(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

lunes, 23 de enero de 2012

El escéptico y el beato


Aquel día era domingo en un pueblo de Castilla llamado Pimiento. Todos los vecinos se preparaban para ir  a misa, no ir lo consideraban un delito, así lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Y si ella lo decía, ellos no tenían nada más que decir. Desde la ventana de una de las casas, Pascual, un hombre entrado ya en años, observaba con ironía el espectáculo que ofrecía todo el pueblo caminando hacia la iglesia.
Los hombres con trajes de pana y boina calada hasta las cejas, apoyándose en gruesas cachavas. Las mujeres todas iban con un velo sobre la cabeza que les tapaba media cara. La mayoría vestían de negro, salvo algunas que por alguna promesa hecha a Dios o algún santo vestían hábitos, o de morado o marrón según correspondieran a Jesús Nazareno o a la Virgen del Carmen.

También llevaban colgando un escapulario de grandes dimensiones. Por si alguno no recuerda que es un escapulario os diré que son dos trozos de cartón de quince por diez centímetros con alguna imagen en cada uno de ellos. Van adornados por los bordes con una cinta y luego con otra más larga se unen por dos de sus cuatro lados, de modo que se pueden poner por el cuello, quedando uno delante y otro detrás.
Permitidme que haga un pequeño inciso antes de seguir con el cuento.
En cierta ocasión fue a confesarse una de estas beatas de las del escapulario. Las cintas que sujetaban las imágenes las tenía tan largas que le habían creado un problema de conciencia. Se acercó al confesionario, y al preguntarle el cura qué le pasaba, le dijo:
- Pues mire padre, como puede ver es culpa del escapulario, que es muy largo.

