(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

jueves, 12 de enero de 2012

Viaje por el Amazonas


Siempre desde que era niño, había soñado con un viaje por el Amazonas. Así que Federico, cuando se le presentó la primera ocasión, no se lo pensó dos veces. Su mujer Filomena, no quiso acompañarle:
- ¡A mí me dan mucho miedo los animales!
- Pero no seas ingenua - le dijo Federico -, los animales irracionales, es decir los que no tienen uso de razón, no hacen daño a nadie, a menos que se les ponga entre la espada y la pared.
- ¡Lo que tú digas! ¿Qué me dices de esos mosquitos que propagan enfermedades, o incluso la muerte súbita?
- Bueno Filomena, en eso tienes razón, pero yo pienso que es porque están de mala leche, porque Dios les hizo tan pequeños y por eso pican a todo el que se les pone delante.
- ¡Déjate de tonterías, por más que insistas, yo no pienso  ir contigo a ese infierno!
- Bueno mujer, pues me llevaré a Facundo.
- ¡Pero qué dices, insensato! ¡El niño no sale  de casa si yo no voy con él!
- ¿Por qué te empeñas en llamarle niño? Ya tiene 18 años, y va siendo hora de que espabile, no pensarás tenerlo toda la vida metido entre tus faldas. Además ya es mayor de edad, tiene derecho a decidir por su cuenta. ¡Facundo, Facundo!
- ¿Qué quieres papá?
- Mira hijo mío, tú madre y yo no nos ponemos de acuerdo respecto a que yo quiero que vengas conmigo al Amazonas y ella no quiere que vayas, por temor a que te coman los animales, aún no ha aprendido que el mayor de los animales es el ser humano. Mata por ambición, por egoísmo, por placer, por envidia, etc... el animal sólo mata para sobrevivir.
Después de una larga discusión, acordaron emprender el viaje al día siguiente, padre e hijo, pues la madre no dio su brazo a torcer.
A la mañana siguiente se incorporaron a un grupo que iba allí, en un safari fotográfico. Sólo estaba permitido a cada uno llevar una pistola, y usarla en caso de que le fuera en ello su vida; de no ser así, sería sancionado severamente, pues en el grupo iba un delegado del departamento de policía brasileña, para poner las cosas en su sitio si fuera necesario.
En una embarcación no muy grande y medio destartalada por fuera, se adentraron en el río Amazonas.
- Papá, ¿iremos seguros en esta embarcación? Tiene una pinta que da la impresión de desarmarse en cualquier momento.
- No te preocupes Facundo, las apariencias engañan, ella y el patrón, como puedes ver, tienen el mismo aspecto; pero a su favor cuentan con  lo que más valor tiene, la experiencia el patrón, y la embarcación, un motor a prueba de balas.
-  ¡Y de patadas, papá! Cada vez que le cuesta arrancar le da una y como si le tuviera miedo, se pone en marcha.
- Seguro que cuando eran jóvenes, se hacían carantoñas a cada momento; pero con el tiempo todo cambia, lo importante es que en lo más hondo haya amor, aunque se manifieste de otra manera.
- No me vas a decir papá, que está bien el pasarse discutiendo todo el día y diciéndose palabrotas, como los vecinos de casa.
- No hijo, lo que te quiero decir es que todo va cambiando en la vida desde el momento que nace, y el amor no iba a ser una excepción.
Mientras padre e hijo mantenían esta conversación, la embarcación se dirigía por un laberinto de meandros de aguas fangosas y lentas flanqueadas de una exuberante vegetación, de la que provenían sonidos estridentes y agudos de todos los tonos imaginables.
- Esto parece la selva - dijo Facundo.
- Es que es la selva, ¿qué esperabas, un gran manzano y a Eva dándole un trozo a Adán? Eso dijo, es otra historia u otro cuento.
- No lo sé, pero sí sé que esto que tenemos delante de nuestros ojos es real, como la vida misma.
- ¡Madero a la vista! - gritó el capitán de la embarcación.
Y efectivamente, ante nuestros ojos, vimos cómo un gran tronco venía derecho a estrellarse contra nosotros.
De no ser porque el capitán dio un giro de noventa grados, todos hubiésemos ido a parar al agua.
- ¡Ese sí que va cómodo, papá! No precisa ni motor ni gasolina, le basta con dejarse llevar por la corriente, él va a su aire caiga quien caiga.
- Naturalmente hijo, por algo es lo que es, un leño. Por desgracia hay muchos seres humanos que van por la vida igual que él, bueno, no van, se dejan llevar, que no es lo mismo. Lógicamente es comodísimo, no hay que hacer el mínimo esfuerzo; pero hijo mío, vivir es sentir, ir contracorriente si es necesario o dejarse llevar cuando conviene, si quieres algo que merezca la pena tendrás que luchar; si actúas como ese madero, irás dando tumbos de aquí para allá, y en resumen, no irás a ninguna parte, porque vamos cuando luchamos, no cuando permitimos que otros nos lo den todo hecho.
Por fin la embarcación se detuvo en un recodo del río, bajaron todos con sus pertenencias y se dispusieron para adentrarse en la espesura del bosque.
Todos llevaban su cámara de fotos y el traje típico de hacer safari, el que menos artilugios llevaba encima era el capitán del barco, una camisa sucia y rota, un pantalón corto desgastado y eso sí, unas buenas botas, una bolsa de costado con un botiquín de urgencia, su pistola y un buen palo de dos metros, por si las moscas.
