(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

martes, 6 de marzo de 2012

El tren - Capítulo 17 - Llegada a Bilbao.

Con este capítulo finaliza el libro de "El tren".
Espero que os haya gustado.
Muchas gracias por los comentarios que habéis puesto y por el interés que habéis demostrado.
Esto sólo tiene un fin, difundir todo lo escrito por mi padre y ver su cara de ilusión cada vez que ve publicado algo.
Ha pasado momentos muy duros, momentos en los que nunca perdió la esperanza.
Gracias al cuidado de los médicos y a su actitud, está el hombre aquí aún dando guerra...
A mí me ha dado una lección en cuanto a lucha y determinación se refiere.
Me ha enseñado a ser fuerte y a la vez a sensibilizarme con la gente y con las cosas que me rodean.
También es verdad, que la nuestra ha sido un relación un tanto complicada, le costó y aún le cuesta entender que yo debo vivir mi vida y que no por ello dejo de quererle.
Le quiero.. y mucho y estaré a su lado siempre que me necesite.








Capítulo decimoséptimo.



Chicos
 - dijo mi padre -, estamos de Bilbao a unos cincuenta kilómetros.
- ¡Bieen! - dijimos todos - En tiempo, ¿cuánto puede ser?
- Pues si el tren sigue a esta marcha, como una hora, más o menos.
- ¿Y dónde vamos a vivir allí?
- Tengo unos amigos, Goyo y Ameli, que tienen un piso. Hay una señora con su familia realquilada, pero me ha prometido que nos permitirá vivir con ellos hasta que encontremos otra cosa.
Mi hermana Conchi dijo:
- ¿Y vamos a tener que vivir tanta gente en un piso?
- ¡Qué remedio, hija! Las cosas están muy mal, no tenemos un duro, así que no nos queda más remedio que agarrarnos a lo que hay. Y gracias que todavía hay gente que se les puede llamar amigos, que saben estar a las duras y a las maduras. Porque cuando nadamos en la abundancia, nos salen amigos por doquier. El mérito es encontrarlos cuando las cosas van mal. Yo conocí a Goyo en la guerra, llegamos a querernos como hermanos. Y cuando le dije que si podía tenernos, no lo dudó  ni un momento, ni su mujer Ameli tampoco. Me ha ofrecido una habitación pequeña, así que tendremos que arreglarnos lo mejor que podamos. Echaremos unos colchones en el suelo para dormir, los recogeremos por la mañana, y esa será nuestra sala de estar y nuestro comedor. Los colchones enrollados nos servirán de asientos y los baúles, de mesa. Todo tiene arreglo, hijos. Lo principal es que estemos siempre tan unidos como ahora, lo demás es secundario.
- ¿Y dónde haremos la comida? - dijimos Dori y yo.
- Vosotros dos siempre pensando en lo mismo. Pues supongo que tendrá que turnarse tu madre con Ameli y con la otra señora.
- ¿Tendremos que ir al colegio?
- Pues Conchi y Dori tendrán que ponerse a trabajar, y tú, y Paulino, iréis al colegio, que Bilbao no es el pueblo, y cuando se puede hay que instruirse para poder encontrar un trabajo que merezca un poco la pena. Si no, ya sabéis, a tirar de pico y pala. Que a ti, Herminio, lo de pico se te da de perlas, valías para fraile. Pero lo de pala, lo veo más difícil. ¡En fin!, ya veremos, iremos afrontando los problemas según vayan llegando.
Sin darme cuenta, el paisaje había cambiado por completo. De la llanura del valle habíamos pasado a la montaña. Daba vértigo mirar, yo que estaba acostumbrado a mi tierra, que era llana, no podía creer lo que estaba viendo. En las faldas inclinadas de los montes, pastaban con toda tranquilidad las vacas, las ovejas y los caballos. No sé cómo no se caían.
En una especie de escalones, en la misma ladera de los montes, habían plantado todo tipo de hortalizas. Lo que no veía por ningún lado era trigo, o cebada, ni avena, sólo hortalizas.
El tren seguía bajando unas veces y subiendo otras, por entre montañas.