Delante llevaba la imagen de San Pedro y detrás la de San Juan.
- ¿Y qué le pasa al escapulario, buena mujer?
- ¡Padre!, ¿cómo se permite llamarme buena mujer? ¡Es un atentado contra mi castidad!
- Vale, hija mía, ¿te parece mejor que diga mujer buena?
- ¡No sé, no sé, padre, de todos modos mal me suena!
- El que hambre tiene, con pan sueña - dijo el cura por lo bajinis.
- ¿Decía algo padre?
- Nada, hija, nada, cosas mías.
- Como le iba diciendo, padre, como los santos me quedan tan largos, y yo el escapulario no me lo quito ni para dormir, cuando tengo que hacer mis necesidades fisiológicas...
- ¡Qué fina eres, Rufina!
- Bueno padre, hablando en plata: cuando me meo, me meo en San Pedro y cuando me cago, me cago en San Juan.
- ¡Me cago en la madre que te parió! Y que el Señor me perdone - comentó el cura por lo bajo. ¿Y para esto tanto lío, Rufina?
- ¿No es pecado entonces lo que hago?
- ¡No hija, no! Tú no lo haces con mala fe, y los dos santos, pienso que están lo suficiente lejos como para no pringarse con nuestros inmundicias, así que tranquila Rufina.
Sigamos con el cuento. Los niños iban pegados a sus madres muy repeinados y con ropas multicolores y de esa guisa, iban entrando todos a misa.
Aniceto, un amigo íntimo de Pascual, al verlo en la ventana le dijo:
- ¿Qué, Pascual, tú no entras?
- Yo por ahí no entro... aquí te espero hasta que salgas, para dar un paseo por el campo.
- Como quieras, Pascual, allá cada cual.
Cuando acabó la misa, Aniceto y Pascual salieron a campo abierto para disfrutar del día tan espléndido que hacía.
- Oye, Pascual. hace mucho tiempo que nos conocemos y nunca hemos tocado en serio el tema de la religión, tú siempre con evasivas e ironías. Pero más de una vez me he preguntado, si en el fondo, no creerás en algo.
- Y ¿en qué quieres que crea, Aniceto? Yo creo en lo que veo, no como tú, que te tragas los santos y las majaderías que te dice el cura, sin preguntarte nada por tu cuenta.
- ¡Los curas son los que tienen la verdad, son los ministros del Señor!
- No seas ingenuo, Aniceto, ¿qué verdad? La suya, para engañar a cuatro borregos como tú y comer a la sopa boba... Mira Aniceto, Dios es una cosa y los curas otra muy distinta.
- Admitamos que Dios no existe que eso está por ver. ¿Es que tú, Pascual, no crees más que lo que ves?
- De momento, Aniceto, pienso que es lo más sensato.
- Pascual, escucha un momento, hay muchas cosas que no vemos y sin embargo están ahí.
- ¿Sí? ¿Cuáles?
- Por ejemplo el aire, el aroma de las flores, los sentimientos en general, y el amor en especial, etc...
- ¡No te vayas por las ramas, Aniceto! El aire no lo veo pero lo siento a través del viento y lo mismo con todo lo demás.
- Y, ¿qué me dices, Pascual, de una bellota que está en el suelo? Ahí hay en potencia una encina. Machácala y no verás la encina, pero ahí está. Pues lo propio ocurre con Dios, no le podemos ver pero por toda la creación se deduce que lo hay y que es nuestro padre.
- Lo que me faltaba que oír, Aniceto. Que yo sepa, sólo he tenido un padre, el que junto con mi madre me dieron la vida.
- ¿Y quién le dio la vida al primer ser humano que pisó la tierra?
- No sé, Aniceto, hay quien dice que venimos del mono.
- Vale Pascual, aunque así fuera, ¿quién hizo al primer mono?
- ¡Y yo que sé quién lo hizo! Ya estamos con lo del huevo o la gallina...
- ¡Te pillé Pascual! Fuera el huevo o la gallina, alguien tuvo que ponerlo en la tierra.
- ¿Y por qué tuvo que ponerlo alguien? Todo pudo ser por casualidad, la química de las cosas, los átomos y esas cosas.
- Vale Pascual, ¿y crees tú que la casualidad, la química, materia al fin y al cabo, sin sentidos ni sentimientos, pudo hacer seres como tú y como yo, inteligentes y sensibles, capaces de preguntarse el porqué de las cosas, conscientes de estar vivos, y temiendo morir porque quieren vivir? A mí, la verdad Pascual, me parece imposible que seamos producto de la casualidad o de la química. Por narices tiene que haber un ser muy superior a nosotros, mejor y más inteligente. Por muy grande que sea una obra, siempre es mayor su autor y tendrás que reconocer conmigo que toda la creación es una maravilla. Un universo inmenso lleno de estrellas y planetas. Y sin andarnos por las ramas y poniendo el pie en la tierra, animales de todas las especies, cada uno con su lenguaje propio, su instinto, vegetales, árboles, flores, cada una con su forma color y aroma particular. Y no dejemos atrás los árboles frutales, tan ricos sus frutos, y justo en el momento que son necesarios. Por ejemplo, en verano los más jugosos, y en invierno los más secos y energéticos. Y no te lo pierdas, cuando llega la primavera, la tierra hierve de vida por todos los lados, como si una gran fuerza los impulsase a todos a multiplicarse. Luego llega el crudo invierno, y tanto la mayoría de los árboles como los animales hibernan, es como un descanso que se toma la vida. Pero aún así, no deja a sus seres indefensos, sólo los más débiles perecerán. Para que las especies se mantengan fuertes, es preciso que se cumpla la ley del más fuerte, así se protege la vida, con la muerte...
