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lunes, 19 de marzo de 2012

El tren - Capítulo 4 - El enfermo y su mujer



Capítulo cuarto.



La 
Gloria era un pueblo bastante grande. Como eran las cuatro de la tarde, el andén estaba repleto de gentes que iban de un lado para otro. Unos habían bajado del tren y otros que se disponían a subir.
- ¡Pipas, cacahuetes, manzanas acarameladas, caramelos de limón y menta!
Así daba gritos el caramelero recorriendo todo el tren desde el andén, y quien más y quien menos, le compraban algo, alargando sus brazos por las ventanillas. A nosotros nos compraron mis padres unos martillos de caramelo. Antes de empezarlos a chupar, mi hermano y yo nos liamos a martillazos, siempre andábamos peleándonos. Eramos como el agua y el vino, y el caso es que nos queríamos mucho, pero, tan pronto como estábamos juntos la armábamos.
Mi padre nos llamó al orden haciendo ademán de quitarse el cinto, y no hizo falta que se lo quitara, ya sabíamos cómo las gastaba.
El pasillo era un gallinero de gente con maletas que iban de un lado para otro buscando asiento. A nuestro departamento llegó un matrimonio. Ella tendría unos cuarenta y cinco, y él, rayando los cincuenta. A mí me extrañó el que ella llevara todos los bultos. Mi padre le ayudó a ponerlos en su sitio. Era una mujer de mediana estatura, muy morena, físicamente se la veía que era fuerte. Ojos castaño oscuro, su mirada era franca, pero se adivinaba que estaba sufriendo mucho. Sus ojos vidriosos la delataban.
- Me llamo Mari Cruz, y mi marido Anastasio.
Yo no había podido ver antes al marido, porque le tapaban mi padre y ella tratando de poner las maletas en su sitio. Era un hombre de estatura mediana, muy delgado. Lo primero que me llamó la atención fue que casi no tenía un pelo en la cabeza, y no porque fuese calvo, tenía cuatro pelillos sueltos sin fuerza. Apenas tenía cejas, y aunque el bigote era ancho, estaba formado por grandes claros, como cuando una rata mojada sale de una alcantarilla.
Eso sí, tenía unos ojos claros, yo diría que verdes, que cuando te miraban te atravesaban, y no es que tuviese cara de mala persona, pero aquellos ojos tenían una gran fuerza.
¡Pobre hombre! era lo único en él que daba signos de vida, porque el resto más bien parecía un cadáver.
Mi madre, con mucho tacto y respeto, le preguntó a la señora:
- ¿Qué le pasa a su esposo?
- Sería largo de contar, pero, abreviando le diré que tiene cáncer linfático, le están tratando con quimioterapia y radioterapia. No sé si saldrá de ésta, porque el tratamiento es durísimo. Ya ve, se le ha caído el pelo y la dentadura y ha perdido mucho peso.
La mujer se emocionó y mi madre trató de darle ánimos.
- Tranquila mujer, hoy en día hay muchos adelantos, y si él tiene ánimo y ganas de vivir, saldrá adelante, ¡ya verá!
- ¿El? Tiene muchas ganas de vivir, y desde el principio ha querido saber lo que tenía, aunque con el tratamiento ha cambiado el carácter bastante y a veces no quiere ver a nadie; pero tan pronto como se encuentra un poco bien, él es el primero que está siempre de guasa.
- Pues más le vale - dijo mi padre - A mí me pasa eso y me pego un tiro o me muero de miedo.
