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viernes, 13 de enero de 2012

¡Vamos de boda!

¡Vamos de boda!
Hacía dos meses que Pili y Andrés habían recibido la invitación para la boda de una hermana de Andrés. Tenían que preparar muchas cosas, ropa, calzado para ellos y los dos hijos.
El primero se llamaba Facundo, que no parecía de este mundo, lo digo por lo feo que era.
El segundo se llamaba Emeterio, que mejor estaría a veces en el cementerio, pues pese a que ya tenía 16 años, seguía siendo maleducado, grosero y está siempre haciendo el tonto, cosa que hacía sin gran esfuerzo.
Ya se había puesto a la mesa Andrés, con el pelo alborotado y sin afeitar, en pijama ¡vamos!, como había salido de la cama. Pili, como de costumbre, al salir de la cama se puso nada más que una bata llena de pelotas, por las mangas y el trasero, ¡tiene pelotas la tía! ¡Valiente guarra! Había ido al lavabo, y con los dos índices hizo como que se lavaba, dando indicios -por lo de índices- de ser una cochinaza. Con la toalla se quitó las legañas y para rematar se quitó los mocos.
Ahora estaba en la cocina preparando unos huevos revueltos para toda la familia, la verdad es que nada más ver aquellos huevos se le revolvía a uno el estómago. Facundo por el contrario era un muchacho limpio y educado. Se duchó, como cada mañana, y se puso a la mesa impecablemente vestido.
Emeterio se pasó media hora buscando las zapatillas, pues al acostarse había mandado una al cielo y la otra al infierno. Se puso los calzoncillos al revés, y cuando fue a orinar, no había manera de sacar la flauta por ninguna parte, así que tiró de pantalones y se sentó en la taza del váter. Para aprovechar el momento, hizo mayores y menores, luego se mojó un poco el pelo y la cara y en pijama se puso y dispuso a desayunar en la mesa.
Pili fue echando en la mesa aquella pasta amarilla y blanquecina que había conseguido en la cocina. Sólo Facundo puso un gesto de desagrado, los demás, se lo metían como los puercos, ellos no hacían otra cosa que tragar, y para eso tanto daba una cosa que la otra. En cambio Facundo, comía con todos los sentidos y por tanto era más exigente.
-¡Qué te pasa Facundo! -le dijo su madre. ¡Tú siempre el mismo! Quejándote de todo, no nos ves a nosotros.
-Ya os veo, ya, y preferiría no veros.
-¡Qué has dicho!
-Nada papá.
-¡Ten cuidado con lo que dices! Que tú eres tan fino como Don Rufino.
-Y ¿quién era Don Rufino?
-Pues no lo sé, pero mi madre me decía: ¿sabes lo que decía Don Rufino? Que limpiarse con la mano es de cochinos. Y ¿sabes lo que debe de contestarle? Que peor es no limpiarse.
-Y ¿a qué viene esto ahora papá?
-A que comas y calles y no seas tan delicado, que no pareces de la familia.
-Ni falta que hace -dijo Facundo por lo bajinis.
-¿Qué has dicho? -le dijo la madre.
-Nada mamá, qué calor hace.
-¡Ah! Creía…, ¡Ten cuidado con lo que dices! Que un día te voy a romper un plato en la cabeza, ¿vale?
Cuando Pili se sentó en la mesa les dijo:
-Bueno ya sabéis  que se casa la tía Tiburcia el domingo y estamos hoy a jueves.
Emeterio se echó unas  carcajadas sonoras.
-¡Y tú de qué te ríes gilipollas! - le dijo Andrés. Del nombre de tu tía, pues ¡podías reírte de tu puñetera madre!
-¡Oye Andrés, no te pases! Que para puñetera la tuya.
-¡Vete a hacer puñetas! Un día…
-Un día ¿qué?
-Nada, mejor me callo Pili.
-Pues como os iba diciendo -continuó Pili- la tía Tiburcia se casa y tenemos que ir todos a la boda impecables, aunque luego estemos todo el año a la luna de Valencia. Esta tarde iremos todos de compras para que todo vaya milimetrado. Cogeremos el metro e iremos al centro.
