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sábado, 17 de marzo de 2012

El tren - Capítulo 6 - El preso y los guardias civiles


Capítulo sexto.



Dejamos
 atrás Santa Fe. Se diría que el nombre nos había hecho pensar a todos lo importante que es tener fe. Es similar al amor, nos da fuerzas para afrontar cualquier circunstancia adversa, o para seguir adelante por un camino, por muy difícil que sea, que hayamos emprendido. Abandonamos el valle donde estaba situado el pueblo y bordeando un río, escoltado por alisos y castaños, nos disponíamos a subir a la meseta.
El tren jadeaba y resoplaba como un gran dragón aquejado de bronquitis. A mí me divertía cómo en las curvas cerradas, que las había a montones, desde el vagón donde yo iba podía ver el de cola.
Quise ver también la máquina y, aprovechando un descuido de mis padres, abrí un poco la ventanilla, con tan mala suerte que se me metió en el ojo una carbonilla procedente del gran chorro de humo que salía de la máquina.
- ¿Qué te ha pasado, por qué lloras de esa forma? Ven aquí que te mire el ojo. ¡Desde luego, sois la leche! - dijo mi padre - ¿No te tengo dicho que no abras las ventanillas?
Con la punta de un pañuelo limpio, mi madre logró sacármela. El ojo me seguía molestando, como si aún tuviera dentro la carbonilla. Me volvieron a mirar minuciosamente, y tras comprobar que sólo tenía el ojo enrojecido, me cambiaron de sitio para que no pudiera abrir de nuevo la ventanilla.
De repente nos quedamos a oscuras. Yo me asusté sobremanera, pensé que me había quedado ciego, pero no, era que estábamos atravesando un túnel.
¡Qué angustia! era la primera vez que a mí me ocurría una cosa así.
Hasta que por fin, poco a poco fue haciéndose la luz, y pude contemplar con más ansias que nunca el sol radiante, el azul del cielo y el verdor de la vegetación. Nada como perder las cosas que amamos para valorarlas en su justa medida. Y hay cosas como éstas, en las que se nos da otra oportunidad. Pero no siempre es así; por ejemplo, cuando perdemos un ser querido. Por eso debemos aprovechar cuando aún los tenemos a nuestro lado.
Este último comentario lo hizo un señor muy mayor que, aquejado por la edad de cataratas, apenas veía nada. Yo me apliqué el cuento, y me hice el firme propósito de cuidar mis ojos, y de que antes de que por una causa o por otra pudiera perder la vista, no me perdería nada de cuanto me rodease.
De pronto se oyeron unos disparos. Todos nos asomamos pero no se oía más que el ruido, hasta que, como a unos doscientos metros vimos a un hombre que salía corriendo. Detrás le perseguía a tiros una pareja de la guardia civil. Por fin, el hombre cayó al suelo de rodillas, echándose la mano derecha al hombro izquierdo. Los guardias pararon el tren, y tras esposar al detenido, subieron y casi de un empujón se pusieron donde estábamos nosotros.
Al preso le pusieron en medio de los dos guardias. Aún olían a pólvora los mosquetones; los sujetaban con ambas manos, apoyando sus culatas en el suelo.
Para qué describir a los guardias, todos visten lo mismo, y aunque dicen que el hábito no hace al monje, en este caso, por la experiencia que yo tenía de niño, se llevaban todos la trompiquilla de un piojo. No se casaban ni con su madre. No necesito, pues, ponerlos verdes, pues siempre han vestido de ese color.
La verdad que no sé lo que tenían, pero, ante su presencia temblaban grandes y pequeños. Ya nuestros padres, cuando hacíamos algo malo, nos decían: ‘haz esto, o lo otro, si no, llamo a los guardias’, y era una de las cosas que propiciaban el que les tuviésemos luego tanto miedo. Como se teme a las serpientes, recordando a la que le dio a Eva la manzana.
El preso era un hombre como de cuarenta años. Llevaba puesto el traje típico de los presos, como un pijama a rayas, unas chirucas marrones y sin calcetines, el pelo alborotado y sucio, y barba de una semana. Su mirada era como la de un niño asustado. Tenía cara de buena persona, no como uno de los guardias civiles que tenía cara de hideputa. En cambio, el otro, era un hombre bonachón. A cada momento le soltaba el torniquete del brazo, y le preguntaba si le hacían daño las esposas.