- Pues, ¡menuda gracia! - dijo Pascual. Tú di lo que quieras, Aniceto, pero si la vida de por sí ya es una coña, la muerte es un coñazo. ¿Qué clase de Dios padre es el tuyo? Cuando permite que unos animales se coman a otros sin tener ellos culpa ninguna, sino Él, por haberlo montado así. Podía haberlos y habernos hecho de modo que, o bien no tuviéramos necesidad de comer, o que nos alimentásemos del aire. Pero no es así, como ves, tu dios permanece impasible mientras los animales se comen unos a otros, y nosotros nos llevamos a matar, y si llega el caso nos matamos. Yo soy un padre de familia vulgar y corriente que tiene tres hijas, y si pudiera evitarles todos los sufrimientos lo haría. Y no digamos la muerte, porque las adoro, y tú quieres convencerme de que Dios es nuestro padre y que nos quiere. La verdad chico que no te entiendo... Bueno sí, porque por autogestión uno puede creerse cualquier cosa, hasta que los pájaros maman...
- Es que tú, Pascual, pretendes entender a Dios siendo un simple ser humano y eso es imposible, nuestra capacidad no llega a tanto. Decías anteriormente que tú evitarías a tus hijas todo sufrimiento y ¿qué conseguirías? Probablemente unas inútiles. Si quieres de verdad a tus hijas, y prepararlas para esta vida, sabes que el modo mejor no es echándoles pétalos de rosa por su camino; no digo que les eches espinas, pero si aparecen en su camino no se las quitarías, les enseñarías a quitárselas, a ser fuertes y así serían más útiles a sí mismas y a los demás.
- Por una vez que voy a dar la razón, Aniceto, en esto último estoy contigo. Como decía aquél: “Mi escuela, la vida, mi maestro, el dolor”.
- ¡Vaya! Por fin parece que vas entendiendo, Pascual. Mira, yo lo veo de esta manera: así como nosotros no escatimamos esfuerzos y a veces castigamos a nuestros hijos con el ánimo de prepararles para que esta vida les sea más llevadera, de igual modo Dios, respetando nuestra libertad, que es causa de la mayoría de nuestros males por el mal uso que hacemos de ella, no interviene para que libremente, rozándonos unos con otros, nos vayamos haciendo cada día un poco mejores, dignos de la verdadera vida que nos espera después de la muerte. Dios podía habernos hecho como máquinas, pero nos hizo libres, capaces incluso de blasfemar contra Él, lo único que pretende es que libremente reconozcamos que sin Él ni hubiéramos sido, ni somos, ni seremos nada. Cuando de corazón reconozcamos esto, Él nos esperará con los brazos abiertos para vivir a su lado eternamente.
- Desde luego Aniceto que eres la leche. Menudo lavado de cerebro os hace el cura cada domingo. ¿Cómo puedes ser tan infantil? Tú, como dicen los curas: “No os preocupéis por ser aquí los últimos, luego allí los primeros”. ¡Pero no te das cuenta que por si acaso ellos aquí van en cabeza! No todos, es cierto, pero la mayoría. ¿No te das cuenta de que lo que han pretendido y pretenden siempre es adocenaros para que no penséis, sino lo que ellos quieren? Yo, Aniceto, creo en Dios más que tú y que todos los beatos del pueblo, si creer en Dios es esperar con toda mi alma que lo haya, para que dé sentido a mi vida y a mi muerte. Lo que no van a conseguir los curas es hacerme comulgar con ruedas de tractor. La religión, cuando eres niño, es buena para marcar un camino y luego también, pero lo que no apruebo en vosotros es que, pese a vuestra edad, sigáis comportándoos como niños. No tenéis criterio propio, no camináis por cuenta propia, os dejáis llevar de la mano como niños y ¡no creas, eso es comodísimo! Pero en realidad, de esa forma vosotros no sois nada, sólo lo que otros quieren que seáis. Yo no estoy ni en contra de Dios ni contra la religión, desde que el mundo es mundo las ha habido. Ante la impotencia de no poder elegir ni el nacimiento ni la hora de la muerte, no poder controlar las catástrofes naturales, surgió el miedo y con él las religiones y mira que no mencionado a Dios, Él debe estar muy por encima de todo esto. Pero bueno, si la religión sirve para ser mejores aquí y acercarnos mañana a Él, bienvenida sea. Pero si por el contrario no sirve para otra cosa que para aborregar al pueblo, yo me quedo con la fe y la esperanza puesta en Dios, pero sin intermediarios. ¿Qué te parece, Aniceto?
- ¡Qué me va a parecer, Pascual! Que allá cada cual. Tú piensas así y yo asá, pero en lo que creo que estamos los dos de acuerdo es en que lo que de verdad tiene importancia es no darse golpes de pecho e ir a misa, sino ser como Dios manda y esto último cada uno es muy dueño de conseguirlo con religión o sin ella, porque la verdadera religión es: “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”.
- Bueno Aniceto, que es la hora de comer. Tú no tendrás hambre, ya me has comido bien el coco, pero mis tripas tienen música y mientras Dios no disponga lo contrario, “o comer, o ser comido”. ¿Entiendes lo que te digo?

Moraleja:
Como que Herminio me llamo
ante vosotros proclamo:
que creo en Dios firmemente
y que me es indiferente
que a algunos les cause risa
puesto que no voy a misa.
Él da sentido a mi vida
también se lo da a mi muerte.
Yo creo conscientemente
y no, como un borreguito.
Quede esto claro, es distinto...

 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario