(c) 2011. Todos los textos publicados en este blog son propiedad intelectual de Anastasio Herminio González Sánchez.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El tren - Capítulo 9 - Una hija modelo y su familia.


Capítulo noveno.



Ibamos dejando atrás El Progreso, no sin antes pasar por grandes fábricas, con sus chimeneas enormes, que vomitaban humo con  abundancia. Primero se elevaba un poco hacia el cielo, y luego descendía de nuevo tomando la dirección del viento, deslizándose casi al ras del suelo, como si fuese un gran fantasma negro, que a su paso se sacudiese, dejando por donde pasaba un polvillo metálico y un olor insoportable.
Por fin salimos a campo abierto y pude ver el sol radiante y el cielo azul cubierto por algunas zonas por grandes nubes blancas como la nieve. A ambos lados de la vía se podían tocar casi con los dedos las grandes choperas.
A los de mi derecha los atravesaba un río no muy caudaloso pero de aguas cristalinas que permitían ver la piedras, grandes y pequeñas. ¡Daba gusto ver cómo el río las lamía al tiempo que se producía un sonido cantarín, que aunque era fuerte, no molestaba, sino que daba pena dejarlo atrás y quedarse sólo con el traqueteo del tren!
Era la hora de comer, así que casi todos los del vagón sacaron sus tarteras o sus bocadillos y se dispusieron a dar buen fin de ellos.
Un matrimonio con tres hijos que había en el departamento de al lado, nos hicieron su ofrecimiento a lo que nosotros respondimos dándoles las gracias.
- ¿Van ustedes muy lejos? - les dijo mi padre.
- No, a unos cincuenta kilómetros, a un pueblo llamado El Reposo. Tenemos allí una pequeña casa y vamos en vacaciones y algunos fines de semana.
- Perdonen - dijo la mujer - permitan que nos presentemos. Yo me llamo Agustina, o Conchi.
- ¡Vaya! - dijo mi hermana - Conchi, como yo, ¡qué pequeño es el mundo!
- Mi esposo se llama José Luis, el hijo mayor Juanjo, y las chicas, que son gemelas, Margari y Sonia.
- Pues yo me llamo Agustín, para servirles, y mi esposa Eustaquia.
- ¡No me diga! - dijo la señora - Mi madre se llama lo mismo, ¡qué casualidad!
- Y aquí mis cuatro hijos, Conchi, Dori, Herminio y Paulino.
- ¡Esto ya es demasiado! - dijo la señora - Mis hermanos también se llaman así. ¿No será una broma, no?
- ¡No señora!, parece mentira, pero le aseguro que es cierto.
Yo pasé la mirada con detenimiento y curiosidad por cada uno de ellos.

La señora tendría unos sesenta años. Era de mediana estatura, ni gorda ni delgada, cara de corte fino y muy blanca. Ojos verdes pequeños e inquietos, y la mujer tenía las piernas llenas de varices.
El marido no tendría muchos años más. Era más bien alto y muy delgado, tenía un buen color de cara, de poco pelo, de nariz como si fuese de Bilbao. Su mirada era de hombre noble, apenas había dicho palabra alguna.
El hijo se diría que era un calco de él. Y Sonia, aunque un poco más fuerte, lo mismo. En cambio, Margari tiraba a su madre, era más pequeña que los otros, ojos vivarachos, sonrisa de pícara y manos muy bonitas, como las de una muñeca.
- Así que usted, señor, se llama Agustín - dijo la señora a mi padre - Desde luego, no me lo puedo creer, pues mi padre se llamaba lo mismo. Murió de infarto de miocardio en el pueblo a donde vamos.
Al decir esto, a la mujer se le saltaron las lágrimas.
- Perdones ustedes, pero no puedo evitarlo, ¡qué vida ésta! Mi padre, como le digo, murió hace más de trece años y mi madre, hace más de diez, se nos cayó en el pasillo, se dio un golpe en la cabeza, y desde entonces la tengo en casa prácticamente sin conocimiento. Ha perdido el habla, sólo chilla de vez en cuando, pero no conoce a los que están a su lado. Al principio tuvo una época que hablaba algo, pero últimamente, ya nada. Hay que darle de comer, cambiarla de postura para que no se llague, limpiarla, y menos mal que tiene una sonda puesta. Tuvo unos cuantos días que no movía el intestino por sí misma, y tenía que sacárselo con los dedos. Mire que es curioso, porque cuando yo tuve a mi hijo mayor y tenía que limpiarle, me daba asco, tenía que ir a vomitar al retrete, y ahora lo estoy haciendo por mi madre, y no me molesta, a todo se hace uno en la vida. Pues bien, como le decía, como la casa no es muy grande, las chicas duermen en la sala, y el mayor con mi madre, que apenas descansa, pues ella chilla a menudo.
- ¿Y su marido cómo lo lleva? - le dijo mi madre.
- ¿Este? ¡Es un bendito, nunca dice nada! Y mis hijas quieren a su abuela con locura.
- ¡Me deja usted asombrada! - comentó mi madre - ¿No sé si habrá usted oído hablar a la señora de antes, la del niño de la guardería?
- Ya la he oído, y al señor del asilo también. ¡Allá ella! Yo pienso que lo menos que podemos hacer los hijos por nuestros padres es cuidarles cuando ya no pueden valerse. Sé que hoy no está esto de moda, pero, a mí no me pesa lo que hago por mi madre. Cuando yo me casé tuve que marchar a Alemania con mi marido, a trabajar durante once años, y fue mi madre la que cuidó de mi hijo durante ese tiempo. Y aunque no hubiera sido así, lo haría lo mismo, igual que mis hermanos. Así nos educaron nuestros padres, lo hemos mamado y estamos orgullosos de ello.
El paisaje había cambiado de repente, ahora se veían viñedos por todos los lados. ¡Qué hermosura! Cepas y cepas llenas de racimos, unos blancos, otros negros y otros morados. ¡Pena me daba a mí no poder bajar y echar mano a uno de ellos!
Estábamos llegando a El Reposo.
- ¡Bueno! - dijo la señora Conchi - Nosotros ya hemos llegado a nuestro destino. Ustedes siguen ¿no?
- Sí señora - dijo mi padre - Nos queda aún mucho camino. Perdone, antes de que se vayan ¿quién cuida de su madre cuando no están ustedes?
- Pues lo hace mi cuñada Mari, y me vengo tranquila aquí, porque sé que lo hace como yo. Algunas veces ha venido a cuidarla mi otra cuñada Mari Cruz, pero bastante tiene la pobre con cuidar a mi hermano, que está enfermo.
- Ha sido un placer conocerles, nunca les olvidaremos, son ustedes un ejemplo para todos - dijo mi madre.
Y añadió:
- Es hermoso y al propio tiempo lamentable, ver que hoy pocos son los hijos que harían esto mismo por sus padres. Por unos o por otros, pronto les llevarían a un sitio, para que les dejaran tranquilos. Y yo, como madre, me pregunto, ¿cuándo se cansarán unos padres de cuidar a sus hijos? Pues ahora corren tiempos en los que hay que hacer un monumento a los pocos hijos que devuelven mínimamente  algo de lo mucho que recibieron, cuando tendría que ser algo natural. Pero para qué darle vueltas, los padres son los padres, y los hijos son los hijos.... Adiós, señores.
- Adiós...

No hay comentarios:

Publicar un comentario