- ¡Ya veréis cuando lleguéis a Bilbao! Os vais a quedar de piedra. Yo llevo viniendo aquí desde que tenía diecisiete años y aún recuerdo el primer día que lo pisé. Luces por todos los lados, letreros que no paraban quietos, gente de aquí para allá, todos con prisas, nadie saluda a nadie. Si te encuentras con alguien conocido, tienes que echarte a un lado para hablar,...Coches de todo tipo haciendo sonar las bocinas... Luego, este amigo a donde vamos, como trabaja en Altos Hornos me llevó un día para que lo viese. Aquello parece el infierno. Por un lado superior del horno echan el mineral, que cae al horno propiamente dicho. Por medio del carbón lo ponen como si fuera caldo y luego sale por abajo líquido, yendo a parar a lo que llaman cucharas. Son como unas tazas enormes de hierro, cuyo interior está cubierto creo que con algún material refractario, y cuando se enfría, le dan la vuelta. Luego con ese molde informe, en otro departamento que llaman tren de laminación, hacen con ello lo que quieren, desde una cuchilla de afeitar hasta gruesas planchas para hacer barcos.
- ¡Y podremos ver los barcos, padre! - dijo mi hermano Paulino.
- Pues claro, hijo, hay un sitio que se llama astilleros, donde los hacen. Cuando están terminados los botan a la ría, así llaman al río Nervión, que nace en los montes y va a parar al mar.
- ¡Qué ganas tenemos de ver el mar! - dijimos todos - ¿Cómo es el mar? ¿Más grande que la presa de regar del pueblo?
- Pero qué dices, mucho más. Es enorme, y no sólo hay uno como ese que es el mar Cantábrico, en toda la tierra hay muchos. Tened en cuenta que tres cuartas partes del planeta son agua.
- ¡Aguaa!
- Sí, hombre, sí - me contestó mi padre - Claro que, los que no van a la escuela, o los que les gusta empinar el codo, los primeros no pueden creerlo y los segundos preferían que fuese vino.
- ¿Y por qué no se hunden los barcos?
- Pues no lo sé, hijo, yo apenas pude ir a la escuela. Por es quiero que vayáis vosotros. Lo mismo me pasa con los aviones, no entiendo cómo pueden aguantarse en el aire, o la tierra y la luna, que no se apoyan en ningún lado y no se caen.
- ¿Podemos ver aviones?
- Pues claro, hay un aeropuerto, y tengo en él un amigo que se llama Gumucio, él os lo enseñará.
Ya no podíamos parar quietos en el asiento, estábamos todos deseando llegar para ver Bilbao.
Mi padre sí que había recorrido parte de España vendiendo miel, pero nosotros era la primera vez que salíamos del pueblo.
Allí habíamos vivido hasta ahora, en una casa humilde, sin luz ni agua corriente. Para aliviar el intestino o lo otro, teníamos que salir al corral; en invierno daba mucha pereza pues hacía un frío que pelaba.
Recuerdo que cuando éramos muy pequeños, nos soltaba mi madre los tirantes y ¡hale!, al corral. Luego, con el culo al aire hasta casa, para que nos limpiara. Llegábamos tiritando y con el culo morado.
Por fin nos habíamos alejado de aquella miseria. Era triste dejar la familia, los amigos y la tierra, pero según decían mis padres, no había otro remedio.
El sistema capitalista favorecía a las zonas más rentables, el norte preferentemente, por eso de las comunicaciones, las minas, etc. Y el resto no teníamos otra opción que salir de casa, por muy doloroso que fuera, o morirnos de hambre.
Mi tierra era una madre, que por algún motivo, no puede amamantar a sus hijos y tiene que ponerlos en manos de una nodriza. Por eso, mi padre daba gracias a Guadalajara, por haberle dado la vida, y a Vizcaya, por haberle permitido seguir con ella adelante.
Ya estábamos llegando, grandes bloques de casas muy altas, jardines, gentes por todos los lados.
Tras pasar por un largo túnel, el tren se paró en la estación. No era una como las que había visto hasta entonces. Tenía muchas vías donde había muchos trenes parados.
Primero bajó mi padre con los baúles y luego nosotros con el resto.
‘Ongi Etorri’, ponía un letrero.
- ¿Qué quiere decir eso, padre?
- Bien venidos.
Allí estaban esperando los amigos de mi padre. Se dieron un fuerte abrazo y luego nos dieron un beso a cada uno de nosotros.
Nos ayudaron con los bultos hasta llegar a una furgoneta que habían alquilado.
Fuimos por entre calles como media hora y por fin, llegamos a la que iba a ser nuestra casa.
- ¿Tendréis hambre, no?
Ninguno respondimos, pero el que calla otorga. Así que Ameli frió unos huevos con patatas  que nos supieron a gloria.
Mis padres se quedaron charlando en la cocina y nosotros nos fuimos a la cama. Bueno, la cama, un colchón en el suelo.
Antes de dormirme, di gracias a Dios por los padres y hermanos que me había dado. Y le pedí que nos ayudara de ahora en adelante, para seguir caminando con la fe puesta en El y en todo lo que me había dado, que era todo.


2 comentarios:

  1. Impresionante. Me ha en cantado. Felicita a tu padre por esa prosa tan amena y esa historia tan dulce.
    Gracias por compartirla.
    Un beso

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  2. Gracias a ti lorena. Un abrazo muy fuerte.

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