(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

viernes, 27 de enero de 2012

Vivir es, resistir y sentir



 Como si le sobraran las fuerzas e independientemente del tiempo que hiciese, frío o calor, Ambrosio cogía su palo y su mochila y se iba a dar un paseo por el monte. Para llegar hasta él tomaba el autobús de línea, que le ponía en los pies del monte en quince minutos.
En el trayecto desde el autobús, Ambrosio podía ver cómo la gran mayoría de los ciudadanos, hombres y mujeres, iban caminando por la carretera. Pero a Ambrosio le reventaba la sola idea de hacer lo mismo, todo el camino inquieto, pendiente de los coches que iban y venían y pisando por la dura carretera.
A él le encantaba pisar por caminos pedregosos o bien alfombrados de hierba húmeda y salpicados de manzanilla, poleo, con abundantes babosas que tenía que esquivar para no pisarlas.
¡A propósito!, en más de una ocasión había visto que las babosas
tenían en un costado de la cabeza una abertura y que por allí copulaban. No pudo evitar pensar en más de una ocasión: ‘Estos animales joden de oído, no es de extrañar que los hijos salgan unos babosos... aun yendo a un conservatorio cuesta aprender a tocar un instrumento como para pretender hacerlo de oído. Pero en fin - se decía - si la naturaleza lo quiere así, por algo será. Ya conozco yo más de cuatro que pusieron los cinco sentidos para tener  un hijo, pero como no disponían del sexto, les salieron unos gilipollas, cornudos, babosos y arrastraos. Así que tienen mérito estos animalitos, que jodiendo de oído, serán babosos y arrastraos, pero no tienen cuernos postizos...’.
Había llovido copiosamente durante ocho días, así que Ambrosio no tuvo más remedio, a su pesar, que quedarse en casa. Pero hoy pensaba desquitarse, salió del autobús como una flecha y se puso en camino en dirección al monte.
Él subía pegado a la garganta, por donde bajaba el agua, un camino pedregoso rasgado por el agua, que por uno de sus lados había formado un riachuelo comiéndose con avidez la tierra y dejando las piedras en cueros.

Como había llovido tanto, el riachuelo se había convertido en un torrente de aguas cristalinas y cantarinas. Obedeciendo al cauce del riachuelo, unas veces recto, otras sinuoso y otras formando grandes pozos, el agua producía diferentes sonidos que a Ambrosio le sonaban como música celestial.
Según iba descendiendo por aquel camino, él cantaba o más de una vez se paraba, miraba al cielo y decía, elevando los brazos: ‘¡Qué bárbaro eres, de echarla que se vea! ¡Qué grande eres, señor! ¡Bendito sea Dios! ¡Luego dicen que toda esta maravilla es producto de la casualidad y de la química! ¡Y una mierda!
¿Quién, metiendo en un gran cajón las piezas de un coche sueltas, por más que espere, conseguirá que se unan y se forme un coche? Nadie, es preciso que un ser inteligente ponga cada una en su sitio, de no ser así, se oxidarán y con el tiempo desaparecerán. De modo - se decía Ambrosio - que toda la naturaleza está clamando por su belleza un hacedor inteligente.
Cómo puede explicarse, por poner sólo un ejemplo, que de la unión de un óvulo y un espermatozoide, se forme un ser que sea ya, desde el primer momento por la multiplicación de la primera célula, capaz de instalarse en la matriz, formar la placenta, el cordón umbilical por donde se alimentará de su madre. Generar una especie de globo, el amnios, lleno de líquido en el cual permanece mientras está dentro de su madre y hace imposible que se dañe, por más que su madre adopte posturas raras.
Un niño que mañana será más o menos inteligente pero que si lo es, será porque alguien más que él, le hizo’.
Y en otras ocasiones hablando sólo se preguntaba: ‘¿Cómo se explica que el pez sierra, cuando está en el vientre de su madre, tenga esa sierra cubierta con una especie de funda gelatinosa para no dañar a su madre? De no ser así al moverse la mataría... pues ahí está la madre del cordero, no se desprende de ella hasta que no sale al exterior. ¿Esto es por azar, por casualidad? ¡Y un cuerno, iros al infierno!’
Otras veces se decía: ‘El ser humano coge piedras, las labra, las amontona y hace una catedral. No digo que no tenga mérito, pero mas mérito tiene el que le hizo ser, pues por sí mismo no es nada, luego, ¿de qué presume?
Y dice que hace, descubre, lo que estaba cubierto, y dice: ¡Qué listo soy! ¿De veras? Listo, el que sin tomar nada, fue capaz de hacer tanta maravilla.
Por muchas cosas maravillosas que haga un ser humano, nunca debe olvidar que cuanto es y cuanto tiene le ha sido dado y que él no hace otra cosa que  hacer mejor o peor uso de ello’.
Como podéis ver, nuestro amigo Ambrosio no se aburría, iba solo, pero siempre acompañado de buenos pensamientos, dándole al coco y no como la gran mayoría, que iban adocenados porque solos eran incapaces de caminar hacia dentro al tiempo que caminaban hacia afuera. Y el caso es que presumían de andar mucho, pero andar es una cosa y saber por dónde se anda otra muy diferente...
A punto estaba ya Ambrosio de llegar a la cumbre, cuando se encontró tumbado, todo lo largo que era, a un pino joven, que a duras penas se sujetaba con unas débiles raíces en el talud.
Entre ambos se entabló el siguiente diálogo:
- Pero ¿qué haces ahí tumbado? - le dijo Ambrosio. ¿No ves que estando así, te va a pisar todo el que pase? ¿Ignoras acaso el refrán: ‘Del árbol caído todo el mundo hace leña’?