- Nadie sabe cómo va a reaccionar, hasta que no le pasa, señor - comentó el enfermo que, momentos antes tenía la mirada perdida en el paisaje - Yo, lo veo así de sencillo: ¿qué me han dicho los médicos? ¿que puedo morir?.. ¿Y quién no? así que procuro vivir lo mejor que puedo, con más o menos ganas, según tenga el día; pero luchando siempre, porque sé que cuando deje de hacerlo, ¡la palmo! Pero esto no es cosa de uno sólo. Gracias a Dios tengo tres hijas, Mari Cruz, Arancha y Sandra, y sobre todo una mujer que es oro molido. De pocas palabras, pero de muchos hechos, que es lo que cuenta. Cuando ocurre una cosa como ésta, la gente fija la atención en el enfermo, y no reparan en los que están a su lado. El enfermo es como un niño, se mete en sí mismo; no es egoísmo, es la enfermedad, que no le deja ver a nadie, y se siente tan débil que quiere que todo el mundo esté pendiente de él. No me admiren a mí, pues, sino a esta mujer que, calladamente, tiene que soportar mi mal humor, mis rarezas, mis ironías, mis sarcasmos... Miren, en confianza, yo a nivel sexual, me he convertido en una barra de hielo. Ella aún es joven y sé lo mal que lo pasa la pobre. Y aunque no puedo hacer nada, me duele en el alma que pase por eso. Por tanto, les digo que se fijen en ella, y no en mí, pues lleva la peor parte.  Ya las hay que cuando vienen mal dadas, dan media vuelta. ¡Qué sería de mí, que no valgo para nada, si me faltara ella! Seguiría viviendo, pero, si ahora me es difícil, luego me costaría más buscarle sentido a la vida. Y no sólo porque no me falte nada, que ella la pobre si trae pescao me da lo mejor y se come las cabezas, y así con todo, sino porque sin ella me siento como un niño desvalido. Nunca he sido de esos que demuestran el cariño, y ahora, menos, pues no tengo ganas a veces de nada, pero la quiero. Quisiera demostrárselo, pero es difícil cambiar un genio.
- ¡Ya lo decía mi abuelo! - dijo mi madre - Es más fácil cambiar un cerro que un genio.
- Pero bueno, señora, conociéndose, ya sabe cada uno lo que tiene.
-Ya sé que no será fácil, tendrá que tener usted mucha paciencia, pero, así es la vida, a todos nos da palos, más tarde o más temprano. El mérito está en seguir luchando, aunque a veces no le veamos el sentido. El pago lo llevamos por la satisfacción que da el deber cumplido, aunque ni lo entendamos, ni a quienes hacemos el bien lo merezcan.
Momentos antes, mis padres y estos señores habían cogido unas papeletas de una rifa que estaba haciendo un señor en el tren.
- ¡La sota de espadas!
- Yo no la tengo - dijeron mis padres - Mire usted, Mari Cruz, a ver si la tienen ustedes.
- ¿Para qué? a nosotros ya nos ha tocado la lotería.
- Mira, mujer - le dijo el marido - que la suerte es como una mujer borracha que no distingue a personas.
- ¡Vaya, la tengo yo! - dijo Mari Cruz - ¡Aquí, señor, aquí! ... ¿Qué me ha tocado?
- Una gata persa azul... mire...
- ¡Qué bonita, es preciosa! - dijo Mari Cruz - ¿Te gusta, Anastasio?
- Sí, Mari, ya sabes que a mí me gustan mucho los animales, todo lo que sea naturaleza. Además, siempre será mejor tener en casa un animal irracional, que eso habría que demostrarlo, que un ser humano racional que no razona.
- ¡Tú siempre con tus filosofías!
- ¡Vale, mujer, no te enfades! ..., ¿me das un beso?
- ¡Déjate de besos! Lo que tienes que hacer es tratarme mejor. No pido mucho, ya sé que no siempre tendrás ganas, pero, alguna vez sí, ¿no?
- De acuerdo, lo intentaré, mujer.
- ¡Eso llevas diciéndome toda la vida! y no lo haces nunca... ¡pues demuéstramelo!
El tren estaba llegando a la capital, La Esperanza. Mi padre ayudó a Mari Cruz a bajar los bultos hasta el andén. Con gran emoción se despidieron de todos nosotros.
            - ¡Qué puta vida! - comentó mi padre - Una gente tan maja, ¡y vaya problemón! ¡Ojalá tengan suerte y salgan adelante!-

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