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jueves, 26 de enero de 2012

¿De cintura para arriba o cintura para abajo?



Patricia y Julián llevaban quince años de casados. Tenían dos hijos, Geodosio de diez y Pío de nueve.
Geodosio era un niño rollizo, para su edad demasiado alto ya, y su mayor placer era comer y comer. Por el contrario Pío, más bien era un niño raquítico, poca carne y mucho cerebro, no como su hermano, que era todo tocino.

Acudían cada día a la escuela, Geodosio siempre de malhumor, pero llevando en la cartera de los libros una docena de bocadillos. Por el contrario, Pío se levantaba siempre de buena gana, tomaba sobre la marcha un poco de leche y ardía en ansias por llegar a la escuela.
Llevaba dos años consecutivos siendo el primero de su clase. Para Pío, el estudio era una obsesión, no pensaba en otra cosa que no fuera aprender y aprender, tenía curiosidad e interés por todo.

En cambio Geodosio, pasaba de los estudios. Para él lo más importante era la comida y el juego.
- Vamos a ver Geodosio - le dijo el maestro, que era el mismo que el de Pío pese a ser más pequeño, pues Geodosio, pese a que no le gustaba estudiar parece que le encantaba repetir. Esto de repetir le ponía negro a su padre quien le decía:
- Bueno Geodosio, se supone que cuando uno repite de algo que es porque le gusta.
- Pues yo no, padre, yo repito porque me importa un pito.
- ¡Y lo dices así, tan campante! ¿Qué se supone que quieres ser el día de mañana?
- Pues no lo sé, lo que me dé la gana.
- Querrás decir lo que te dejen ser, que al paso que vas, será lo que no quiera nadie. 
Y hablando de lo que le dijo el padre al hijo, he olvidado lo que le preguntó el maestro a Geodosio.
- Veamos Geodosio, ¿qué es filosofía?

