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martes, 24 de enero de 2012

El asno y la soga

Hiciera frío o calor, nuestro amigo Nicanor, después de terminar su labor más dura en el campo, ataba a su burro Federico en una huerta contigua a la casa que dedicaba exclusivamente para que el asno comiera a sus anchas. Tenía en abundancia.
Como era un asno muy rebelde tenía que atarle con una soga de unos diez metros, en cuyo extremo iba atada a un gran clavo que luego hincaba en la tierra. Lo mismo hacía con un caballo viejo que por la edad ya era todo pellejo.
A eso de las seis de la tarde, Nicanor sacaba una gran mecedora y se ponía a leer, era algo que le apasionaba.
Poco habría ido a la escuela, pero sí lo suficiente como para cogerle gusto a la lectura.
Leía novelas, fábulas, cuentos y no le gustaba leer el periódico,
consideraba que era una pérdida de tiempo. Decía: “el deporte para los deportistas y la política para los que comen con ella”.
Nunca había prestado atención al asno ni al caballo, pero aquella tarde, mientras comía unas buenas magras de jamón y levantaba la bota de vino, de vez en cuando, se puso a observar primero al asno:
- Lo veo y no me lo puedo creer, ahora comprendo por qué Federico, cuando le traigo al pesebre de la cuadra, come con tanta ansia, tiene menos seso que un tomate. Pues no, que el tío, no hace otra cosa que moverse en una sola dirección. Va en línea recta hasta donde lo permite la soga y retrocede por el mismo sitio hasta donde está el clavo.

