(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

domingo, 22 de enero de 2012

El rico convertido en mendigo.





- ¡Abuelaaa! Saque una papeleta, que ya ha terminado el cuento.
- ¡Déjala, Agapito! A medida que nos vamos haciendo mayores, nos ocurre que durante el día, nos dormimos sin darnos cuenta, y el caso es que luego por la noche, las personas mayores no consiguen conciliar el sueño.
- ¡Ahora me tocaba a mí! - dijo Agapito.
- Pues cuenta uno - le dijo su madre.
- ¡Agapito, toca el pito, pajarito!
- ¡Calláos de una vez! - dijo Pío -, y dejad a vuestro hermano en paz.
- ¡Allá voy! En una provincia de Andalucía y en un gran cortijo, vivía un señor muy rico con su esposa y sus cuatro hijos. Tenía muchos criados a los que pagaba poco y exigía mucho y a quienes trataba peor que a sus perros. Estaban atemorizados, lo mismo que su propia familia, a los que o ignoraba o maltrataba a cada instante. Había heredado de sus padres una gran fortuna y él no hacía otra cosa que dilapidarla, en juegos de azar o en juegos con los amigos. A su mujer le daba el dinero con cuentagotas. O sea, que aún siendo ricos vivían con estrecheces.
- ¿Por qué no le manda a paseo? - le decía una de las criadas a la señora.
- No lo sé Juana, los niños son pequeños y yo no sabría cómo salir adelante.
Un día por la mañana, del cuarto del amo se oyeron unos gritos:
- ¡Juan, ven en seguida!
El criado fiel, se apresuró a ir a su encuentro, mientras se vestía por el camino.
- ¡Cómo tienes la poca vergüenza de presentarte ante mí con esa facha! - al tiempo que le cruzaba la cara con la fusta.
- ¡Cuando te llame, quiero que estés aquí en el acto! ¡me entiendes, pedazo de mula!
- Sí, mi amo, pero no me pegue más, por favor.
- Prepara todo lo necesario, que quiero dar un paseo por el campo a caballo, tú vendrás conmigo.
- Perdone señor, pero tengo casi cuarenta grados de fiebre, toda la noche he tenido escalofríos y casi no puedo andar.
- ¡Déjate de historias! ¡Tú estarás enfermo cuando yo lo diga! ¿Me entiendes?
- Sí, señor.
- Pues, ¡hale, anda listo! 
El pobre criado preparó los caballos ante la mirada atenta y cruel del amo. Cuando todo estuvo listo, montaron y salieron a campo abierto.
El paisaje era maravilloso, enormes olivares plantados con tal simetría que los más lejanos parecían ejércitos listos para entrar en batalla.
- Juan, hoy me apetece lanzarme a toda máquina a través de los olivos.
- Tenga cuidado señor, que puede desbocarse el caballo y aquí sería muy peligroso.
- ¡No seas cagón! A Lucero lo tengo yo controlado, si se le ocurre desmandarse lo mato.
- No lo pongo en duda señor, lo malo es que no le dé tiempo a hacerlo.
- ¿Que insinúas, que puedo matarme? ¡A mí no me mata ni Dios! ¡Qué más querríais todos vosotros! ¿Eh?
- No le niego señor, que cuando me pega, a veces le deseo la muerte, pero yo soy cristiano y al punto le pido perdón a Dios por ese pensamiento.
- ¡Qué dios ni qué puñetas! ¡Aquí no hay más Dios que el dinero, métetelo en la cabeza! ¿Dónde está tu Dios, cuando te pego, llevado de mi malhumor? ¿Por qué no viene a ayudarte?
- Dios tiene mucha paciencia, señor, y más tarde o más temprano, da a cada cual su merecido.
- ¡Cuentos chinos! ¡No me vengas ahora, Juan, con los sermones de los curas! La religión no es más que una droga para la gente que no tiene un duro, les prometen que en el otro mundo 
serán los primeros y que no se preocupen de ser aquí los últimos. ¡Valiente gilipollez! Ellos, por si acaso, aquí viven como Dios. ¿Cuántos curas y monjas has visto tú pidiendo por la calle y durmiendo en el suelo?
- Dios se cuida de ellos, porque son sus ministros, señor.
