(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

lunes, 16 de enero de 2012

La necesidad

En un pueblecito en la alta montaña, de un lugar que ahora no recuerdo, vivían Fernando e Isabel con sus dos hijos, Pedro y Petra. El lugar era maravilloso, a un palmo de la humilde casa, hecha con troncos y con mucho esfuerzo por Fernando, había grandes pinares, eucaliptales, castaños y ya en la garganta, por donde el agua discurría entre peñas despeinándose juguetona, no faltaban muchos avellanos, alisos y algunos robles.
La casita estaba situada en una amplia ladera de la montaña al amparo de viento del oeste, que cuando por allí soplaba, hacía que los eucaliptos que la rodeaban inclinaran su cabeza hasta casi darse de morros en el suelo, cosa que no le parecía bien a un roble, tanto es así, que más de una vez les llamaba serviles.
- ¿No veis? Yo jamás me inclino ante nadie, soy fuerte como lo que soy... Vosotros en cambio, tan pronto como sopla un poco el viento os inclináis ante él.
- ¡Allá tú! - respondían los eucaliptos.  Tú fíate mucho y puede que un día el viento te dé una sorpresa. Cuando el enemigo es más fuerte que nosotros, es absurdo enfrentarse, tampoco hay por qué arrodillarse, pero sÍ flexibilizarse para no romperse, en espera de tiempos mejores.

Un día, sin avisar, se preparó un huracán que arrastraba todo a su paso; al ver el roble cómo se doblegaban los eucaliptos e incluso la hierba más humilde, él se mofaba de ellos, elevando más sus ramas; pero en una de éstas, sopló el viento de tal modo que el roble se cascó. Fue a dar de narices encima de unos juncos, de los que se había reído en muchas ocasiones viendo cómo se inclinaban tan pronto como el viento arreciaba un poco.
- Nos has hecho la puñeta con tu arrogancia, pero, mirándolo bien, a nosotros tú nos has partido por la mitad pero a ti el viento, por no tener capacidad para ser flexible cuando es necesario, te ha arrancado de cuajo. Nosotros llamaremos a la necesidad como lo hemos hecho en otras ocasiones y poco a poco nos iremos elevando.
Pues como iba diciendo, Pedro y Petra gozaban tranquilamente de aquellos parajes maravillosos, eran aún muy pequeños y el peso del duro trabajo lo hacían sus padres.
Cuando Pedro cumplió doce años y estando con su padre cuidando unas ovejas, le llamó a su lado y le dijo:
- Mira hijo, hasta ahora no he necesitado de ti y además eras muy pequeño. Pero yo cada día voy  haciéndome mayor, la tierra no iba a ser una excepción, da, pero exige, y yo no puedo con todo lo que hay que hacer. Además ya es hora de que tu madre descanse un poco, que bastante hace la pobre. Sabes que de cuando en cuando tengo que llevar unos sacos de trigo al molino para convertirlo en harina y hacer el pan. Pues bien, esta vez quiero que vayas tú, yo te los cargaré en el burro y no creo que tengas ningún problema para llegar, sólo está a cinco kilómetros.
- Pero, ¡qué dice padre! Yo bien quisiera ayudarle pero aún soy un niño, ¿y si se me cae por el camino la carga?

- Muy sencillo hijo mío, llamas a la necesidad, y ya verás cómo ella te soluciona todo.
- ¡Ah, bien, vale! Siendo así, puedo ir cuando tú lo desees, si pasa algo llamo a la necesidad y solucionado, ¿no?
- Claro hijo.