En el grupo iba a un matrimonio recién casados, todo en ellos indicaba que eran gente de mucha pasta, no faltaba un detalle en su atuendo; pero andaban como si fueran pisando huevos.
- ¡Ay papá, que me ha picado un mosquito!
- Tranquila mamá - dijo el marido, y sacando de su mochila una crema le untó con ella la cara y los brazos de tal modo que parecía un payaso del circo.
- ¿A usted no le pican los mosquitos? - le dijo el recién casado al capitán.
- A mí me pican como a todo hijo de vecino; pero ya estoy acostumbrado y paso de ellos. Lo peor que pueden hacer ustedes es darle demasiada importancia y rascarse, porque así le picará más. Por otro lado, yo tengo la piel curtida y para ellos estoy duro de pelar, así que cuando ven una piel blanca y fina como la de ustedes, para ellos es un delicioso manjar. A los mosquitos y a todos los demás animales, les importa un pepino la clase social a la que pertenecemos, tanto les da picar en las narices de un rey que en el tobillo de un porteador. Por eso me gusta a mí tanto la selva, aquí lo que cuenta es la inteligencia, o la astucia, que es una de sus ramas, el dinero no sirve para nada. Enséñale a un jaguar un puñado de billetes, cuando viene hacia usted para devorarle, trate de comprarlo..., eso aquí no vale, son artimañas que tienen su éxito en la civilización; pero aquí no cuentan para nada. Aquí todos somos iguales y así debería ser en el comienzo de los tiempos. Luego, no sé por qué razón, surgieron las diferencias económicas y sociales, y los más desvalidos se mueren de asco, mientras otros nadan en la a abundancia. Si viviéramos con la ley de la selva, nadie sería autosuficiente, habría más solidaridad, todos seríamos como una gran piña.
- ¡Bueno, basta de sermones! - dijo un hombre alto y robusto. Basta ya de monsergas, lo que yo tengo es hambre, así que si les parece acampamos y tomamos algo.
Todos asintieron, hicieron mesa redonda, sacaron cada uno sus viandas y se pusieron a comer con verdadero apetito.
- ¡Cariño, has olvidado las servilletas! - dijo la recién casada a su marido.
- Déjese de tonterías, señora, que ya me está usted empalagando con sus cursilerías. ¡Si se mancha los dedos, chúpeselos!, aquí se aprovecha todo; dentro de poco se nos acabarán las provisiones y tendremos que comer lo que pillemos.
- ¡Ni lo piense usted! - dijo la señora.
- ¡Que ni lo piense! Cuando le entre el hambre y no tenga nada que llevarse a la boca, ya me contará.
- ¡Yo no pienso comer cualquier cosa! Si se acaban las provisiones, regresamos y en paz.
- Señora, acordamos en un principio que traeríamos comida sólo para unos días, hasta llegar a una zona donde pudiésemos sobrevivir de lo que dé la naturaleza, la embarcación no podía llevar más peso, así que por una inútil como usted no vamos a cambiar los planes. Y no se preocupe, no hay mejor salsa que el hambre, tenga usted la certeza de que cuando le aprieten las tripas, comerá usted piedras.
- Eso no se lo cree usted - dijo la señora.
- ¿Que no me lo creo? Lo tengo tan seguro como que es usted una imbécil.
- Bueno, ¡basta ya! - dijo el marido, no le consiento que insulte usted a mi esposa.
- Usted me consiente lo que haga falta, ya estoy lamentando haberles traído a ustedes; no son para los demás más que un lastre, y eso que aún no hemos empezado...
- Haya paz señores - dijo Federico -, cada uno es como Dios le hizo, y lo que la vida le deshizo; lo que tenemos que hacer es unir nuestras facultades, pues todos servimos para algo, y seguir adelante.
- ¡Que todos servimos para algo! Hay gente como ésta, que no sirve para otra cosa que para hacer la puñeta.
- Pues, ¿no ve? Ya sirven para algo.
- Déjese usted de tonterías - dijo el capitán-. Es claro que hay gente para todo, pero de lo que yo no estoy seguro es de si debería haberla... porque no sirven más que para dar el coñazo. 
- ¿Duda usted de la sabiduría de Dios? - dijo Facundo.
- ¡Cállate tú, mocoso! Cuando tengas mis años sólo creerás en ti, eso es lo que cuenta, lo demás son pamplinas.
- ¿Y quién le hizo a usted?
- Que yo sepa, mi madre.
- ¿Y a su madre?
- Mira niño, no empieces con lo de el huevo y la gallina, lo que cuenta ahora es lo que tenemos a la vista, tú, yo, los demás, no me importa nada más, no me comas la cabeza... Bueno, si les parece nos adentramos en la selva, a ver si encontramos un claro para acampar como Dios manda, antes de que sea de noche.
- ¿Y porque ha nombrado a Dios, si no cree usted en él? - dijo Facundo.
- Eso son costumbres chaval, ¡y no empiezas otra vez con tu rollo, ya me contarás en qué crees cuando la vida te haya dado tantos palos como a mí! Yo sólo creo en todo lo que tiene vida, si eso es creer en Dios o en lo que la hizo, pues creo en Dios, pero si creer en Dios es nombrarle a cada momento y joder luego al prójimo, no creo en Dios, ¿me entiendes de una vez?
- Creo que sí capitán, en el fondo veo que es Vd. mucho mejor de lo que intenta parecer.                         

