(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

jueves, 12 de enero de 2012

La boca y el ano




Rodolfo y su hijo de seis años se disponían a salir al campo para dar un paseo, haciendo ejercicio físico y al tiempo disfrutar de la naturaleza.
Antes de salir de casa, Rodolfo metió en una mochila todo lo que él consideraba necesario para ir al campo: un buen trozo de chorizo, otro de buen pan de pueblo, un pequeño botiquín, unos prismáticos y una pequeña bota de vino.
Una vez que todo estuvo listo, le dio a su hijo Pío una cachava y él cogió un palo de casi dos metros, rugoso pero fuerte, para apoyarse o defenderse si había necesidad.
Era la primera vez que Pío acompañaba a su padre y todo cuanto veía le asombraba.
Lo primero que llamó su atención fue un pastón de mierda a la cual precedían otros de no menor tamaño.
- ¿Qué es esto, papá?
- Es una caca de vaca.
- Pues es enorme, papá.
- ¡Hombre!, date cuenta de que las vacas son muy grandes.
- Sí, pero los caballos no lo son menos y no echan estos pastones.
- Bueno Pío, todos los animales cagan de forma diferente, lo propio ocurre con su lenguaje. Todos emiten unos sonidos diferentes, de ese modo se distinguen unos de otros y se distinguen a la hora de comunicarse. Date cuenta Pío, de que a través de las heces que van dejando cada uno, nosotros podemos saber qué tipo de animales andan por aquí y no digamos si abren la boca, entonces son inconfundibles.
En ese preciso momento se oyó un ruido potente y extraño para Pío.
- ¿Qué es ese ruido, papá?- Eso es el rebuzno de un asno.
- ¡Pues vaya jaleo que arma, papá!
- Sí, hijo.                                                            
- ¿Parece que les gusta a hacerse notar?
- Sí, hijo, sí, y cuanto más grandes son, rebuznan con más fuerza. A los animales pequeños apenas se les oye, aunque también tienen su lenguaje, pero cuanto más grandes son los animales más empeño ponen en demostrarlo.
- ¿Y por qué lo hacen, papá?
- No lo sé Pío, quizás porque tienen la salud del cerdo, mucho tocino y poco cerebro. Presumen de lo que tienen, fuerza física, y luego, les guste o no, tienen que aguantar que las moscas les coman los ojos y el culo, sin poder hacer otra cosa que espantarlas con el rabo. Porque las moscas son más listas que ellos, no se ponen debajo de sus pezuñas, sino donde no pueden echarles mano. ¿Te parece que desayunemos?
- Vale, papá.
Rodolfo sacó el chorizo de la mochila, lo hizo dos trozos y lo envolvió en papel de plata, hizo un pequeño fuego que rodeó con unas piedras, para que el fuego no se extendiera en caso de que hiciera viento, y cuando quedaban sólo las ascuas, metió los chorizos en ellos y los tapó con las mismas.
- ¡Tengo hambre, papá! ¿No estarán ya?
- Creo que sí, voy a sacarlos.
Sirviéndose de unos palos, los cogió y desenvolvió.
- ¡Qué bien huelen, papá!
- ¡Mejor sabrán! ¿No te parece?

Los metió entre pan y pan y le dio uno a Pío, que  le pegó un buen mordisco.
- ¿Qué, cómo está?                                   
 
