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viernes, 9 de marzo de 2012

El tren - Capítulo 14 - El borracho y su mujer.



Capítulo decimocuarto.



En
 ese momento llegábamos a El Pinar, un pueblo que se correspondía con su nombre, pues estaba rodeado por montes con pinares enormes, todos apretujados. Eran como una masa verde oscura. Sólo por los que estaban próximos a la estación se apreciaba que eran enormes pinos que se pegaban por alcanzar la luz, dirigiendo sus copas hacia el cielo.
- ¡Bueno, señores! - dijo el enterrador - Yo me apeo aquí. Ha sido un placer charlar con ustedes. Me gustaría verles alguna vez, pero si no es así, les tendré en mi recuerdo.
El día comenzaba; el crepúsculo matutino daba al cielo una tonalidad plomiza a las nubes, y poco a poco el astro rey iba dándoles tonos rojos, anaranjados. Las golondrinas posadas en los postes del teléfono abrían sus alas y se lanzaban como flechas en busca de algún insecto que llevar a sus nidos.
Mi madre nos había mandado a lavarnos la cara y cuando volvimos, nos fue peinando a mi hermano y a mí. Mis hermanas tenían colgado en un costado del departamento un pequeño espejo y, como chicas jóvenes que eran, se pasaban las horas muertas poniendo este mechón del pelo aquí, y el otro allá, para, al poco tiempo, volver a dejarlos como al principio. Y menos mal que no tenían que pintarse, mi madre no les dejaba aún. Ella insistía en que nada más hermoso que una cara recién lavada. Y respecto a las colonias, ella mantenía que, el mejor olor es no oler a nada.
Y por si esto fuera poco, mi padre solía decir: ‘La mujer que se arregla mucho, es porque no tiene arreglo’.
Por tanto, mis hermanas lo tenían claro respecto a pintarse como papagayos o echarse colonias de esas que ahuyentan a los mosquitos. Si acaso, algo suave, con olor a limón, rosas o espliego.
Y respecto a nosotros, agua y jabón, el que necesita más, maricón.
Una vez aseados, nos pusimos a desayunar unos bocadillos que había preparado mi padre, unos de chorizo y otros de queso manchego. Para beber, nos había comprado unas gaseosas a un vendedor que se paseaba con un carrito por el andén.
Estábamos desayunando tranquilamente, cuando en el pasillo se oyeron voces y golpes, acompañados de juramentos que no me atrevo a repetir aquí. Sin darnos tiempo para reaccionar, un señor, dando tumbos, se tumbó encima de parte de nosotros.
- Per..perdonen.
Y volvió a dar otro tumbo al lado contrario. Por fin apareció su mujer y entre mi padre, mi madre y ella, consiguieron sentarlo al lado de la ventanilla. Su mujer se puso a su lado para que no nos molestara.
- ¡Ustedes perdonen, señores! Me llamo Angustias y mi marido Juanito,..., a la vista está lo que le pasa, para qué engañarles. Hace tiempo que toma unas pastillas para dejar el alcohol, y ya llevaba una temporada que no bebía y andaba muy bien. Pero, esperando al tren y en un descuido mío ha debido tomar algo, y miren qué melopea ha cogido. Me da miedo, porque tiene un beber que se pone loco, como una fiera. Y el caso es que, cuando no está bebido, es una malva, pero cuando está bebido, no hay quien le aguante. ¡Maldito vino y malditas tabernas!
Se veía por sus caras que eran buena gente. Yo estaba todo asustado, nunca había visto un cuadro semejante.
- ¡No tengas miedo, majo! No te va a hacer nada. Esta vez le ha dado por dormir y así estará hasta que lleguemos a Aguasclaras, de donde somos.
- ¿Y cómo empezó a beber? - le preguntó mi padre.
- Pues mire, cuando éramos novios ni lo probaba, daba gusto verle, un mocetón como un roble. Venía a casa y se deshacía en caricias hacia mí y mis padres, y con los suyos lo mismo. Su trabajo, su casa y su novia era lo único que le tenía contento y feliz. Nos casamos hace quince años y tenemos dos hijos, de nueve la chica y de seis el chico. Al principio todo iba sobre ruedas, no salía de casa si no era conmigo... Pero poco a poco empezó a ir con los amigos del trabajo a la taberna. Sólo lo hacía una vez a la semana y venía pronto a casa, un poco mareado pero no borracho.
‘- ¡Juanito, ten cuidado!, se empieza con un vaso y luego poco a poco...
- ¡Ya empezamos, Angustias, yo sé cuándo llega mi límite! Así que no te preocupes, ¿crees que todavía soy un chiquillo? ¡Ya soy un hombre hecho y derecho, así que déjame en paz!
- Si yo no te digo que no bebas nada, un poco de vino en las comidas a nadie le hace daño. Nada con moderación es malo, no está el mal en el uso, sino en el abuso.’
- Tiene usted razón, señora - le dijo mi madre - Mi padre solía decir que el vino es como la vida y nos ponía este ejemplo: Un señor estaba sentado en una taberna, había pedido una botella de vino que aún no tenía empezada y se preguntaba, ¿la empiezo o no la empiezo? Su conciencia le decía, puedes hacer tres cosas: tomártela de un trago, y te sentará como un tiro; tomártela poco a poco, saboreando cada trago, o, dejarla como está. Tú verás.
El hombre, tras reflexionar, decidió tomarla poco a poco.
- Buen ejemplo, señora; pero como somos humanos y débiles, no sé por qué siempre hacemos lo que más daño nos hace.
A lo que un señor que estaba detrás, respondió:
- ¡Conmigo eso no va, señora! A su marido le pasa eso porque es un pelele. Yo soy dueño y señor de mí mismo y estoy seguro de que jamás haré algo que me haga daño. ¡Mire usted a aquél de allí, que no para de fumar en todo el rato! No me diga usted que no es de tontos tragar y tragar humo, sabiendo que le hace daño, que puede coger un cáncer. Y si no piensan en sí mimos, que piensen en los demás. ¡Yo no tengo que tragar el humo de nadie, bastantes humos tengo yo ya! Por si fuera poco, eche una mirada a aquel que está como un zombi en aquel rincón. No tendrá más de veinte años y parece un anciano, es un drogadicto. A mí, esta gente me revuelve el estómago, son unos muñecos. ¡A dónde vamos a ir a parar así! Hay que controlarse, no vale echarle la culpa a la sociedad, la culpa la tienen ellos, que no maduran nunca y siguen siendo como niños.
- Se diría por su forma de hablar, que usted es Dios o su hermano mayor. Yo no estoy defendiendo ningún vicio. Lo que está mal, está mal. Como quiere usted que lo haga con todo lo que llevo pasado, noches y noches sin dormir esperando que llegue, y cuando lo hace, viene siempre dando voces, se pone a pegarme a mí o a los niños, según le dé, tira los cacharros contra las paredes... Una vez me pidió dinero para vino y no quise dárselo, ¿sabe lo que hizo? Pues cogió un cuchillo y tras amenazarme, destripó los colchones. Como no encontró nada, quiso tirarme por el balcón. Tuve tanto miedo que al fin se lo di. Y así un día, y otro,..., hasta hoy. Pero la cosa no es tan simple como usted la ve. En principio, señor, todos somos diferentes obedeciendo a la genética y a las circunstancias. Luego viene la vida, a tenor de lo anterior, y a unos le da palos y otros viven entre guatés . De ahí que estos últimos sean los más tajantes a la hora de juzgar a los demás. Lo que éstos ignoran, es que son también humanos y por lo tanto frágiles, y que si un día la vida les cambia el guaté por los palos, ellos no son ni más ni menos que los demás. E insisto, esto no quiere decir en modo alguno que esté defendiendo el vicio, sino que debemos comprender el hecho de que haya personas que, por un motivo u otro, estén pringadas hasta el cuello en él. Y le diré más, señor. En la mayoría de los casos, las personas que recurren a este tipo de debilidades, son las mejores. Personas introvertidas, que, incapaces de hacer daño a nadie, ante una situación difícil se hacen daño a sí mismos, se autodestruyen. En cambio, el de fuerte personalidad antes de dañarse él, es capaz de hacer daño a María Santísima. ¿Cuántos hideputas natos ha conocido usted, que cuando tienen problemas les dé por destruirse? Yo, la verdad, ninguno. Todo lo contrario, se encabronan más y más y siguen adelante caiga quien caiga.
- Tiene razón esta mujer - dijo mi padre - ¿Qué me dice usted de los verdaderos responsables de cuanto ocurre, de los que por hacer dinero, introducen drogas de todo tipo? ¿Por qué no acaban con ellos de una vez? ¿Por qué no cierran los estancos? ¿Por qué no suprimen las loterías, máquinas tragaperras...? ¡Y cómo a través de la publicidad nos dicen lo que tenemos que comer, lo que hemos de vestir, el tipo de cine que tenemos que ver! En fin, lo de siempre, tratan de aborregarnos en su propio beneficio. ¿Quién se ocupa de cultivar al pueblo? Permitiendo que todo el mundo tenga acceso a una cultura sólida. No interesa. Por tanto, los verdaderos responsables son los de siempre, esas hienas carroñeras, que siempre tienen la sonrisa en la boca, caiga quien caiga. Y el único modo de vencerles no es otro que adquirir la cultura necesaria para concienciarnos de que somos utilizados, y poco a poco dejar de seguirles el juego como ovejas. ¿Que no todo el mundo puede acceder a la universidad? De acuerdo, pero nadie nos puede prohibir pensar. Pues lo que pretenden ellos, favoreciendo el consumo de todo tipo de drogas, no es otro que el mantenernos amamonados, para seguir bebiendo y comiendo como cerdos, que en definitiva es lo que son.
Era para mí tan interesante la conversación, que aún tenia el bocadillo sin empezar.
Todos los que habían hablado tenían su punto de razón, pero la conclusión a la que yo llegué, aun siendo un niño, fue que ningún vicio era bueno, que lo mejor era no empezar, pues luego era difícil despegarse de ellos, y que si por desgracia, alguna vez caía, necesitaría no reproches, sino ayuda para salir de ellos.
Que somos todos débiles y que, teniendo esto en cuenta, no debemos hacer ascos a nadie que haya tenido la desgracia de caer en algún vicio. Y si alguno se cree tan fuerte como para no caer, que dé gracias Dios por ello y que, por lo menos, ni juzgue ni prejuzgue a nadie, quién sabe lo que él puede hacer mañana.
No hacía falta ser un lince para darse cuenta de que estábamos llegando a Aguasclaras. De las montañas por donde pasaba el tren en aquellos momentos caían unas aguas limpias que se desmelenaban entre las rocas, yendo por fin a parar al valle, formando en el aire el arco iris en un polvillo de agua, producto de ésta al chocar contra las rocas.
- ¡Vamos, Juanito!, que ya hemos llegado.
Mi padre les acompañó hasta el andén y yo, desde la ventanilla, sentí pena de aquella pobre pareja.
¡Lo que puede hacer el vino!

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