(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

domingo, 22 de enero de 2012

¡Me ha tocado la lotería!

Florencio era un humilde zapatero remendón, de un barrio de Madrid. En un cuartucho de mala muerte, realizaba su tarea diaria y en lo que podíamos llamar la trastienda, era donde tenía su hogar. Una mesa con las patas carcomidas y cuatro sillas, que a duras penas podían soportarle a él, a su mujer y dos hijos de 7 y 10 años; porque la que no cojeaba de una pata, lo hacía de la otra.
Una pequeña cocina de butano, cuatro cacharros colgados en la pared y en un colchón que de día hacía las veces de un sofá y por la noche se convertía en cama redonda para los cuatro.
La verdad es que trabajo no le faltaba a Florencio, ya saben ustedes que hoy por hoy, la mayoría de la gente, anda más con los pies, que con la cabeza…
Mas aunque se pasaba las horas muertas remendando zapatos, apenas le llegaba para dar de comer a su familia. De ahí que su mujer tenía que ir a servir en casa de una señora, quien le daba cuatro perras, por hacerle la casa de cabo a rabo, la comida, etc…
Los dos hijos, en vez de ir a la escuela, se dedicaban a buscar chatarra para ganar unos cuartos. Y de esta manera iban tirando, sin sobrarles nada para tirar…
No obstante, eran felices con su pobreza, que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Ya estaban acostumbrados a tener lo justo y justo por eso, eran felices.
Se querían con locura y no echaban de menos todo lo que otros poseían y que ellos consideraban superfluo.
Un buen día, una señora al querer pagar la reparación de unos zapatos, se encontró con que no tenía dinero para hacerlo.
En un principio se puso roja como un tomate, pero luego reaccionó ofreciéndole  a Florencio un número de lotería que llevaba en el bolso.
Florencio en un principio, se mostró un poco reacio, pero convencido por los argumentos de la buena mujer por fin aceptó.
-          Yo no creo señora en otra lotería que la economía de cada día, además estoy tan acostumbrado a ser pobre, que ya le he cogido gusto y me encuentro tan a gusto.
-          ¡Tú siempre con tus filosofías! - le dijo su esposa. ¿No me digas que no vendría mal salir de esta pocilga?
-          Nunca se sabe mujer. ¿Cuántos pasaron de pobres a ricos de la noche a la mañana y luego fueron unos desgraciados?
-          ¡Tonterías! A mí que me toque el gordo, verás como pego una patada a todo esto y ¡a vivir que son dos días! Cierto que nos queremos Florencio. Pero también sufrimos por no poder dar a nuestros hijos una carrera, para que el día de mañana no los pise nadie, porque así ¿qué va a ser de ellos? A lo sumo serán lo que tú.
-          Y ¿qué hay de malo en un oficio?
-          Todos somos necesarios, de acuerdo marido, pero por si acaso, todo el que puede, estudia, que no es lo mismo estar en una mina, que en una oficina. Suena lo mismo, pero hay que estar “sonao” para no ver la diferencia. ¿No me dirás que es lo mismo, ser carreta que mulo? El pueblo sencillo y llamo es el que siempre ha tirado del carro, mientras unos pocos van cómodamente sentados, indicándole por dónde debe ir, que siempre es, por donde más les conviene a ellos.
-          Cuando dices ellos ¿a quién te refieres? -dijo Florencio.
-          ¿A quién va a ser? ¡A los de siempre, capitalistas, gobernantes, y otros muchos tunantes…! ¡No le des más vueltas, Florencio, esto es como la selva, ojo avizor, lucha, lucha y lucha, que el que no lucha, no se come una trucha!
-          ¡Para lo que me gusta a mí el pescado! - dijo Florencio.
-          ¡Qué ingenuo eres marido! No hay quien pueda contigo.

