madre preparada la comida y la cena, le ha advertido que no toque la cocina de gas, ha cerrado todas las ventanas, excepto una de esas abatibles, que permite entrar un poco de aire por la parte superior. Puedo imaginarme la despedida.
-Adiós mamá, hasta mañana.
La madre de pie y de brazos caídos se deja a abrazar, mientras la hija sale después por la puerta deshecha en lágrimas. Ignoro los motivos por los que esa hija no puede tener a su madre en casa, falta de espacio, falta de ganas más por parte de su marido que de ella… ¡Qué más da! Lo cierto es que las cosas están ahí y que esto es sólo un ejemplo de los miles y miles de ancianos que pasan los últimos días de sus vida perdiéndola a trozos y casi abandonados, por una causa o por otra.
Dios mío, cómo hemos podido llegar a tener un mundo, que presume de civilizado y desarrollado, con todo tipo de comunicaciones, donde paradójicamente hay menos comunicación personal que nunca, porque no hay tiempo unas veces y falta de ganas otras. Ayer mismo en el monte, de viva voz, pude oír el comentario de un hijo, cuando salió el tema, que me decía.
-Mira Jacinto, yo cada día voy perdiendo más las ganas de ir a ver a mi madre, que también está sola. Es que mi madre es una pesada, resulta un coñazo, después de que me tomo la molestia de ir a verla cada 15 días, cuando llego no hace otra cosa que contarme penas; que me duele aquí, que me duele acá, que cada día aguanto menos la soledad. ¡Vamos, que se te quitan las ganas de volver otro día para oír el mismo cantar! Si yo la quiero, pero también tengo mis propios problemas, y cuando voy donde ella buscando un poco de consuelo, resulta que no hace otra cosa que darme el coñazo con los suyos.
Yo sonreí levemente, por no llorar, y solamente le hice una pregunta:
-¿Cuándo se cansaría tu madre de oír tus penas…?
-Bueno, ella ya ha vivido su vida, ahora me toca a mí. Así es la vida, qué le vamos a hacer.
-La vida no es en un principio de ninguna manera, es como la hacemos entre todos.
-¡Tú siempre con tus cosas Jacinto, despierta! Vivimos en un mundo moderno, donde los sentimentalismos ya no tienen nada que hacer y si no, y perdona mi franqueza, mírate a ti mismo, lo que te ha aportado ser un soñador y un sentimental. ¿De qué marca es tu coche? ¿Cuántos metros tiene tu piso? ¿Cuántas tarjetas de crédito tienes? ¿Cuántos amigos? ¿A dónde vas de vacaciones? ¿Cuántas veces llevas a tu mujer a cenar fuera de casa? ¿Qué marca de ropa usáis? ¿Cuántas joyas tiene tu mujer?
-Sólo te voy a contestar a la última pregunta- le dijo Jacinto- Mi mujer no tiene ninguna y la tuya no sé cuántas tendrá, porque con una joya como tú… ya tiene bastante.
-¡Tú siempre con tus ironías, hazme caso chaval, y vive, que la vida es breve!


MORALEJA:
Adiós Marcelino,
sigue por ese camino.
Yo seguiré por el mío.
Vivir de espaldas al otro
a aquel que se siente herido
solos con nuestro egoísmo
no es vivir, amigo mío,
pues más tarde o más temprano
habrás de pagarlo caro.

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