(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

domingo, 22 de enero de 2012

El condenado a muerte



Desde muy joven, Jesús fue tratado por la vida de un modo poco generoso. Su madre María fue abandonada por su esposo cuando llevaban diez años de casados, fruto de este matrimonio eran Jesús y cuatro hermanos más.
El padre, como digo, se desentendió por completo de ellos, de modo que la madre hizo todo lo que pudo para sacarlos adelante. La pobre mujer se pasaba todo el día trabajando y cuando llegaba a su hogar, tenía que hacer la casa y la comida para el día siguiente. Los niños, al no haber nadie que les vigilara durante el día, haraganeando por las calles del barrio. No tardaron mucho en convertirse en delincuentes, se unieron a una pandilla y formaron una banda que se dedicaba a cometer pequeños robos primero, que poco a poco fueron derivando en delitos de mayor envergadura.
No acabaríamos nunca de contar todas las atrocidades que llevó a cabo aquella banda, por tanto vamos a centrarnos en la vida nuestro amigo Jesús. Si bien es cierto que los hermanos de Jesús cometieron fechorías durante toda su vida no lo es menos que Jesús, por no sé qué oscuras razones, era más predispuesto a cometer delitos graves.
Ya tenía 20 años, tomaba heroína, y un día que no tenía dinero para comprarla salió a la calle dispuesto a conseguir el dinero como fuera. Eran las dos de la madrugada, él vagaba por las calles más solitarias en busca de una víctima propicia. Al doblar una esquina se topó con una joven de su edad, que se precipitaba para llegar a casa lo antes posible. Jesús no lo dudó un segundo, sacó su navaja y con la velocidad de un rayo se la puso a la joven en el cuello, al tiempo que le instaba con firmeza para que le diese todo el dinero que llevaba encima. Ambos forcejearon por unos momentos, la chica se resistía dando gritos, mordiscos y patadas...Y de pronto el silencio más absoluto, la navaja había atravesado el cuello de la joven, dando paso a sangre en abundancia. En menos de dos segundos se quedó blanca con los ojos desorbitados y los dedos, que hace poco se aferraban al cuello de Jesús, se fueron desprendiendo poco a poco hasta caer con el resto del cuerpo en el suelo. Precipitadamente Jesús buscó en todos los bolsillos y cuando en uno de ellos encontró una cartera abandonó el lugar como alma que lleva el diablo.
No había corrido cien metros, cuando oyó la sirena de la policía, miró hacía atrás y pudo comprobar que el coche policial le pisaba los talones.
-¡Alto o disparo! 
Por tres veces consecutivas se oyó el aviso, al cual Jesús hizo caso omiso. De pronto cayó al suelo herido en una pierna.
-¡Hijo de puta! ¡Suéltame, cabrón!
Mientras decía esto, un policía le ponía las esposas, al tiempo que le leía sus derechos. Después le llevaron al hospital para sacarle la bala, y a los tres días el juez ordenó su ingreso en prisión, previa firma por parte de Jesús de su declaración como culpable de asesinato.
Le llevaron a una cárcel de máxima seguridad, al año fue juzgado y condenado a muerte. Cuando Jesús oyó el veredicto se quedó sin sangre en las venas, él no esperaba que le condenasen a muerte, a lo sumo que le cayeran veinte años de cárcel. Fue conducido por dos policías a un furgón, que le condujo a otra prisión especial donde tenían lugar las ejecuciones.
Jesús había hecho todo el viaje como si fuese inconsciente, se despertó cuando el carcelero cerró la puerta bruscamente al tiempo que daba un cerrojazo. Allí estaba Jesús con Jesús, solo como la una, entre cuatro paredes mugrientas, un camastro y un balde para satisfacer sus necesidades fisiológicas.
Serían las diez de la noche cuando abrieron la puerta y apareció el alcaide de la prisión escoltado por dos policías.
-Buenas noches Jesús.
-¡Serán para ti cabrón! Que lo que es para mí…
-Mira Jesús, será mejor que te calmes, yo no tengo la culpa de tu situación, solo soy un funcionario del estado y me limito a cumplir órdenes.
- Y ¿soy yo el culpable de que el estado a quien usted sirve, no me diese la mínima oportunidad para servir para algo?
-Te comprendo perfectamente Jesús, sé que en muchas cosas somos víctimas de las circunstancias, pero qué quieres que yo le haga, no la tomes conmigo, yo sólo soy un mandao…
-Disculpe señor, yo sé que usted no tiene la culpa, pero créame, yo tampoco la tengo de un modo absoluto. ¿Y cuándo me van a matar?
-Por favor Jesús, matar es una palabra muy fuerte.
-¿Sí? ¿Y cuál es mejor, ejecutar? Tanto da señor, al fin y al cabo matar. ¿Cuándo me van a linchar o liquidar?
-El día 12 a las 12 - dijo el alcaide.
-¿A cuántos estamos hoy? Ay Jesús ¡Jesús, Jesús! ¡Qué coña! ¿Y esto no tiene vuelta de hoja?