Para que no se extraviase el número de lotería, la mujer de Florencio lo pegó con engrudo en la puerta de la calle, por la parte interior.
-          Y ¿luego quién lo quita si toca, mujer?
-          No te preocupes, que a nosotros ya nos cayó la lotería en día que nacimos…

Esto ocurría allá por el mes de agosto y se puede decir, que hasta el día 21 de diciembre, ni siquiera habían hecho caso del número.
Pero ese día, víspera del señalado para salir de dudas, tanto Florencio como su esposa y sus hijos se habían contagiado del rumor general y estaban impacientes por ver si les tocaba algo que cambiara sus vidas.
Y llegó el día 22, como todos los días, Florencio comenzó a trabajar a las 8 de la mañana, acompañado de un pequeño transistor. Cuando dieron las 9, los niños de S. Ildefonso, empezaron con su cantinela.
-          ¡Veinticuatro mil setecientos ocho! ¡Cien mil pesetas!

Eran ya las 12 del mediodía y el gordo no había salido aún, pero a las 12.30 después de que cantaran los niños, se armó un gran revuelo en la sala de sorteos. Al fin un señor con tono grave repitió el número premiado:
-          12.704, cuarenta millones de pesetas.

Florencio, sin mucho interés, miró de reojo hacia la puerta dónde estaba pegado el  número, volvió a insistir, pues no podía creer lo que estaba viendo, por fin todo aturdido y emocionado, exclamó:
-          ¡Pepitaaa, Pepitaa, que nos ha tocado el gordo!

A los gritos acudió Pepita acompañada de sus dos hijos.
-          ¿A qué vienen esos gritos, Florencio?
-          ¡Qué nos ha tocado el gordo, mujer!
-          ¡No me lo puedo creer!
-          Pues créetelo mujer, mira sino, cómo mi corazón palpita, Pepita.

Pepita, acompañada de sus dos hijos, se aproximó con cierto escepticismo a la puerta y cuando comprobó que su marido tenía razón, se puso a jugar al corro de la patata con sus hijos, cantando y dando saltos de alegría, a los que se sumó Florencio, no sin antes tirar por los aires varios pares de zapatos.
Cuando se calmaron un poco se miraron uno a otros y se hicieron en alta voz la misma pregunta:
-          ¿Cómo despegamos ahora el número?
Uno de los chicos se disponía a hacerlo cuando Pepita le paró en seco.
-          ¡Quieto Aniceto, que sino te la meto! Esto no se puede despegar así, lo romperíamos, no queda otra solución que soltar la puerta y llevarla a la administración.

No se lo pensaron dos veces, y ahí los tenemos sujetando la puerta entre los cuatro rodeados de curiosos camino de la lotería.
Antes de que entraran por la puerta con la puerta, la dueña del establecimiento salió a su encuentro.
-          Buenos días, ¿pero qué es esto?
-          Pues ya ve, señora - dijo Florencio- que vengo a traer el número premiado.

La señora no salía de su asombro, pero cuando se hubo recuperado tomó nota del número, para dar fe luego del extraño modo en que un cliente había traído su número premiado.
Hecho esto, les dijo que podían marchar tranquilos, pero que conservaran la puerta por si había algún problema.
Hasta ese momento no se tenían más que así mismos, pero desde entonces aparecieron amigos por todas partes; parientes, banqueros, comerciantes, monjas, frailes, etc…
Todos con el ánimo de echar una mano para ayudarles a llevar la puerta a casa.
-          ¡Hay que ver lo que es la vida! -se decía Florencio- cuántas veces nos hemos visto con el agua al cuello y por más que pedíamos ayuda no aparecía nadie, y ahora nos salen amigos por todas partes.
-          ¡No seas ingenuo, Florencio! Estos de amigos no tienen nada, todos van a lo suyo, así que nosotros a lo nuestro. A hacer buen uso del dinero, usando de todo sin abusar de nada, pero claro, para eso necesitamos ir a la escuela, porque sin cultura, no podríamos disfrutar de todo aquello que ofrece la vida sin convertirnos en esclavos de nosotros mismos.

Y así lo hicieron. Y con los años de dedicación a cultivarse, adquirieron un nivel de cultura que les permitió ser felices hasta el fin de sus días.

MORALEJA:
Que el dinero es necesario
no hay quien lo ponga en duda
más puede ser un calvario
pa’ quien no tiene cultura.
Una cosa es ser su dueño
y la otra ser su esclavo.
Por lo tanto, compañero
No todo está en el dinero…

1 comentario:

  1. me encanta la manera de escribir tan sencilla y tan clara,y con cuanta razon en todo!!!! muchas felicidades y muchas gracias

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