- ¡Está muy rico, papá!
Rodolfo, entre mordisco y mordisco, echaba un buen trago de la bota.
- ¡Yo quiero vino, papá!
- No puedo darte hijo, te haría daño.
- ¿Y a ti no?
- Yo ya soy mayor, y con medida, puedo tomarlo, pero a ti te sentaría muy mal. Mira Pío, cuando un niño es chiquitín, su mamá le da teta; si le diese unas alubias, lo mataría, su estómago no esta aún preparado para digerirlas, no es que sean malas, ¿comprendes?
- Sí, papá.
De pronto Pío dio un salto todo asustado.
- ¿Qué son estos bichos negros tan pequeños? ¡Me están picando mucho!
- Tranquilo hijo, son hormigas.
- No hacen ningún ruido, papá. De rebuznar como el asno me hubiese dado cuenta enseguida de que estaban aquí.
- Claro Pío, pero son muy listas, se meten en todos los sitios sin que nos demos cuenta y lo mismo pasa con los demás insectos, parece que saben que no deben hacerse notar a tenor de su tamaño y suplen la falta de masa corporal por más masa  cerebral, en ello les va la vida.
- ¡Es maravillosa la naturaleza, papá! ¿Verdad?
- Sí que lo es hijo, cada animal con su propio lenguaje, cada flor con su color y su aroma, y todos están protegidos los unos por su tamaño y los más pequeños por el mimetismo.
- ¿Qué es eso, papá?
- Pues que según donde estén, cambian de color, como el camaleón, o bien son idénticos al terreno que pisan.
- Y el ser humano papá, ¿cómo se defiende?
- El  ser humano, Pío, tiene un arma más poderosa que los animales.
- ¿Sí? ¿cuál?
- Su inteligencia.
- ¿Y qué es la inteligencia, papá?
- Cómo te lo explicaría yo... pues, que es capaz de entender más que los animales.
- ¿Y por qué tú no te entiendes con la madre de mamá?
- Bueno, esa es otra canción, ya me contarás cuando te cases y tengas suegra, si es como tu abuela, con esa no hay quien pueda.
- Pero el ser humano no hace tanto ruido como un buey, un caballo, un elefante, un asno, aunque es grande de mayor.
- Bueno Pío, eso lo dirás tú. Da la casualidad de que podría decirse que en el ser humano están todos incluidos. Los hay que cuando abren la boca, no por el sonido, sino por lo que dicen, no hacen otra cosa que rebuznar, ladrar, relinchar, mugir. Hay un montón que cuando están en presencia de los jefes, la mujer o la suegra, balan como las ovejas.
- ¿Y tú papá, qué haces, rebuznas o balas?
- Yo he procurado toda mi vida dialogar, ¿vale? ¡Que te estás pasando, Pío!
- No te que enfades papá, como has dicho que hacemos de todo.
- Sí, pero no todos, Pío, nosotros tenemos la posibilidad de elegir, el animal no, ¿me entiendes?
- Sí, papá.
- Bueno, ¿qué tal has pasado la mañana, hijo?
- Bien, papá, tenemos que venir más al campo, para que me enseñes otras clases de cagadas de animales. Porque hasta ahora no conocía más que la cagada humana.
- Todavía no sabes nada de la cagada humana...
- ¿Por qué dices eso, papá?
- Por nada, hijo.
- ¡Dime por qué!
- Pues porque la cagada humana está por todos lados.
- ¿Y por qué?
- Pues porque donde quiera que va, la caga.
- ¡No te entiendo!
- ¡Ya me entenderás! Mira, cuando vas por la calle, encuentras cargadas de perro por todas las aceras y tienes que tener cuidado de no pisarlas, ¿verdad?
- Sí, papá.
- Pues con el tiempo tendrás que aprender a distinguir las cagadas que van dejando los seres humanos por todos lados, para evitarlas y ser un hombre como es debido. Porque si no lo haces, serás uno más y mañana cuando seas mayor, te cagarás en lo más barrido, por no haber aprendido. Vamos poco a poco para casa.
- Vale papá.


Moraleja:
¿Quieres conocer a fulano o mengano?
Observa lo que sale de su boca, hermano.
También mírale a los ojos
que son como dos espejos
de lo que en el fondo somos. 



P.D.
Dale a un asno, un gramo de autoridad

y se pasará el día rebuznando.....

2 comentarios:

  1. y ue razon tiene en todo lo que escribe, felicidades!!!, si sirve de algo quiero comentar que da gusto tener todos los dias un relato suyo para leer. muchas gracias!!!

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  2. gracias a ti por leerlos, un beso enorme.¡guapa!

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