- No, Juan, cuidan de ellos cuatro ignorantes cómo tú, que creen en sus sermones. Si los gobiernos los mantienen, es porque les interesa que tengan al pueblo aborregado, así que unos con las armas y otros con las oraciones, tienen al pueblo amordazado.  Insisto Juan, no se si habrá Dios después, pero aquí, Dios es el dinero. Y dejémonos de puñetas, que he venido al campo a disfrutar de él y no a oír sermones.
Sin decir más, picó espuelas y a todo galope se metió entre los olivares, seguido a gran distancia por el pobre Juan. Este, pudo ver cómo el caballo de su amo se desbocaba estrellándole contra un gran olivo. El caballo siguió galopando y cuando llegó Juan, vio a su amo tendido en el suelo sin conocimiento.
- ¡Amo, amo! ¿Qué le ha pasado?
El amo no contestaba. Juan no sabía qué hacer, así que de un modo reflejo se lió a tortas con él, con el ánimo de espabilarle.
- ¿Qué haces, majadero? ¡Cómo te permites!
- Perdone señor, no sabía qué hacer para despertarle.
Intentó levantarle.
- Pero, ¿qué haces, mamón? ¡No me toques! Tengo un dolor terrible en la espalda.
Trató de levantarse y con asombro comprobó que no le obedecía ninguna de sus articulaciones.
- ¡Dios mío, Dios mío! ¡Ayúdame!
- ¡Vaya! ¿Pues no decía usted antes que Dios era el dinero?
- ¿Y quién, cuándo está en peligro, no se acuerda de su madre o de Dios? Pero eso no demuestra que lo haya, sólo que cuando no encontramos soluciones a nuestros problemas aquí, intentamos que nos lo solucione alguien de más allá. Cosas que te meten de crío en la cabeza, nada más.
Terminar de decir esto y perdió de nuevo el conocimiento. Juan montó a caballo y a todo galope se fue en busca del médico. Al pasar por el cortijo cogieron la furgoneta y cuando llegaron donde el amo, estaba dando gemidos del dolor. Le pusieron en una camilla y le subieron a la furgoneta, y rápidamente fueron al hospital.
Tras seis horas de un minucioso examen el equipo médico diagnosticó una tetraplejía. 
- ¡Pobre señor! - comentaba Juan entre sollozos.
- ¡Pero cómo puedes decir eso! Siendo así que siempre te ha tratado como a un perro.
- Pues por que en el fondo me da pena.
La mujer del amo que había hecho la pregunta, se hacía cruces.
- Juan, o eres tonto de capirote o eres un santo.
- No sé, señora, pero prefiero ser como soy que como el señor, que teniendo todo siempre está amargado, por eso me da pena señora.
- Pues no esperes que yo actué como tú, voy ahora mismo a arreglarlo todo para tomar la parte que me corresponda, ¡y que le den morcilla! Toda la vida ha sido un tirano conmigo y con los niños, ¡no le aguanto más! Y ahora que se ha quedado así, aún será peor, ¡así que le aguante su madre!.
Y como lo dijo lo hizo, así que el amo se quedó más solo que la una. Cuando le dieron el alta en el hospital, Juan le acompañó hasta el cortijo. Una vez en la cama el amo le llamó y le dijo:- Perdóname Juan, me he portado siempre con todo el mundo como un canalla, y ahora, ¡qué va a ser de mí!, sólo te tengo a ti, amigo fiel. No me dejes por favor, podría contratar a una enfermera, mas no quiero gente extraña en casa, lo que necesito es comprensión, cariño. Vergüenza me da pedírtelo Juan, pero lo necesito y eso no lo puedo comprar con dinero.
- No se preocupe señor, yo cuidaré de usted mientras viva.
- Y yo te prometo, Juan, dejarte cuanto tengo en justo pago.
- No lo haría por todo el oro del mundo, lo hago porque creo en Dios, en el amor entre la gente, eso da verdadera paz. Sin eso, todo, no sirve para nada.
- Gracias Juan.




Moraleja:
Cuántas veces envidiamos
los obreros a los amos
pero no nos percatamos
de que a veces, son esclavos.

1 comentario:

  1. Que bien escrito y que sabio es el refran, desgraciadamente por la epoca que vivimos nos podemos encontrar con bastante gente asi. muchas felicidades por el cuento, es excelente y me ha encantado!!!

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