Llegó el día señalado, Fernando cargó en el burro los dos sacos de trigo, y ante la mirada cariñosa y compasiva de Isabel y el gesto orgulloso de Fernando, Pedro cogió el ramal al animal y lentamente se encaminó hacia el molino.
Cuando había recorrido como un kilómetro, una mosca cojonera se posó en el hocico del burro, éste comenzó a girar la cabeza para todos los lados, hasta que por fin consiguió tirar la carga al suelo. El pobre Pedro lloraba desconsoladamente.
- ¡Mamá, mamaaaá! ¡Papá, papaaaaá!
Pero todo era en vano, pronto se dio cuenta que por más que llamase a todos los ángeles del cielo, nadie acudía a prestarle consuelo.
La escena no podía ser más patética, el burro, a su aire, como siempre... Los sacos de trigo tumbados en el suelo plácidamente, y el pobre Pedro llorando a lágrima viva sin consuelo. Cuando se hartó de llorar, comenzó a ver un poco más claro el asunto.
Primero, le vino a la memoria lo que le había dicho su padre: “Si te ves en apuros, llama a la necesidad”.
- ¡Pues claro, mira que soy tonto!
Y sin tiempo que perder comenzó a llamar:
- ¡Necesidad! ¡Necesidad! ¡Necesidaaaad!
Por más que gritaba, la necesidad, según él, no aparecía por ningún lado. En vista de lo cual, cogió el burro del ramal, lo arrimó a una pequeña pared de piedras que había cerca, lo ató a una de ellas, cogió uno de los sacos, y arrastrándolo consiguió ponerlo por el lado contrario de donde estaba el burro.
El problema estaba ahora en cómo echárselo encima al pollino. Con piedras de un tamaño considerable, fabricó lo que podríamos llamar una escalera hasta lo más alto de la pared. Luego poco a poco, y sudando como un pollo, fue deslizando lentamente el saco por ella y cuando lo tuvo arriba, de un empujón lo echó encima del burro. El asno, al sentir el peso hizo un movimiento brusco y dio con el saco en el suelo.
- ¡La  madre que te parió! ¡Con lo que me ha costado! ¡Eres un animal! ¡Eres un asno!
El asno no se daba por enterado, es más, levantó la cabeza, abrió la boca y se puso a rebuznar, como riéndose del pobre Pedro.
Bueno, lo cierto es que después de mil peripecias consiguió cargar los sacos y llevarlos al molino.
De regreso a casa, salieron a su encuentro sus padres y su hermana.
- ¡Qué tal hijo! ¡Ya eres un mocetón! ¿No ves cómo podías hacerlo?
- No crea usted padre que me ha sido fácil. Al poco de salir de aquí, el burro me tiró la carga, y no vea lo difícil que me fue el cargarla de nuevo. Llamé insistentemente a la señora que usted me dijo, a la necesidad, y por más que lo dice no vino.
- ¡Que no vino! ¡Claro que vino, hijo! De no haber venido la necesidad... tú, nunca lo habrías conseguido.
- ¡Ah, ya entiendo! No era una señora, ¿verdad, padre?
- No, hijo, no es una señora, es una situación, en la que todo depende de nuestro esfuerzo, porque en ese momento no hay nadie más que ella y nosotros ¿entiendes?
 - Claro que lo entiendo padre, y ahora mejor que nunca, porque he tenido que pasar por ello.
- Hijo, has superado por primera vez una situación difícil, gracias a la necesidad. No será la última en que la vida te ponga a prueba, la experiencia de hoy te dará fuerzas y confianza en ti mismo y si alguna vez tienes dudas no olvides que la necesidad es nuestra mejor amiga, cuando nadie puede ayudarnos. No somos dioses, pero teniendo confianza en nosotros mismos si queremos podemos hacer más de lo que imaginamos. ¿A que ahora te sientes más hombre, más valiente, y más orgulloso de ti?
- Claro que sí padre, me siento orgulloso de mí y sobre todo de tener un padre como tú y que me trata con dureza para que la vida me sea luego más fácil. Pero a veces te pasas, padre.
- Más vale hijo, pasarse que no llegar. Si te criara entre algodones, me tocarías los ... y tú serías un zampatortas.
Entraron en casa todos y celebraron el hecho, comiendo y cantando hasta el atardecer, cuando vino la necesidad y se los llevó a la cama para descansar.

 Moraleja:
En momentos muy difíciles
algunos claman al cielo
pero pobres infelices
de allí no viene consuelo.
Otros llaman a su madre
es inútil, es en balde.
Hazme caso, de verdad
llama a la necesidad.
Ella acudirá en tu ayuda
¡te lo aseguro, sin duda!



La parte del cuento en la que  el niño llama a la necesidad no es idea original de mi padre.
Es de un cuento que le contaba su madre cuando era pequeño.
El resto del cuento y la moraleja son cosecha suya.

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