El pino, con mucho esfuerzo, levantó un poco la cabeza, le miró con cara de pena y con un hilo de voz le dijo a Ambrosio:
- ¿Qué quieres que haga? Ha llovido mucho, el agua ha descubierto mis raíces y yo he caído al suelo por mi propio peso.
- Ya veo, ya - le dijo Ambrosio. Largo ya eres, pero tus raíces son pocas y delgadas. ¿Por qué no te preocupaste primero de echar unas buenas raíces que te sirvieran de apoyo, en vez de ocuparte sólo de lo de fuera?
- Yo quería llegar lo más pronto posible a ser un pino que al verme los demás se quedaran boquiabiertos por mi tamaño.
- Y, ¿de qué te ha servido? Te ha pasado como a don Pelayo: ‘Cuanto más largo, más payo’.
- Por favor señor, no me trate así. Ahora que estoy en el suelo, he empezado a comprender muchas cosas; como por ejemplo, yo pensaba que todos los pinos que tenía a mi lado eran mis amigos, hemos crecido juntos, compartido la misma mesa, que es el suelo, y contemplado el mismo cielo. Pero cuando me vieron que caía ninguno, me echó una mano, pronto ser desentendieron de mí las ramas donde quise apoyarme al caer, en vez de abrazarme con ellas e impedir que cayera de este modo.
Al decir estas últimas palabras al pino se le saltaron las lágrimas y volvió a caer de bruces al suelo.
- ¡Levanta ese ánimo, amigo! ¡Qué me vas a contar a mí! Hace unos años caí gravemente enfermo. Al principio, unos por curiosidad y los menos de buena fe, se arremolinaron muchos a mi alrededor. Pero pasado un tiempo, se fueron apartando de mí como si tuviese la peste. Unos, excusándose, diciendo que ellos no valían para estas cosas y otros, hartos de que siempre estaba hablando de mi enfermedad. Lo cierto es que unos y otros se lavaron las manos, como Pilatos. Sólo me fueron fieles y lo siguen siendo hasta ahora, mi esposa y mis tres hijas, los demás se apartaron poco a poco y se fueron desentendiendo de mí. Además, amigo Pino, quiero que no olvides esto: aún con la mejor voluntad del mundo, si alguien hubiera caído a un pozo profundo, por más que desde arriba le he echaran una soga, él tendría la última palabra para aferrarse a ella. Con esto quiero decirte que los demás nos pueden servir de apoyo, pero que nadie puede pasar por nosotros lo que es intransferible: el dolor físico y psíquico. Eso es cosa nuestra y no hay que arrugarse por eso, ya decía un filósofo: ‘El dolor, sin grave, breve, y si largo, leve’. Te puedo asegurar, amigo pino, que no hay peor dolor que te duela haber nacido, haber perdido las ganas de vivir, porque el mejor medicamento para seguir vivo es tener ganas de vivir.
El pino volvió a levantar la cabeza y miró fijamente a Ambrosio y le dijo:
