(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

viernes, 20 de enero de 2012

La monja y el fontanero



Corrían tiempos difíciles en España, acababa de terminar la guerra civil, había muerto mucha gente, las familias estaban la mayoría deshechas.
Los gobernantes incitaban a la gente a casarse y a tener muchos hijos para la patria. En realidad no pretendían otra cosa que mano de obra barata para, como siempre, llenar sus estómagos con el sudor de los demás.
También los curas desde sus púlpitos animaban a la gente a tener muchos hijos para el cielo... ¡Menuda jeta tenían! En el fondo unos y otros pretendían lo mismo, garrapatas ansiosas de encontrar a alguien donde instalarse para engordar a su costa.
De uno de los muchos hogares que siguieron al pie de la letra las indicaciones de estos alicates, nació Pura. Tenía diez hermanos y de uno a otro la diferencia no era más de un año, aquello parecía una conejera.
Un día pasó por la escuela del pueblo una monjita y preguntó a las niñas si alguna quería ir al convento para hacerse monja. Cuando terminó la clase, Pura fue corriendo su casa y se lo dijo a sus padres.
En un principio, estos no querían desprenderse de ninguno de sus hijos, pues aunque vivían en la miseria, se querían todos con locura.
- ¡Yo quiero ser monja!
- Pero hija mía, ¿te das cuenta de que luego casi no nos veremos?
- Prometo escribiros a menudo y venir siempre que me sea posible.
Los padres meditaron sobre el asunto toda la noche, era muy doloroso para ellos desprenderse de Pura. Pero con tantas bocas para alimentar y tenían tan poco, que al fin consintieron en que se fuese.
Al cabo de unos días, la monja vino a recogerla y se la llevó al convento.
Pura estaba muy contenta, comía tres veces al día, no era mucho, pero más que en su casa. Tenía dos hábitos nuevos de novicia y dos pares de zapatos. ¡Cuándo se había visto ella en otra situación parecida! Pasó el tiempo reglamentario e hizo los votos de pobreza, castidad y obediencia, y de este modo de la noche a la mañana pasó de hermana a madre.
Se casó con Dios, así que de un plumazo se convirtió en esposa y madre, sin haber tenido mi marido ni hijos, ¡menudo negocio!
Al principio, como todo, por aquello de la novedad, estaba más contenta que unas castañuelas. No hacía otra cosa que rezar, comer y bordar.
Pero pasados unos años, cuando tenía ya 18, las labores del convento no le llenaban del todo como en años anteriores. Algo dentro de sus entrañas se revolvía pidiendo paso.
Cuando por las noches se quedaba en su celda a solas, se quitaba el hábito y, lo que jamás había hecho antes, se contemplaba en un pequeño espejo que a escondidas le había traído una hermana suya, sin que se enterara la madre superiora.
- ¡Dios mío, pero qué estoy haciendo!
Tiró el espejo al suelo y lo hizo añicos.
- ¡No me dejes caer en la tentación Señor y líbrame del mal...!
Pero ni por esas, algo dentro de sí se revelaba cada vez con más empuje.
Pura era pura y no tenía ni idea de lo que le pasaba, pero estaba asustada. Unas veces tenía calor, luego frío, luego calor, todo su cuerpo pedía a gritos algo, pero, ¿qué?
Comentó lo que le sucedía con una de las madres ya entrada en años, de su total confianza.
- ¡Hermana, hermana, aún me acuerdo de cuando tenía vuestra edad...! Yo también ardía por dentro y por fuera, y ahora, aún en pleno verano tengo frío.
- ¿Y por qué yo tengo tanto calor, madre?
- Pues porque estás en la flor de la vida y el cuerpo te pide guerra. Hacemos voto de castidad, pero a ver quién le pone un bozal al mar, hija mía. Como comer, a cierta edad, necesitamos amar.
- Pero madre, si yo amo a Dios.
- Si hija sí, y yo también, y no está mal, es más, ya lo dijo Él, lo primero amar a Dios, pero añadió, y al prójimo.
- Yo pensaba que con casarme con Dios ya era suficiente y rezando para no caer en la tentación.
- Pues sí hija, a algunas les basta con eso, pero según la naturaleza de cada cual, a otras no les es suficiente y parece ser que es tu caso. Yo creo que debes decírselo a la madre superiora y ella te aconsejará lo que debes hacer. Lo más probable es que te aconseje que cuelgues los hábitos y te cases.
- ¡De ninguna manera! ¡Yo quiero ser monja toda mi vida!
- Pues lo tienes un poco chungo hija, ser monja en tu caso no es nada fácil, además no tiene nada de malo ser una buena esposa, mejor que una mala monja.
- Bueno, gracias hermana, ya veré lo que hago, usted no diga de esto nada a nadie.
Una mañana cuando Pura terminó de lavarse la cara, por más que intentó cerrar el grifo del lavabo que tenía en su celda, no lo consiguió. Llamó a la madre superiora y ésta prometió llamar al fontanero, recomendándole que permaneciera en su celda cuando viniese, para asegurarse de que lo dejaba en condiciones, pues ella tenía muchas cosas que hacer.
Pasada como una hora, llamaron a la puerta.
- ¿Quién es?

