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martes, 10 de enero de 2012

El águila culebrera


Cuando Petra acabó de contar su cuento, ya estaba su hermano Prudencio con la mano levantada, pidiendo paso para contar el suyo.
- ¡Ya es hora de que terminaras, pesada, que eres una pesada! ¡Vaya cuento de las narices que has contado! Más propio hubiera sido que lo hubiese contado alguien que tuviera experiencia sobre el matrimonio y los hijos, y no tú, que aún estás en pañales.
- ¡Yo cuento lo que me apetece! - dijo Petra. El cuento era bonito o al menos aleccionador, y no como los que cuentas tú, que son una payasada.
- Haya paz, hijos míos - dijo Pío- , que cada cual cuente lo que quiera, siempre que no sea grosero.
- ¡Bueno! ¿Empiezo o qué? - dijo Prudencio.
- Vale, empieza, hijo - le dijo Fidela.
- Pues, ¡allá voy! Cuentan que un día radiante de primavera, iban paseando por el campo un matrimonio joven, de unos treinta años, con dos hijos, de ocho y cinco respectivamente.
Se sentaron a descansar debajo de una encina, y no llevarían más de un cuarto de hora, cuando vieron, en una encina que estaría como a unos treinta metros, a un águila culebrera. Era preciosa, daba gusto contemplarla y ver cómo, cuando el viento acariciaba su cuello levantaba un poco sus plumas formando como un collar, que realzaba aún más, su extraordinaria belleza. Cuando estaban absortos contemplando su imagen y para asombro de todos, el águila levantó el vuelo y se dirigió como una flecha a un palmo de donde estaban ellos sentados. No habían salido aún de su asombro, cuando el águila ya tenía entre sus garras una enorme serpiente.
El reptil luchaba como una condenada, tratando de morder al águila, pero ésta, se defendía dando saltos, muy precisos, sin soltar de sus afiladas garras la culebra. En un movimiento relámpago, el águila metió la cabeza de la serpiente en su pico, y con contracciones de garganta muy rápidas, iba engullendo poco a poco a su enemigo.
En menos que canta un gallo, no quedaba a la vista de nuestros amigos más que unos veinte centímetros de su larga cola. Aún seguía agitándola como si estuviera viva, trataba de enroscarse al cuello del águila; ésta hacía todo tipo de gestos para evitarlo, al tiempo que seguía engulléndosela.
En estas estaba cuando, para asombro de los que observaban la escena y creo que para el águila misma, vieron cómo la cabeza de la serpiente salía por el ano del águila. Esta, estaba toda desconcertada, no sabía si atender a la cola o a su culo, y mientras tanto la serpiente iba saliendo arrastrando con ella al águila. Cuando ya asomaba por el culo como dos cuartos y mientras la pobre águila era entretenida con los incesantes movimientos de la cola, la serpiente se volvió como un rayo y picó al águila, que poco a poco, como si de pronto hubiera caído en un profundo sueño, terminó cayendo al suelo, muerta.
Una vez que la culebra consiguió matarla, fue sacando lentamente el resto del cuerpo y se perdió por entre la yerba.
El matrimonio y los hijos se acercaron a donde yacía el águila muerta.
- ¡Pobre animalito! - dijo el niño más pequeño.
- Sí, hijo - le dijo el padre. Es la rueda de la vida, que se alimenta con la muerte; muerte aparente hijo, porque inmediatamente, pasa a formar parte de la vida, en este caso un águila, que servirá de alimento a millones de bacterias.
- Sigamos andando - propuso la madre.
No llevarían haciéndolo más de cien metros cuando en el tronco de un gran alcornoque, les pareció ver a la serpiente de antes. Se acercaron con mucho cuidado y efectivamente era la misma, o si no, de la misma especie.
La serpiente tendría unos tres metros de largo y unos tres o cuatro centímetros de diámetro, era de color marrón oscuro, con unos dibujos preciosos, toda lo larga que era. Lentamente, casi pesadamente, pero sin pausa, se deslizaba hacia la copa del alcornoque. Desde donde estaba en el matrimonio y sus hijos, pudieron ver que iba derecha a un nido de aguilucho.
Sin saber de dónde ni por dónde, apareció de repente un águila macho. Aterrizó como una flecha, clavando al propio tiempo sus garras en el reptil.
Este se revolvió, trató de morderle, pero en su intento, perdió el equilibrio y cayó al suelo. El águila, sin perder un segundo, se lanzó sobre ella y tras una dura pelea, logró en uno de sus rápidos movimientos, machacar la cabeza del reptil, tras lo cual se la fue tragando tranquilamente.
Sí que la culebra se retorcía, de un lado a otro, pero de nada le servía. Este águila había actuado como se debe, yendo a la parte más importante, la cabeza.
El matrimonio y sus hijos, siguieron su camino y disfrutaron después de tanto lío, del día tan maravilloso que hacía.

Moraleja:
Ante cualquier enemigo,
o si tienes un problema,
yo te aconsejo amigo,
duro, y a la cabeza.

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