- En verdad que es usted digno de admiración, yo le veía pasar por mi lado todos los días y le tenía por un loco, siempre solo, hablando a veces en voz alta, arrastrándose otras, casi sin poder andar y las más dando gracias a Dios por el sol, por el aire, por el verdor del monte, por vivir, en una palabra. En más de una ocasión me dio usted pena, en otras pensé: ‘Este tío está como una cabra’. Hoy, le admiro.
- No pienses, pino, que me ha sido o que me es fácil vivir con ilusiones cuando muchas veces estoy que no me tengo, pero lucho cada día según las fuerzas que tenga, consciente de que si dejo de hacerlo se acabó, y hoy por hoy me gusta la vida. Si algún día dejo de amarla, será como haber muerto aunque camine... pero, ¡dejemos ya de hablar y manos a la obra! Lo primero que tienes que hacer es sacar todo tu amor propio y tu orgullo y tu fe en el que te hizo, que para algo te haría aunque no lo entiendas. Y lógicamente tu capacidad para amar: el sol, el aire, la tierra que te alimenta y el cielo, que hoy estará nublado, mañana raso, pero que con fe en algo o en alguien por muy nublado que esté siempre te parecerá hermoso.
El pino hizo un pequeño esfuerzo por levantarse pero cayó de nuevo al suelo.
- ¡No puedo, no puedo levantarme!
- ¡Claro que sí, amigo! Hay que echarle muchas pelotas al asunto, aquí no valen la fuerza bruta, ni la rebeldía, ni los llantos, aquí sólo cuentan el amor y el humor.
- ¡Por favor!, écheme una mano, Ambrosio.
¡Vale!, pero que no sirva de precedente, tienes que aprender a defenderte, en la a mayoría de las ocasiones por ti mismo si no, ¡lo tienes claro! Si estás que no te tienes, y no te tienes, ¡claro lo tienes...!
Ambrosio sacó de su mochila una cuerda y la ató por la cintura al pino, y con no poco esfuerzo le levantó, le ató a un madroño que era fuerte y que parecía extender una de sus ramas para ayudarles y el pino quedó, no erguido como antes, pero lo suficientemente en pie, como para poder seguir vivo, si luchaba con denuedo toda la vida que le quedaba.
El pino le dio las gracias efusivamente, se fundieron en un abrazo y Ambrosio siguió su camino diario.
Cada día, cuando se encontraban, se saludaban con gran cariño y Ambrosio le decía al pino:
- ¡Animo amigo, tira ‘pa lante’, vivir es hermoso!

Moraleja:
No esperes amigo mío,
si te ocurrió lo que al pino,
caerte por el camino,
a que te echen una mano.
Échale  mucho amor propio,
fe, amor, humor y orgullo
hasta que aparezca el prójimo...

1 comentario:

  1. en este relato veo pinceladas autobiograficas, tiene toda la razon en seguir hacia adelante, hay situaciones en la vida que nos enseñan que es mejor estar rodeado de poquitas personas pero de calidad. me siguen encantando los relatos, muchas felicidades... ah y una cosa curiosa... los nombres propios!!!, me hacen mucha gracia!!!

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