- Soy el fontanero madre, abra por favor.
Pura abrió la puerta y ante sus ojos tenía a un hombre joven, rubio, de ojos azules, bien parecido y atlético, que la contemplada de arriba abajo, mientras sonreía con cierta ironía.
- ¿Qué es lo que se ha roto, hermana?
- No soy hermana, soy madre.
- Tanto mejor, más confianza - contestó el fontanero.
- Pues mire, es este grifo que no para de gotear por más que lo aprieto, ¿ve?
El fontanero puso su mano sobre la de Pura para apretar el grifo y en ese instante, por el cuerpo de Pura, pasó como un rayo, recorriéndolo entero y quedándose en su estómago. Sintió primero un escalofrío y luego un calor intenso. Por más que trató de contenerse y disimular, se puso roja como un tomate. Apartó rápidamente su mano y se fue a un rincón de la celda.
- ¿Qué le sucede, madre?
- Nada hijo, no es nada, me pasa a menudo, que me dan sofocos.
- Bueno, pues voy a ver si arreglo esto.
Al tiempo que lo decía se quedó con el torso desnudo.
- Usted perdone madre, pero aquí hace mucho calor y me encuentro así más cómodo, no le importa, ¿verdad?
- No hijo, no, yo también me estoy asando con este hábito.
- No me extraña, ¡quíteselo!
- ¡Pero qué dices, hijo!
- Si aquí no hay nadie - dijo el fontanero.
- Hijo, yo soy una mujer casada y decente.
- Casada, ¿con quién?
- ¡Con Dios!
- ¡Ah, vamos! Ese está muy lejos.
- ¡Un respeto, por favor! Dios está en todas partes.
- Pues nadie lo diría madre, hay tanta gente que pasa necesidades...
Al decir esto, el fontanero miró de reojo a Pura con una doble intención, que a ella no se le escapó. Con mucho disimulo, echó el cerrojo de la puerta, se quitó la toca y el resto no hizo falta que le hiciera ella, el fontanero se lanzó como un tigre, cogió el hábito por abajo y se lo sacó de cuajo por la cabeza.
- ¡Dios mío, Dios mío! Pero, ¿qué haces, hijo mío? ¡Me vas a hacer una desgraciada!
- Usted déjese hacer madre, que en un momento la voy a subir a los cielos y sin escalera.
Pura, al principio se dejó hacer. Pero poco a poco fue cogiendo confianza, se fue animando y colaboró con el fontanero con entusiasmo, para llegar al cielo lo antes posible. Cuando por fin llegaron, como el camino había sido tan largo, se quedaron los dos extenuados tendidos en el suelo.
Unos golpes en la puerta les sacaron de su sueño.
- ¡Abra, madre Pura! ¡Abra, por favor! ¿Le pasa algo?
- ¡No, madre superiora! - contestó Pura.  ¡Ahora abro!
A toda prisa se vistieron los dos, quedando como si tal cosa.
Abrió la puerta Pura y la superiora le pregunto qué por qué había cerrado la puerta. El fontanero salió en ayuda de Pura.
- Mire madre, el grifo cada vez daba más agua, he tenido que cortar la tubería y taponarla, y como he visto que la puerta encajaba a la perfección la he cerrado para que no saldría agua fuera, y que no entrase nadie dentro.
La superiora que tenía más escamas que un pez, no mordió el anzuelo, pero disimuló.
- ¿Y qué tal ha quedado el grifo?
- Bien señora, estaba pasado de rosca.
- Pero si sólo lo usa la hermana.
- Pues eso es lo malo madre, que ha cogido vicio por un lado y se ha pasado.
- No lo entiendo.
- Ni yo tampoco - dijo el fontanero y dirigiéndose a Pura le dijo:
- Madre, cuando tenga algún problema con el grifo, llámeme, que yo se lo pongo a punto en un segundo. Y no trate de arreglarlo usted sola, si no pone la tuerca adecuada no conseguirá gran cosa, el problema seguirá ahí. El agua, como el amor, son difíciles de contener, cuando se produce una pequeña fuga, lo mejor es ponerle remedio lo antes posible. Si no, más tarde o más temprano, revienta por alguna parte.
- Muchas gracias señor - dijo Pura. Lo tendré en cuenta.
- Yo tengo el grifo de mi celda que echa poco agua - dijo la superiora. ¿Qué puedo hacer?
- Lo mejor es desatascarlo, si quiere se lo hago ahora mismo, se sueltan las roscas se mete un palo y como nuevo.
- Bueno joven, ya lo pensaré, ahora andamos mal de dinero.
- Si yo se lo hago gratis.
- Siendo así - dijo la superiora. ¡Manos a la obra!
Los tres se miraron pícaramente y cada cual tiró por su lado. Pura se puso a bordar con más alegría que nunca y la superiora y fontanero se alejaron por un largo pasillo a toda prisa.

Moraleja:
Quién puede parar los vientos,
quién dejar de respirar,
contener el pensamiento,
o deseando, no amar.
No te rompas la cabeza,
sería una gran torpeza,
manda... la naturaleza.

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