(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

jueves, 19 de enero de 2012

Vela al santísimo



En un pueblo vasco llamado Santurce vivía un matrimonio. El marido se llamaba Jesús y su mujer Merche. Tenían un hijo de diez años llamado Jon, que no podía negar que era hijo de su madre, pues su rostro era idéntico.
En múltiples ocasiones se habían planteado el hecho de tener un nuevo hijo. Pero las circunstancias económicas y de otra índole no eran favorables. Hasta que un buen día decidieron ir a por otro hijo.
- Merche - le dijo el marido.  ¿Tú qué prefieres, niño o niña?
- A mí me da igual - respondió ella. Lo principal es que nazca sano y yo con vida.
- Tienes razón cariño, estoy contigo. Lo que no puedo entender es cómo hay matrimonios que disputan entre sí por algo que no está en sus manos, sino en las de Dios. Una cosa es que uno desee y otra que impongan condiciones al creador. No es broma Merche, sé de padres que al no tener lo que deseaban, niño o niña, incluso han llegado a aborrecerles.
- Pues menudos idiotas, lo principal en un momento así, es que los dos salgan con bien, luego tanto da, al verlo te olvidas de todo, es tu hijo y basta.
Antes de ponerse manos a la obra, consultaron con Jon.
- ¿A ti qué te parece la idea de tener un hermanito?
- ¿Vas a tener otro niño, mamá?
- Bueno, estamos pensando en ello.
- Mamá, ¿los niños vienen con sólo pensar en ellos? Imaginas cómo quieres que sea, ¡y ya está!
- No hijo, no, la cosa no es tan sencilla. Primero tenemos que ponernos de acuerdo tu padre y yo, luego tenemos que hacer el amor.
- ¿Y qué es eso?
- Pues no sé cómo explicártelo.
- Muy sencillo mamá, siendo sincera, yo lo entenderé.
- Mira hijo, todos los seres de la creación nacen, crecen, se multiplican y al final mueren. Está montado así, Dios lo ha querido así y aunque no lo entendamos, pues nuestra mente no llega a tanto, él sabrá por qué y para qué. Lo que está claro es que para que algo se multiplique, debe unirse a otro.
- Ya me he perdido mamá, no te entiendo.
- Verás Jon, tú en la escuela para hacer una suma de uno más uno, tienes que juntar las dos cifras y el resultado, ¿cuál es?
El niño dudó un momento y contestó:
- Dos.
- Bien, pues para que papá y yo tengamos un niño, juntamos nuestros sexos y viene un niño.
- No me salen las cuentas mamá, si papá y tú os juntáis, tenían que salir dos niños, uno más uno igual a dos.
- ¡Me estás liando niño! Sale un niño o dos, o a veces más.
- Pues no lo entiendo - dijo Jon. Sé más clara, porfa.
- Vale. Mira, tú, papá y todos los hombres, tenéis un pene y dos testículos. Los testículos es donde se fabrican como una especie de bichitos llamados espermatozoides. Las mujeres tenemos dentro del abdomen  un espacio llamado matriz y unos ovarios, que producen unos huevecitos llamados óvulos.
- ¿Como las gallinas?-  dijo el niño.
- Algo parecido, dijo la madre. Pues bien, cuando papá mete su pene en la vagina mía, salen los bichitos que te he dicho antes y van en busca del óvulo. Cuando los encuentra el primero que llega, mete su cabeza en él y en ese momento se cierra el óvulo para que no pase ninguno más, y es cuando de esa unión comienza a formarse un nuevo ser. Tardará en hacerse nueve meses, a mí se me pondrá la tripita muy gorda, señal de que el niño se está haciendo cada día más grande. Hasta que por fin un buen día, el niño quiere salir.
- ¿Y cómo lo sabes tú, mamá?
- Porque me duele mucho la tripita.
- ¿Y por dónde sale?
- Pues por la vagina.
- ¿La vagina es la rajita que tiene mi amiguita Luisa por donde mea?
- No, esa rajita como tú la llamas se denomina vulva, luego el conducto que va desde ahí a la matriz es lo que se llama vagina.
- Qué bien me lo has explicado mamá. No sabes el lío que yo me hacía con todo esto, con los libros y con el maestro, y todo porque me decían las cosas a medias. ¿Y cuándo vais a hacer el amor, para que venga otro hermanito?
- Bueno, eso depende de encontrar un día en el que a mí no me duela la cabeza y tu padre no diga que está cansado y que está muerto de sueño...
- Mamá, tiene que ser hoy mismo, así que tú te tomas una aspirina y papá que se eche la siesta y descanse, porque si lo hace estando medio dormido igual no acierta a meter el pene donde debe, y claro, ¡así no hay manera!
- ¡Qué cosas tienes hijo! Tú no te preocupes que eso es cosa nuestra.
- Vale, mamá.
Un buen día, Jesús y Merche llamaron a Jon y le dijeron:
- Vas a tener un hermanito, hijo.
- ¡Bien, bien, qué alegría! ¿Esta tarde?
- No hombre, habrá que esperar unos siete meses.
- Jon, pon la mano en mi tripita, verás cómo da  patadas el niño.
- ¡Es verdad, mamá! ¡Qué guay! Ya pronto va a salir ¿no?
- Si hijo, en cualquier momento puede ser.
Y así fue. Esa misma noche, Merche comenzó a sentir dolores.