Aprovechando que era así, mi padre se puso a hablar con él.
- ¿Qué es lo que le ha pasado?
- Pues que hace una semana este hombre se escapó de la cárcel, y es una pena, porque le faltaban sólo unos meses para cumplir la condena de veinte años que tenía.
- ¿Y qué es lo que ha hecho, si no es indiscreción?
- ¿Puedo hablar? - dijo el preso.
- ¡Sí, hombre! - dijo el guardia.
- Mire usted, yo tenía dieciocho años cuando me casé, mi mujer quince. Tuvimos, como es de suponer, muchos problemas con sus padres y con los míos. Nosotros nos queríamos, estábamos locos el uno por el otro. Y al principio, pasamos de todo y todo iba sobre ruedas. Pero un día, me quedé sin trabajo, y por más que me esforcé, no conseguí que me dieran algo permanente, así que andaba de aquí para allá. Empezamos a tener problemas en casa, y por si fuera poco, tuvimos un hijo. Ella no tenía ni idea de cómo llevar una casa, y menos cómo atender al niño. La casa parecía una cuadra, no había día que no nos peleásemos. Nos enzarzábamos por cualquier cosa. En una de estas peleas, en las que el niño no paraba de llorar, mi mujer me tiró un plato a la cabeza y me hizo sangrar. Tan pronto como yo vi la cara ensangrentada, no me lo pensé dos veces, me fui a ella como una fiera. Me puse a darle tortas hasta que me cansé. Cuando parecía que se había calmado la cosa, vino ella con un cuchillo de cocina en plan amenazante, y yo me levanté del sofá y traté de quitárselo. Luchamos largo rato, con tan mala suerte, que no sé cómo, el cuchillo se clavó en su pecho atravesándole el corazón. En un instante se quedó blanca, y se desplomó. Yo me quedé pasmado, me arrodille, la abracé llorando desconsoladamente, la hice la respiración artificial,..., pero era ya inútil. Su cuerpo estaba encima de un charco de sangre. Cogí al niño con intención de huir, pero, en ese mismo instante llamaron a la puerta. Era la policía, luego me enteré de que una vecina les había llamado al oír tanto alboroto. Uno de ellos se llevó al niño y los otros me llevaron a comisaría. Allí me cosieron a preguntas.... Yo insistía en que había sido un accidente, pero ninguno me hacía caso. ‘¡Confiesa, hijo de perra, confiesa de una vez, o te machaco!’. Mientras uno me decía esto, me daba tortas por todos los lados. En una de éstas, caí al suelo, y allí, me daba patadas sin mirar dónde, hasta que perdí el conocimiento. Cuando lo recuperé, siguió con la misma, hasta que ya, muerto de miedo, firmé la confesión que me presentó, y me dejaron en paz.... El resto, se lo pueden imaginar, se celebró el juicio, y, pese a que yo me confesé inocente, de nada me sirvió. El juez, se basó en la confesión que había firmado, y me condenó a veinte años... Eso se dice y se escribe en dos segundos, pero se hace una eternidad, así que el otro día no pude más, y me escapé. Ya sé que fue una tontería, porque es volver a empezar, pero no pude resistir.
- ¡Basta de cháchara!- dijo el guardia con cara de mala leche - ¡Bajamos en la próxima!
Se levantaron, cogieron al preso uno por cada lado y se fueron sin apenas despedirse, a la puerta de salida. El tren se paró, era de esas noches oscuras que no se veía a nadie, así que no pude ver dónde estábamos.
Un señor de al lado comentó con mi padre:
- ¡Pobre hombre, no sabe en el lío en que se ha metido! La verdad es que creo en la necesidad de muchas cosas, de la justicia, de la libertad, ..., pero en este mundo no nos queda más remedio que creer en ellas y en su necesidad, porque lo que es haberlas, ¡no las hay por ningún lado! La autoridad, a veces está en manos de cuatro borregos fieles, que no ven más allá de sus narices, gente sin cultura. A esos, les pones un traje nuevo y una pistola, y por un sueldo de miseria, ¡matan a su madre!.. Son gente acomplejada, frustrada de la vida, ..., sin ese uniforme son una puta mierda, con él se creen dioses. Como dijo aquél, dale a un asno un gramo de autoridad, y se pasará el día rebuznando. Y los más lamentable es que hay que tener mucho cuidado con ellos, y en su presencia hay que conducirse con arreglo a lo que decía otro refrán, si estás entre asnos, no se te olvide rebuznar de vez en cuando, porque si no..., te juegas el tipo. Cuando la justicia se basa en la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón, mal vamos. Es obvio que tiene que haber una autoridad, pero tiene que estar en buenas manos. Comprendo que si un señor quiere guardar su chalet, ponga en la puerta un perro, no va a poner una oveja. Pero un perro bien amaestrado, que atienda justamente a las indicaciones de su amo, y que no se tome la justicia por su mano. Y no hablo por hablar, hay infinidad de casos que lo confirman, recuerden ustedes el crimen de Cuenca, por nombrar uno. Muchas veces torturan a la gente por puro placer, para sentir que son algo - aunque sólo sean unos cabrones - pero es más que reconocer que no son nada, eso yo creo les espanta, y por ello actúan así. Afortunadamente, la cosa está cambiando, por necesidad de trabajo se están incorporando a las fuerzas de seguridad gente con cultura, incluso con una carrera, y sobre todo humanos, que piensan por cuenta propia y aunque en una manifestación dan leña, lo hacen muchas veces a su pesar, y de dar, a dar, hay una gran diferencia. No como los de antes, que se inflaban orgullosos después de haber machacado a la gente. ..... Luego, eso de la fianza. Mientras se pueda comprar la libertad, con dinero, no podemos hablar de verdadera justicia. La justicia, debería de ser ciega, al menos así la pintan, y no hacer distinciones entre las personas. Pero aquí tiene un ojo abierto, y otro cerrado, según le convenga, para favorecer a unos y dejar que se pudran otros. Yo creo en la necesidad dela justicia tanto como en la de la medicina, pero de unos médicos a otros va un abismo, como lo hay entre los responsables de la autoridad y de la justicia. ¿Hacen las leyes pensando en el débil y desamparado? Pocas llegan a rozarle, más bien están todas hechas pensando en defender los intereses de los más fuertes, y rara vez les toca a ellos cumplirlas. A veces se ve algún caso, pero, para uno de estos que pague, millones de pobres diablos viven el infierno de sentirse impotentes, machacados y oprimidos por la máquina de la justicia o por  los guardianes de ella. Sólo nos queda un consuelo, mientras van cambiando las cosas. Yo, personalmente, si me dieran a elegir, prefiero ser oprimido que opresor. Se sufre, pero, nadie te quita el gozo de sentir con el corazón desgarrado. Pero estoy seguro que es mucho mejor que tenerlo de piedra. A larga no les envidio, son como hienas, con la sonrisita siempre en la boca, pero que inspiran asco y repugnancia. A primera vista se diría que lo tienen todo, pero, una cosa es tener y otra muy distinta, retener. Y si como para retener cualquier cosa hace falta un buen recipiente, para poder disfrutar de lo que tenemos, también necesitamos ser como es debido, pues de no ser así, ¡de poco nos sirve todo!
- No hay que darle vueltas, señor - dijo mi padre - desde que el mundo es mundo ha sido así. En el cielo manda Dios, en la tierra los más ricos, y en el mar los peces grandes se comen a los más chicos.
- De acuerdo, señor, pero eso no justifica que hayamos de rendirnos cara a luchar, por que en el mundo, no que haya equidad en todo, pero que en lo concerniente en la justicia, la haya cada día más, para todos.
- ¿Conoce usted a un hombre justo? - dijo mi padre - Pues siendo así que ninguno lo somos, ¿cómo pretende usted que haya justicia? Cada uno arrimamos el ascua a nuestra sardina, y si el de al lado se la tiene que comer cruda, ¡que se joda! Por eso le digo que tendríamos que cambiar a nivel individual y luego tratar de cambiar a los demás.... Bueno, señor, ¿qué le parece si echamos una cabezadilla? Aquí todos están dormidos, nos hemos quedado solos.
- Vale, yo también tengo sueño. ¡Buenas noches, que descanse usted!
- Lo mismo le digo.
Creían que yo estaba dormido, pero, no me había perdido una palabra de cuanto había oído. Aquello era mucho tomate para mí, yo aún era un niño, y lo único que no veía justo, era que, cuando me pegaban a mí, no le dieran también un tortazo a mi hermano. O sea, que poco a poco llevaba camino de convertirme en un ser humano más...


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