Siguió Nicanor observando con mucha curiosidad el comportamiento del animal pero por más que esperó y esperó, al fin se desesperó viendo que Federico no cambiaba la dirección de su hocico.
- Al fin y al cabo – pensó - es un borrico.
Observó luego al caballo y para asombro suyo, pudo comprobar que su comportamiento era muy diferente al del burro. Partiendo de donde estaba el clavo iba comiendo en forma de espiral, de menor a mayores círculos. De esta forma tenía la posibilidad de hartarse de hierba y no como el asno...
- Mira si es espabilado el caballo - comentó Nicanor. Y es que la edad, en algunos casos, hace a los seres humanos y a los animales, a fuerza de la experiencia, más inteligentes. No siempre, porque se puede ser sabio a los veinte y llegar los ochenta siendo un ceporro, todo dependen del interés que uno haya puesto por aprender.
Con estos pensamientos estaba Nicanor cuando pasaba cerca de su casa la maestra del pueblo con su esposo.
- ¡A los buenos días! - les saludó Nicanor.
- ¡Buenos días! - contestó el matrimonio. ¡Qué! ¿Agotando los últimos rayos de sol, Nicanor?
- Aquí ando, bueno, en realidad estoy medio tumbado.
- Se puede estar sentado y caminar la tira, y andando y no saber por dónde andamos - dijo la maestra.
- ¿Ya empieza usted señorita con sus crucigramas?
- No son crucigramas Nicanor, son hechos, me refería a andar con la cabeza.
- ¡Con la cabeza! Ya es difícil caminar con los pies, según por donde uno vaya, como para andar con la cabeza.
- Bueno, dejémoslo señor Nicanor, cada uno anda con lo que quiere o con lo que puede.
El marido de la maestra no se había detenido ante la casa de Nicanor, sino que lo  había hecho como a unos treinta metros.
- Y, ¿qué tal su esposo señorita, sigue dándole a la bebida?
La señorita se puso roja como un tomate, señal de que se estaba conteniendo para no dar una respuesta desagradable.
- Perdone -dijo Nicanor. No he pretendido ofenderla, es mi modo de ser y antes se cambia un cerro que un genio... ¡Qué pena me da ver a su marido! Tan joven y destrozado por la bebida, es una pena. Pero yo me pregunto señorita cómo hay hombres tan peleles, y perdone la expresión, incapaces de controlarse, como si fueran muñecos, actúan como mi burro Federico. Y éste tiene una excusa, no le han dado más cabeza y qué va a hacer el hombre, pero nosotros somos más listos.
- Más listos no sé, Nicanor, pero sí más libres. Los animales, Nicanor, actúan por instinto, como si estuviesen programados, como su burro, ‘pa lante y pa trás’ y no hay más. Imagine que tuviese más inteligencia: mordería  la cuerda y le dejaría a usted con la boca abierta y cara de bobo, viendo cómo se iba camino de la libertad. Pero de donde no hay, no se puede sacar. En cambio nosotros tenemos un don precioso: el libre albedrío.
- ¿Qué es eso? - comentó Nicanor. A mí señorita, hábleme en castellano, pues he ido poco escuela y sólo sé cuatro palabras para defenderme.
- Perdone, el libre albedrío quiere decir que somos libres de hacer lo que queramos, que no somos ni máquinas ni animales, somos mucho más, seres muy especiales, pero débiles y humanos, no divinos y por tanto frágiles. Tomemos el ejemplo de su burro: gozamos de cierta libertad que sería la cuerda, pero de movernos de un modo u otro, nuestra vida es muy diferente, ¿no le parece a usted?
- Desde luego señorita, yo soy un ejemplo que debería seguir su esposo, no tengo ningún vicio. Ni fumo, ni bebo, ni ando con mujeres, si no es la mía.
- Pero alguna debilidad tendrá usted, ¿no?
- Bueno, algo hay por ahí, pero eso es cosa mía.
- ¡No ve, Nicanor! Nadie es perfecto, todos cojeamos de algún pie y el que no lo hace ahora, que espere a mañana. Sin que esto quiera decir que por reconocer nuestras debilidades hayamos de abandonarnos a ellas. La vida, Nicanor, es lucha constante. Cierto, somos como equilibristas andando por la cuerda floja, que sería la vida. Pero por nuestro bien, tenemos que aprender a caminar lo mejor posible. Nos tambalearemos miles de veces, nos caeremos otras tantas, pero debemos levantarnos y seguir, al fin de cuentas eso es vivir. Si por un orgullo mal interpretado cuando nos caemos por querer ser dioses y no reconocer que sólo somos humanos, tiramos la toalla y que se vaya todo a la mierda, lo único que conseguiremos será convertirnos en un trapo. Por tanto, debemos luchar y luchar sin descanso pues, si descansamos tenemos todas las posibilidades de descansar para siempre... y sería una pena. Se nos da una vida que no siempre es fácil, de acuerdo, pero de que sea más menos confortable y agradable, la responsabilidad es nuestra. ¿Cree usted señor Nicanor que a mí no se me cae el alma a los pies cuando veo a mi marido convertido en un esclavo del vino? Pero aún así, no soy quién para juzgarle a él, sólo juzgo sus actos, por el bien de los dos. Pero ya ves, no consigo nada.
Cuando la maestra dijo la última palabra, de sus ojos se deslizaron varias lágrimas. Nicanor se levantó y trató de darle ánimos.
- Tranquila mujer, es una cruz que le envía Dios.
- No, Nicanor, es el resultado de no haber hecho a tiempo el debido uso de la libertad que Dios nos dio. ¿Diría usted señor, que un conductor que lleva en su coche a su esposa y dos hijos y va con dos  copas de más, se estrella, mueren los cuatro y la culpa es de Dios?
- No, desde luego, la culpa sería suya, señorita.
- Pues por eso le digo, Nicanor, que es absurdo culpar a Dios o al destino de aquello cuyos únicos responsables somos nosotros. Le repito, no somos como su burro Federico o el del ejemplo que ponía un filósofo cuyo nombre no recuerdo ahora: “Era un asno que tenía frente a sí dos fardos de paja. Movía la cabeza de uno a otro y pese a que tenía mucha hambre, por ser un asno y no tener capacidad para decidirse por uno o por otro fardo, al final terminó con dolor de cabeza y se murió”.
- ¡Pues vaya a asno más asno! Mira que no saber a qué carta quedarse y morirse - dijo Nicanor.
- Eso, si quiere usted señor, es en cierto modo comprensible, lo que cuesta creer que es que un ser humano disponiendo de más luces que un asno vaya por la vida dando tumbos como si fuera a oscuras. Pero en fin señor Nicanor, así somos, como Dios nos hizo, e incluso muchas veces peor. Lo triste es que todo cuanto hacemos que no debemos se vuelve en contra nuestra. Sufrimos, y como en el caso de mi esposo, hacemos sufrir.
- No le dé usted más vueltas, señorita, mire que yo cuando veo borrachos y drogadictos, ladrones, etc., etc., pienso que Dios lo permite a propósito, para que no nos subamos a sus barbas y nos creamos dioses, para que seamos más humanos, para que tengamos oportunidad de ayudarnos unos a otros. Imagine que todos fuésemos perfectos, autosuficientes. Siendo como somos, mira lo que somos... Pues de no ser por los vicios o defectos, llámelo como quiera, nos tiraríamos a matar. Por eso pienso que en cierta manera, Dios nos ha hecho imperfectos, para que tengamos oportunidad de ser solidarios con los demás.
 - ¡Vaya, vaya! Solidarios, qué palabrita. ¿No decía que no sabía palabras raras?
- ¡Hombre, alguna sé! Y sobre todo ésta. Se oye por todas partes hablar de ella, pero pocos son las que la ven y menos los que la llevan dentro para darle libertad de vez en cuando.
- Perdone Nicanor, yo me estoy quedando fría ya, y mi marido se está calentando, será mejor que me vaya.
- Lo he pasado muy bien señorita, a ver si nos vemos otro día.
- Vale, Nicanor, hasta otro día. 

 Moraleja:
¡Qué fácil es criticar
los vicios de los demás!
Mírate amigo al ombligo
y escucha lo que te digo:
¿Acaso eres tú perfecto?
O más bien será esto cierto:
que todos somos humanos,
frágiles, pero no asnos...

 

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