(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

domingo, 29 de enero de 2012

La peluquería

Como cada mañana, Arantxa y Begoña, dos chicas jóvenes, acudían a la peluquería. En la puerta había un letrero que ponía: ‘Se arreglan todo tipo de cabezas’.
Estaban en vísperas de Navidad y si bien durante todo el año no les faltaba trabajo, en estos días era agobiante.
Aún no se habían abrochado todos los botones del uniforme, cuando entraron dos señoras: la una llevaba un abrigo de paño, marrón claro y a especie de bufanda rodeándole el cuello, lucía una piel entera de zorra, cabeza incluida, con unos ojos de cristal que a primera vista nadie diría que la zorra no estaba dentro de la piel. Pues no, en esta ocasión la zorra estaba dentro del abrigo...
- ¿Qué va a ser señora? - le dijo Arantxa.
- Pues no sé, niña. Si teñirme, si darme mechas o hacerme algún rizado. ¿A ti qué te parece?
- A mí, señora, lo que usted diga. Usted es la que paga y por tanto la que manda.
- ¡Pues vaya una profesional que estás hecha! Tu obligación es indicarme lo que más me conviene.
Arantxa se mordió los labios por no contestarle de malos modos y le dijo:
- Ya sé que mi deber es orientarla, y usted misma se ha anticipado en el tipo de cosas que puedo hacerle, ahora es usted quien tiene la palabra.
- Bueno niña, empieza por lavarme la cabeza y luego ya veremos. ¡Pero niña, qué estás haciendo! ¿Crees que estás pelando una gallina?