- ¿Filosofía? Algo que no entiende ni su tía.
- Te voy a hacer una pregunta más fácil, ¿qué es el trigo?
- Aquello con lo que se hace el pan, ¡no te digo!
- Bien, bien, Geodosio, esto se ve que te va más, pero no sólo de pan vive el hombre...
- Desde luego, señor maestro, de pan, de vino y de lo que caiga por el camino...
Todos los niños se tronchaban de risa con sus respuestas y en más de una ocasión todos a coro gritaban:
- ¡Zampabollos, zampabollos, zampabollos!
- ¡Callaos niños!, por favor - interrumpía el maestro. No está bien que os burléis de él.
A Geodosio le importaba un pito el pitorreo que los demás se traían. Él a lo suyo, como solía decir: ‘el vivo al bollo y muerto al hoyo’.
Por el camino que les llevaba a su casa le preguntó aquel día su hermano Pío:
- Geodosio, ¿no te da vergüenza que todos niños se burlen de ti? No piensas en otra cosa que comer y comer, llenar la barriga... No es que sea malo comer, yo también lo hago, y cago. Pero los seres humanos podemos ser algo más que un simple animal.
- ¿Cómo qué? - pregunto Geodosio. ¿De qué te sirve a ti ser tan listo? Al final irás al hoyo como yo.
- De acuerdo en esto último, hermano, pero como se dice en el Quijote: ‘No es lo mismo morir viviendo, que vivir comiendo’.
- ¡Menudo crucigrama, hermano! Qué más da, al fin todos al mismo sitio.
- ¡No hay quien pueda contigo, Geodosio! No quieres, o no puedes ver la diferencia que hay entre vivir sólo para el estómago o cultivar al tiempo el corazón y el cerebro. Algún día te pesará, hermano.
Pasaron los años, Pío terminó la carrera de filosofía y letras y se colocó en la universidad, donde pronto llegó a ser catedrático. Se casó con una psicóloga, más o menos de su corte, pocas chichas y mucho cerebro y como los dos eran del mismo talante, la cosa salió adelante.
Sus necesidades estaban de cintura para arriba. Para ambos era lo más primordial, lo secundario era de cintura para abajo, que no despreciaban, era complementario. Tan necesario, pero no les quitaba el sueño.
En más de una ocasión Pío decía a quien no comulgaba con sus ideas:
- ¿Qué es más importante, el motor de un coche o la carrocería?
A los que contestaban que lo segundo, él les respondía:
- Con un buen motor, cuatro ruedas y una tabla encima puedes ir tan lejos como si tuviese la mejor carrocería. En cambio con la carrocería sólo, ¿dónde vas, Blas? Las dos cosas son importantes para ir cómodamente. Pero en este caso el motor es lo principal - les decía -  sin que eso quiera decir que no reconozca que en el ser humano el motor es el estómago, la comida la gasolina y que sin esto, lo demás no funciona. Os repito que no seríamos capaces de soñar si en primer lugar no comiéramos. Lo triste es que muchos sólo comen para cagar, en cambio otros comen para soñar despiertos, ¡esa es la diferencia!
Nuestro amigo Geodosio se quedó en el pueblo. Abandonó pronto los estudios, pues en la escuela se aburría sobremanera. No es que el campo fuera lo suyo, sí, lo que le daba. Pero pronto tuvo que aprender que si quería que el campo le diera algo él tenía que estar todo el día dale que dale. Hoy al arado mañana a la azada...
Como era un hombre robusto, cuando terminaba las labores del campo aún le sobraban fuerzas para agotar las pocas que tenía su mujer Filomena. Este era el nombre de la que eligió por esposa.
Filomena era una mujer menuda pero, menuda mujer, pequeña, vivaracha y con media libra de carne sobre sus doscientos seis huesos. No es que se hubiese cultivado en la universidad, lo había hecho con la experiencia de la vida, que es la mejor escuela. Y si bien no tenía ninguna carrera, había corrido mucho más que Geodosio, que a pesar de pesar noventa kilos de tocino, no tenía nada que hacer con ella.
La casa era un infierno en llamas, todos los días tenían alguna pelotera. Filomena era una mujer muy sensible, con ansias de trascender. Su mayor pena era que el pene de su marido no funcionaba como debiera y no tenían aún ningún hijo. Porque su vida con aquel leño al lado, cada día le era más insoportable.
Geodosio estaba siempre pensando en lo mismo, podéis imaginaros en qué, siendo de esos que tienen el cerebro entre las piernas...
- ¡Qué buena éstas, Filomena! ¡Tienes un culo como un mulo!
- ¡¡Déjame en paz, animal!! ¿Dónde ves tú un buen culo, si estoy en los huesos? ¡El que hambre tiene con pan sueña...!
- A mí me pareces hermosa, querida esposa.
- ¡Qué sabes tú del querer, del amor verdadero! ¡A ti sólo te preocupa meterla por el meadero! ¡Madero! ¡Jamás te he visto acariciar a un animal, contemplar asombrado un paisaje, oler una flor, leer un libro, trasladarte al infinito con una buena música...!
- ¡Ya me estás hartando, Filomena! Yo no necesito ir al infinito oyendo música, me he basto con el ruido que haces tú cuando te vuelvo loca mientras te hago el amor.
- Pero, ¡qué ruido ni qué leches, si no hago otra cosa que quejarme de soportar noventa kilos de tocino sudoroso! ¿Acaso pensabas que era de placer? ¡Pues de eso nada, monada!
Geodosio no se dio por enterado, cogió a Filomena por la cintura y le dijo:
- ¡Ven aquí, criatura, que hoy te voy a hacer una desgraciada!
- ¿Hoy? ¡Lo soy desde el día que te conocí!
- ¡Vamos, no seas tonta! Si yo sé que también a ti te gusta.
- Y, ¿quién lo niega? Pero con amor, no como los perros, mete y saca, y al fin ¿qué sacas?
- Qué, no sé, Filomena, pero yo me quedo como flotando, como ido.
- Flotando estás siempre, y no te costará mucho, porque cada día estás más gordo, pareces un globo.
- Bueno, déjate de rollos, ¿está la comida?
- ¡Sí hombre, tú a lo tuyo, comer y copular!
- ¿Qué es eso de copular? - dijo Geodosio.
- ¿No piensas en otra cosa, y no sabes lo que es?
- Pues ya ves... - dijo Geodosio.
- Ya veo, ya, lo que no quisiera es verte pensando siempre en lo mismo...
- ¡Y dale! Hoy te ha dado por meterte conmigo ¿Qué culpa tengo yo de ser así? A ti te gusta soñar, pues sueña. A mí me gusta comer y copular, pues déjame que copule, que mientras copulo, te toco el culo y eso, ¡bien que te gusta! ¿eh?
- Lo que tú digas, ¡vete a la mierda!

Moraleja:
Que necesitas dormir,
copular y respirar...
Forma parte del vivir,
pero no olvides amar...

 

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