-Me temo que no Jesús, a menos que venga un indulto del gobernador.
Un ‘buenos días’ interrumpió la conversación, era el cura de la prisión.
Todos contestaron al saludo menos Jesús.
-¿A qué viene padre?- dijo Jesús - ¿A darme la extremaunción?
-No hijo, no, venía por si querías confesarte.
-¿Para qué me serviría eso? ¿Acaso evitaría mi muerte?
-La muerte del cuerpo no hijo, pero sí la del alma.
-¡Déjate de monsergas, padre! ¿Qué es el alma sin el cuerpo?
-Mira hijo, el alma es la parte espiritual que hay dentro de todos nosotros. Para que me entiendas, una flor tiene pétalos, tallo, etc… el aroma que despide es su alma. Nuestro cuerpo es la parte material y del mismo modo, que aunque la flor se seque su aroma ha ido a formar parte del universo y es inmortal, porque no es materia que se pueda corromper como nuestro cuerpo, cuando nosotros morimos, la parte espiritual que es energía no muere y se une al creador, que es pura energía inteligente.
-Se lo tiene bien montado ustedes, como por un lado el ser humano no quiere morir, y por otro para no desesperar tiene necesidad de esperar, se meten las religiones por medio como la mejor panacea para solucionar todos los temores ofreciéndole a cambio la vida eterna. Y lo curioso padre es que hasta yo, que nunca había pensado en dios, ahora que estoy al borde de la muerte, lo hago cada momento. De no ser así me volvería loco, moriría matando o me suicidaría para acabar cuanto antes. Mi madre me enseñó a creer en dios y a ir por el buen camino, pero yo y las circunstancias hicimos lo contrario. Y ahora que ya es tarde, quisiera cambiar, pero ya es imposible.
-Mira hijo, puede que sea tarde para los hombres, no para dios.
-¿Usted cree, padre?
-Si Jesús, yo creo firmemente en todo lo que te he dicho, y que después de esta vida, nos está esperando otra al lado del señor donde no tiene cabida el desamor. Porque todo lo que sucede en la tierra es producto del egoísmo y la envidia. Unas veces pagamos unos y otras otros.
-Padre, pese a sus promesas, yo no quiero morir.
-Normal hijo, y así debe ser, hay que amar la vida hasta el final, siempre hay alguien o algo por quien hacerlo.
-Padre, si mal no recuerdo uno de los diez mandamientos es: no matarás. Bien, yo maté, porque soy un delincuente, pero cómo se entiende que ciudadanos honestos, o al menos así se llaman, me maten a mí en nombre de lo que ellos llaman justicia.
-Una cosa, Jesús, es la justicia humana y otra la divina. Tú confía en dios, hijo, que es el único justo y dará a cada uno según sus obras, pero sobre todo según su corazón, atendiendo a los sentimientos más hondos y sinceros que él solo conoce. Es más Jesús, yo me atrevería a decir que a todos nos perdonará independientemente de lo que hayamos hecho, por algo es nuestro padre. ¿Qué ofensa no perdonaría a un hijo? Bueno hijo, yo tengo que marcharme, ya vendré para acompañarte en el último momento.
- Adiós padre, después de oírle me quedo más tranquilo, y rece por mi alma por si acaso, ¿vale?
-De acuerdo Jesús.
Llegó el día señalado, Jesús no había pegado ojo en toda la noche, no estaba nervioso, tanto lo había esperado, que su cuerpo y su mente estaban listos para rendirse a la muerte. A las doce menos cinco se abrió la puerta, allí estaban con caras de cera, el alcalde, los curas y los policías.
-¿Ya?
-Si hijo, dijo el padre, coge tus cosas si quieres.
-Para qué nos sirve todo en el último momento padre, a donde voy no puedo llevarme nada.
Los policías le cogieron del brazo y muy lentamente le condujeron a la cámara de gas. Antes de que le vendaran los ojos Jesús miró uno a uno a los que estaban al otro lado del cristal. Vio caras, de pena, de odio, de indiferencia, morbosas… y pensó:
-Yo sé a dónde voy, pero mirándolo bien, no me importa tanto irme de un mundo donde abundan tantas maldades en el corazón de los seres humanos.
La cámara se cerró, a Jesús le vendaron previamente los ojos y uno de los policías con lágrimas en los ojos le dijo:
-Respira hondo, será más fácil.
Poco a poco se fue llenando más la cámara de una especie de humo blanco, Jesús se agitaba frenético, sus manos se crisparon en  la silla, hasta que poco a poco se fueron abriendo sus dedos, dando paso a la muerte.
Muchos de los asistentes se preguntaron:
-¿Quién es más asesino, él a quien la vida le dio todas las facilidades para serlo o nosotros a quien nos trató como príncipes y nos tomamos la justicia a nuestro modo, matándolo?





MORALEJA:
Hay que castigar el mal,
pero lo que es una pena
es la pena capital
impuesta como condena.
Ya lo dijo Jesucristo
El que esté libre de pecado…
Que yo comparto e insisto.

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