Tras andar durante unas cuatro horas, por fin llegaron a un claro en el bosque, allí levantaron las tiendas de campaña, mientras el capitán y el señor fuerte salieron a ojear los alrededores. Cuando volvieron trajeron
consigo buenas noticias, había muchos animales y árboles frutales, que les servirían de sustento, el agua la tenían a un palmo. Todos se pusieron muy contentos, pensando con impaciencia en las fotos que iban a hacer, o en las cintas de vídeo que iban a grabar, el entorno no podía ser mejor.
Comieron y se echaron una buena siesta, y por la tarde comenzaron a hacer las fotos. Aves preciosas, monos, anacondas, árboles gigantescos, etc...
Pasaron allí varios días de verdadero ensueño, tras los cuales cada uno regresó a su casa, pletórico de sensaciones, llenos de vida, porque durante unos cuantos días, se habían impregnado de vida auténtica y salvaje. Y así como al principio se miraban unos a otros como extraños, pensando en lo que cada uno tenía, no en lo que realmente eran, ahora se sentían hermanados, por compartir las mismas circunstancias.
Filomena, viendo las fotos y las cintas de vídeo, lamentaba el no haberles acompañado, y se prometió que en la primera ocasión acompañaría a Federico y a Facundo.
 
Moraleja:
Vivir  es como viajar,
no seas leño o maleta,
presumen de mucho andar,
pero sin ninguna meta.
Esos no van, que los llevan
donde el agua o dueño quieran,
para mí, como estar muerto.
¿No le parece a usted cierto?
¿Qué es la vida sin luchar,
y sin nada a quien amar?

1 comentario:

  1. Cada vez son mejores!!!!, FElicidades y que sabias las reflexiones!!!, un saludo

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