Jesús, todo nervios, la llevó al hospital y allí nació Mikel.
Era un niño precioso y muy tranquilo y sonriente. Pero al cabo de un tiempo algo pasaba en su corazoncito, no funcionaba bien.
Le llevaron al médico y éste aconsejó que el niño debía ser operado.
- ¡No puede ser, Dios mío, es aún muy pequeñito! - dijo Merche.
- Tranquila mujer - le dijo el marido. Hoy en día la cirugía está muy avanzada y no hay problema.
Pero así y todo ambos estaban angustiados.
Jesús lo disimulada, para no hacer sufrir a su esposa, aunque por dentro estaba sangrando. Merche por su parte, estaba como ida, no podía creérselo, andaba de aquí para allá como sonámbula. Hasta que un día les notificaron que el niño iba a ser intervenido.
Se fundieron en un abrazo, mientras veían cómo se llevaban el niño al quirófano.
Fueron dos horas de espera y angustia, hasta que salió el cirujano y les dijo que todo había salido bien. A punto estuvo Merche de darle un montón de besos al médico, pero se contuvo y se los dio a Jesús, no a su marido, sino a una estampita que llevaba de Jesús en la cartera.
- ¡Gracias Dios mío, por dejarle vivir! Cuando tenga tiempo te llevaré una vela a la iglesia.
Comentó  lo de la vela con un tío suyo, y éste, que había sido medio fraile, le dijo:
- Mira Merche, haz  lo que quieras, pero yo pienso que basta con dirigirse a Dios con el corazón, para que él nos entienda. Él conoce todos nuestros pensamientos y deseos. Lo de la vela no es que esté mal, allá cada cual, yo personalmente pienso que no sirve para otra cosa que para dar más humos a gente que tienen más de la cuenta. Pero claro está, esa es mi opinión, cada uno tenemos derecho a tener la nuestra. Jesucristo en el evangelio les dice a sus apóstoles: “Vosotros cuando oréis, no seáis como los fariseos y publicanos, que lo hacen en público para que todos les vean. En verdad que ya recibieron su recompensa. Por el contrario, vosotros metéos en vuestra cámara y allí donde sólo vuestro padre os ve, pedidle. Para hacerlo no seáis muy pedigüeños, él sabe de sobra lo que necesitáis, decid simplemente del padre nuestro...”.
Merche quedó convencida con la explicación de su tío, y no llevó la vela al Santísimo, pero hasta el último día de su vida, en lo más hondo de su alma, llevaría una vela encendida en acción de gracias a Dios por su hijo Mikel.

Moraleja:
La mejor ofrenda a Dios
no consiste en llevar velas.
Oración, y buenas obras...

 

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