Llegó el domingo y cada uno se puso lo que había comprado, la verdad es que daban el pego, aunque la verdad como dice el refrán “aunque la mona….
Llegaron a la iglesia los últimos y armaron tal lío al entrar que todos se dieron cuenta de su presencia. El sacerdote en ese momento le preguntaba a Felipe:
-¿Quieres Felipe a Tiburcia por esposa?
-Bueno, cargaré con ella, si no hay otra cosa….
-¡Cómo! Tienes que decir, sí o no.
-¿Y si digo que no?
-Pues no os caso.
-No le haga caso -dijo Tiburcia- que éste es un caso, como para salir en el Caso, o ¿es que acaso no quieres casarte? Porque si no van a tener que llamar al Ocaso.
-Lo que tú digas Tiburcia.
-Lo que yo diga no, tienes que decir tú, sí.
-Pues sí, señor cura.
-¡Amén! Pensé hijos míos que esto no acabaría nunca, aunque la verdad acaba de empezar… -dijo el cura entre dientes y con sorna.
-¿Decía algo padre?
-Nada hijos, nada, ya os enteraréis de lo que vale un peine.
-Si yo conozco todos los precios de la plaza del mercado -dijo Tiburcia con cara de mema.
-Vale hija, vale, yo no hablo de precio.
-Felipe, hijo mío -le dijo el cura- te llevas una mujer de bandera.
-Ya lo sé padre, es tonta de capirote y con bigote, pero es buena.
-Pues enhorabuena.
-Gracias padre.
Deseando estaban los novios de que terminara el banquete, y como los invitados  se hacían los remolones, en un descuido, con el pretexto de tomar el aire, se fueron a lo suyo. Directamente se fueron al piso que habían puesto a todo detalle.
-¡Cariño! ¿No me coges en brazos para entrar?
-¡Sí mi vida! De poco se me olvida.
Felipe cogió a Tiburcia y se fue directamente al dormitorio. Allí la dejo caer como si fuera un saco de patatas. Cayó de tal modo que los pies se quedaron hacia arriba, de modo que enseñaba unas buenas piernas y las bragas. Felipe no se lo pensó dos veces, y de poco se mata, pues pegó con la cabeza en el cabecero de la cama. Del golpe se hizo un chichón en la frente.
-Cariño ¡qué huevo tan grande tienes!
Felipe se miró entre las piernas.
-No, si no me refiero a esos, es en la frente -dijo Tiburcia.
-¡La madre que me parió! Me acabo de casar y ya me están saliendo cuernos.
-Anda cariño, hazme el amor, ¡tigre, que eres un tigre!
-Lo que soy es un huevazos.
-¡No seas tonto si sólo es uno, ya se deshinchará!
-Lo malo es si te hinchas tú,… voy a ponerme un profiláctico.
-Y ¿eso qué es?
-Un impermeable cariño.
-Pero si aquí no llueve Felipe
-Llover no, pero puede que nieve Tiburcia.
-¡Dios mío! ¿Qué es eso Felipe?
-Nada. Allá voy.
-¡No, que me harás daño!
-No mi vida, sólo la puntita, lo demás para empujar…
Se quedaron al final profundamente dormidos, les despertó el olor a comida que venía del patio.
-¿Tienes hambre Felipe?
-Sí mi vida ¿y tú?
-Yo hambre de hombre.
-¡Hombre! Yo pensaba que habías quedado satisfecha.
-De eso no me canso nunca cariño, ya sé que no soy muy lista para otras cosas pero para esto soy muy espabilada.
-Pues tendrás que esperar a que coma, por que si no como, ¿cómo?
-¡Qué felices vamos a ser Felipe todo el día en la cama!
-Y ¿quién va a hacer la casa y las cosas?
-Mira Felipe la casa ya esta hecha hace diez años y las cosas, ya se harán, tú… ¡hazme cositas!
-¡Y parecía tonta cuando la compré!

Moraleja:
¡Viva la gente sencilla!
Incluso a veces patosa
pero que a nadie humilla.
No les da pa’ otra cosa
que
pa’ vivir a su aire
y sin hacer daño a nadie.





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