- ¿Por qué lo dice, señora?
- ¿Cómo que por qué lo digo? ¡El agua está hirviendo! ¿Es que eres tonta muchacha?
 ‘La madre que te parió’, pensó Arantxa, al tiempo que se ponía más roja que un tomate. Ganas le daban de arrancarle los pelos, en vez de lavárselos con sumo cuidado para que la zorra aquella no se quejara.
Cuando terminó de lavarle el pelo, volvió a preguntarle que qué quería que la hiciese y como no se decidía, la metió en el secador hasta que se aclarara.
A su compañera Begoña le había tocado una cacatúa de mucho cuidado. Después de poner en el perchero su abrigo de visión, no sin antes pasárselo por los morros a todos para que lo vieran, le pidió a Begoña que le tiñese de color lila y cuando se contempló en el espejo, no le gustó, de modo que mandó que le tiñera de marrón.
De este modo, la señora se deshizo del color lila al tiempo que Begoña se ponía de todos los colores. Entre dientes se dijo: ‘Lo que hay que aguantar’.
- ¿Qué dices niña? - le dijo la señora.
- Nada, nada, hablaba sola.
- Creía que habías dicho algo de mí, porque la juventud de ahora no tenéis vergüenza...
Begoña, que no tenía la paciencia de Arantxa, ni corta ni perezosa la cogió de los pelos, le puso el visón por montera y con una patada en el culo la echó a la calle.
- ¡Desvergonzada, de esto se va a enterar tu jefe, haré que te despida!
¡Haga lo que quiera, señora!
Y cerró la puerta con tanta rabia que al golpe cayó uno de los cristales hecho añicos al suelo.
- ¡Será guarra la tía esta!
- Cálmate Bego - le dijo Arantxa -, ya sabes el lema: ‘El cliente siempre tiene razón’.
Cuando la señora que estaba en el secador vio la leche que tenía Bego, cambió de tono y se quedó más suave que un guante. Pensó para sus adentros: ‘A ver si me achicharran aquí dentro, de esta juventud no me fío ni un pelo. Antes había respeto a las personas mayores’.
Esto último lo dijo sin querer en un tono que le oyó Arantxa.
- ¿A eso le llama usted respeto, señora? Eso no era otra cosa que temor, el respecto se merece por la capacidad de raciocinio y no por la fuerza.
- Como tú digas hija, estáis hoy en un plan que cualquiera os contradice. Aunque ya estoy acostumbrada, tengo una criada de tu edad en casa, que es una sinvergüenza. Tan pronto como le llevo la contraria me salta con alguna patada y tengo que aguantarla, porque he tenido ya varias y todas son iguales...
- Y, ¿se ha preguntado usted si la culpa no es suya? - le dijo Arantxa. Porque lo que no se puede hacer, es tratar a las personas como si fueran esclavos, eso ya pasó a la historia.
En ese momento entraron tres señoras de unos cincuenta años.
- Buenos días.
- Buenos días - contestó Begoña. Siéntese usted, señora.
- ¡Eh!, que voy yo antes - dijo una de ellas.
- Pues pónganse de acuerdo, a mí me da lo mismo una que otra, se llevan ustedes poco...
- Pero ¿qué dice esta descarada? - contestó otra.
- ¡Venga que tengo prisa!
Por fin se sentó una de las tres y mientras Bego trataba de arreglarle la cabeza, que no tenía arreglo, las otras dos comenzaron a pelar a todos los famosos que iban saliendo en las revistas que estaban ojeando.
- ¿Has visto Filomena, cómo se conserva Sara Montiel? Por ésta no pasan los años.
¡Así cualquiera! - dijo la otra. Con el dinero que tiene, se habrá hecho mil veces la cirugía estética. De no ser así, tendría pellejos para abastecer de botas de vino a España entera. Aunque si te das cuenta, lo que no engañan nunca son los ojos y las manos. Bueno, miento, porque hoy en día con las lentillas hasta eso pueden disimularlo.
- El que está buenísimo es mi favorito, Miguel Bosé. ¡Qué hombre, Dios mío!, y qué alto y guapo es. Vamos, que ves esto, ahora piensas en el marido que te toca esta noche, ¡si es que te toca!, que a veces ni eso, y se te pone la carne de gallina pensando cómo lo pasas con él y en cómo lo harías con un tío tan bueno.
- Pues no sé qué te diga, chica - dijo la otra. No sé qué le ves tú, a mí no me dice nada.
- ¡No!, si a mí tampoco me ha dicho nada nunca, porque de hacerlo me derretiría como manteca en llama. En cuanto a qué le veo, me basta con lo que imagino...
- Y, ¿qué me dices de Lolita? Si no fuera porque es hija de quien es, ahí iba a estar, tiene unos morros  de choto y una pinta de camionero...
- Mira Filo, éste es el que me gusta a mí.
- ¿Quién? ¡Ah!, Osborne, no está mal. Pero no es mi tipo, a mí me parece un fantasma, para mí es como un cangrejo, que a la hora de comer le quitas las patas y la cabeza y ¿qué te queda?
 En éstas estaban cuando entreabrió la puerta un hombre maduro, que se dirigió con voz áspera y chillona a la que había entrado con el zorro al cuello.
- ¿Qué? ¿Cómo va la cosa, Julia?
Julia, que no le oía por que estaba con la cabeza dentro del secador, ni se inmutó. Entonces el hombre dio un paso y con las llaves del coche dio unos golpes en el puchero aquel.
 - ¡Juliaaa, Juliaaa!
Julia sacó un poco la cabeza y con cara de mala leche le dijo:
- ¡Qué es lo que haces tú aquí! ¡Es que no puedo estar tranquila un momento!
Sí, mujer sí, lo que no entiendo que es para qué vienes aquí, por más que te quites las canas los años no te los quita ni tu madre... - ¡Calla, grosero! Como tú voy a ser, que te da lo mismo ir de un modo que de otro, si no fuera por mí, daría pena verte.
- La que das pena eres tú, no haces otra cosa que preocuparte del pelo, pero tienes menos seso que un pomelo. Cuando he visto letrero de: ‘Se arreglan cabezas’, pensé que tenían aquí algún psicólogo de esos, que buena falta te hace.
- ¿Qué insinúas, que estoy loca?
- Vamos a dejarlo Julia, no es el lugar ni el momento. Te espero fuera.
Mientras dentro de la peluquería se cocía todo este lío, el marido de Julia se entretuvo en poner un letrero que decía:



Aquí se arreglan cabezas
mas solamente por fuera
porque lo que es a la mía
con coletas o con trenzas
hasta el día que se muera
no la arregla ni su tía.
 

2 comentarios:

  1. una de las protagonistas se llama como yo, que ilusion!!!!, cuanta gente mala hay por ahi y que bien que se refleja en tus relatos.... la verdad es que ojala muchas personas lean estos cuentos porque hacen que se reflexione. de nuevo felicidades y gracias!!!

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  2. Me alegro mucho de que te gusten y disfrutes tanto con los cuentos.
    Un beso guapetona.

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